El desamparo puberal y la imagen especular

27 minutos de lectura

I. Tiempos del estadio del espejo

Uno entraría a lo puberal con una imagen de sí. Esa imagen es producto, del pasaje y sus vicisitudes, por el estadio del espejo. El estadio del espejo tiene para mí tiene tres tiempos fundamentales que van decidiendo una posición en la estructura: 

  1. Imagen de unificación, júbilo (lo considero a su vez un tercer momento de este primer gran tiempo: la identificación primaria)
  2. La angustia del octavo mes (por primera vez en la historia de la niña, del niño aparece éste registro, la escritura psíquica del extraño)
  3. La inscripción de un significante primordial, el significante de la presencia-ausencia de quien sostiene la función materna (tiempos del Fort-da). 

Por otro lado también, la imagen es producto del espejo doltoriano (que se acopla, amplía el espejo de Lacan): un espejo que reúne además de lo visible, lo audible, lo sensible y lo intencional. Un espejo más arcaico. Todo eso hace, sí, ala formación del yo (el estadio del espejo como formador del yo) esa era la pregunta y preocupación de Lacan, pero sobre todo al yo ideal, esa “matriz simbólica en la que el yo [je] se precipita en forma primordial antes de objetivarse en la dialéctica de la identificación con el otro y antes de que el lenguaje le restituya en lo universal su función de sujeto”. 

Eileen Gray

Mi tema y pregunta mayor, el que me viene acompañando hace algún tiempo es sobre la construcción del fantasma y sus re-escrituras en los tiempos puberales y adolescentes. Justamente, necesitamos por sobre todo de la primera y segunda identificación, para poder pensar ésta construcción. Esta, no viene dada con el cachorro humano y el mundo neurológico, se tiene que “ir haciendo” en el encuentro con el Otro. Muchos tiempos lógicos se tienen que ir dando para que esto ocurra. Quedarnos en los tiempos pre-especulares (posición autísticas; tiempo de demanda de exclusión; no se daría la identificación primaria) y los tiempos especulares (la entrada en el espejo, pero no la salida de él; posición psicótica, aquí hay un tiempo de alienación, pero no de separación) nos enseñan la complejidad e imposibilidad del armado del fantasma al detenerse allí.

II. Desamparo puberal

Entonces, aquí, con ustedes, me pregunto: ¿Cómo llegamos a lo puberal? ¿Con qué llegamos? ¿Con qué imagen especular? Esta imagen especular nos sostenía (en el mejor de los casos), nos protegía. Parece ser que las nuevas circunstancias de vida, los cambios del cuerpo sobre todo, llevarían a una dislocación con esa imagen que uno trae (esto, lo aclaro, tendríamos que hacerlo pasar por el tamiz de cada historia, cada caso; nada es exacto). Eso llevaría a lo que se ha llamado desamparo puberal

Estoy en un extremo, en una experiencia extrema. “Desamparo”, “amparo”, hilflösig, ustedes saben, fue un término utilizado por Freud. Termino que nos envía a una experiencia primaria, estructural, el tiempo de la identificación primaria. El tiempo en el que el niño está a merced de su madre, se aloja en sus fauces. Lacan daba el ejemplo en el seminario El reverso del psicoanálisis, de la madre-cocodrilo. Una boca que puede devorar, hay un apetito materno, de la función materna, perfecto lugar para entrar a la estructura, pero un “palo”, impide ese engullimiento (ese es la metáfora paterna, la ley actuando en la función materna). 

El papel de la madre es el deseo de la madre. Eso es capital. El deseo de la madre no es algo que pueda soportarse tal cual, que pueda resultarles indiferente. Siempre produce estragos. Es estar dentro de la boca del cocodrilo, eso es la madre. No se sabe qué mosca puede llegar a picarle de repente y va y cierra la boca. Eso es el deseo de la madre. Entonces, traté de explicar que había algo tranquilizado. Les digo cosas simples, improviso, debo decirlo. Hay un palo, de piedra por supuesto, que está ahí, en potencia, en la boca, y eso la contiene, la traba. Es lo que se llama el falo. Es el palo que te protege de sí, de repente, eso se cierra.

J. Lacan, 11 de marzo de 1970

Ese tiempo es “canibal”, de incorporación radical, definitiva. Querer comerse a su cachorro, pero la ley que opera en esa función materna se lo impide. Si se lo “come”, se lo “traga” estaríamos hablando (en términos doltorianos) de incesto. Comer-se-lo es incestuoso, porque es “reintegrar tu producto”. Hay fracaso de la ley del nombre del padre, son los caminos hacia “habitar” una posición en la estructura llamada psicótica. Entonces ese desamparo puberal nos envía a ese tiempo primario, fundante. Nos confrontamos, pienso, con dos tiempos radicales ante el Otro.

Sergio Larraín

En la adolescencia, toda la problemática de esa reestructuración narcisista, se repite (Rodulfo), pero hay una transformación, en el sentido que se invierten los tiempos. 

La adolescencia no se puede inaugurar sin una aparición del extraño allí, sin verse como extraño, es su primer tiempo; sin verse como extraño, sin ese desacomodo, que tiene que ver con lo que Cristina Hornstein llamaba muy bien “desamparo puberal”, y desamparo puberal es dejar de estar protegido por la imagen especular; eso inaugura verdaderamente la adolescencia. Ahora se ve un desconocido allí. Y lo ve también -más allá del espejo como tal- en el sentido metafórico. En toda la identidad construida en la niñez junto a los padres sufre un profundo desacomodo en relación con ella. 

R. Rodulfo

Algunos años antes, 1989, Rodulfo se detenía en la primera función del jugar, el armado de superficies, teniendo en cuenta una profunda crisis en la especularidad de la adolescencia. Allí, ya sostenía ésta misma idea: “Hasta ese momento el espejo funcionaba como promesa, como anticipo de una cierta unificación lejos aún de la experiencia efectiva del propio sujeto. A partir de la metamorfosis de la pubertad, ésta función del espejo se desarticula, se subvierte, lo que de él retorna no sirve ya como realización adelantada de la unificación individualizante.” Se intensifica el desfasaje, la desarmonía, la falta. 

III. Fantasma fundamental y las nuevas identificaciones

Podemos preguntarnos…¿hay un fantasma definitorio, definitivo? ¿Cuándo se define el fantasma? ¿Se define?. Si el Edipo culminaría con la segunda vuelta es en la adolescencia, donde se puede producir un fantasma definitorio.  Pero ¿cómo se fue construyendo? Y un fantasma fundamental (que términos! “fundamental”, “definitorio” apuntan a algo cerrado, enquistado!), de alguna manera, es una creación de una pequeña, pequeño y de las adolescencias. Una (¿solo una?) respuesta a la pregunta (Lacan lo presenta de varias maneras) al Otro: ¿Che Vuoi? ¿Qué quieres? ¿Qué me quieres? ¿Qué pide, él a mí?, ¿Cómo me quiere? ¿Qué quiere a lo concerniente a este lugar del yo?, si es que tiene el espacio para poder hacerse esa pregunta. No es nada fácil encontrarse/producir esa respuesta. 

Nasio nos propone una definición de fantasma muy interesante, se trata de una pequeña novela: 

He aquí uno de los fenómenos más sorprendentes de nuestra vida psíquica, el de la fantasía o fantasma (fantasme). ¿Qué es un fantasma? Es una pequeña novela en edición de bolsillo que uno lleva siempre encima y que puede abrir en cualquier lugar sin que nadie lo advierta, en el tren, en la cafetería y con frecuencia en una relación amorosa. A veces puede ocurrir que esta fábula interior se vuelva omnipresente y que, sin que nos demos cuenta, interfiera en las relaciones que mantenemos con quienes nos rodean. Así es como muchas personas viven, aman, sufren y mueren sin saber que siempre hubo un velo que deformo la realidad de sus vínculos afectivos.

Octave Mannoni, decía que 

el sujeto (púber) está obligado, -¿cómo?, ¿por qué?- a condenar las identificaciones pasadas. Sabe que ya no es un niño – y si no lo sabe no faltará quien se lo recuerde- pero también sabe que no es un adulto (algo que se le recuerda aún más) y que se expone al ridículo (que produce precisamente una ruptura de identificación en el nivel del yo), si se deja ir y cree que es un adulto. Los pájaros que mudan de plumaje son desdichados. Los seres humanos también mudan, en el momento de la adolescencia, y sus plumas son plumas prestadas; se dice a menudo que el adolescente que comienza a perder sus antiguas identificaciones toma el aspecto de algo prestado.

Manuel Álvarez Bravo

Prestar, tomar, arrancar del otro: la ropa, frases, ideas. Se encuentra “con las identificaciones consigo mismo a través de las identificaciones con los demás y hasta qué punto es difícil que la identificación  consigo mismo resulte cómoda”. En ese cambio de plumaje los pájaros son desdichados. La des-dicha, estar a merced del Otro, con un fantasma que hace o haría lo que puede frente a lo nuevo. Allí ese fantasma puede vacilar, o también colapsar. El espejo que traíamos sufre un terremoto. De muchas maneras. Suave, fuerte, intempestivo, latente. No hablo de algo necesariamente negativo.

IV. Hamlet: volver a armar un nuevo espejo

Trabajando las lecturas que Lacan hacede Hamlet me encontré con algo que quiero compartir. Puede ayudarnos en este tramo. Doy un salto y voy al Hamlet de Lacan. Hamlet, dice Lacan, es un hombrecito, tiene ya 30 años. Es alguien que no puede accionar, queda nublado, turbado, melancólico. Han matado ha su padre, el rey de Dinamarca, y ha sido producto de un contubernio entre la madre de Hamlet y su tío, Claudio, el hermano del padre. El amorío entre ellos llevo las cosas a un desenlace fatal. A Hamlet se le aparece un fantasma, el de su padre, donde le dice que lo envenenaron, y que el tiene que vengar su muerte. Pero Hamlet no puede actuar. Su fantasma vacila (si el objeto se pierde -el objeto Ofelia-) yo me pierdo, me voy con él, estoy turbado, procrastinación mediante (es es el primer tiempo de la relación de objeto con Ofelia, luego vendría Ofelia como objeto fálico y por último, la reintegración de Ofelia como a, objeto de deseo). La escena del cementerio es crucial para mí. Lo que lo llevó a actuar es armar una nueva identificación, por lo tanto un nuevo espejo. 

Esa es la escena que lo engancha y le ofrece un apoyo que hace que súbitamente se reestablezca su relación como S (tachado), con Ofelia, el objeto a minúscula que había sido rechazado debido a la confusión, a la mezcla de objetos. Y ese nivel, preestablecido de repente, es lo que por un breve instante hará de él un hombre, es decir hará de él alguien capaz -por un breve instante, sin duda alguna, pero un instante que basta para que la pieza finalice-, capaz de batirse y capaz de matar.

J. Lacan

Entonces: hay que poder armar un espejo, sin duda a partir de una identificación donde poder verme, y de constituir un objeto, o reestablecerlo, para perder/lo. Pero perderlo en Hamlet es morir, se paga con su cuerpo, con su muerte. 

No hay duelo sin la posibilidad de un nuevo espejo. O para decirlo de otro modo: para restablecer, establecer, volver a armar algo del orden del fantasma, tengo que volver a armar un espejo donde sostenerme, tenerme. Será necesario, sin quererlo, pasar por lo pasado, pisar por el terreno andado. Por eso, el piso aquel por donde anduvimos (me refiero al primer piso del grafo del deseo de Lacan, tiempo de la alienación), es convocado. Ese pasado está en el presente. 

Uno se vuelve a reescribir, una y otra vez en la vida, cuando se puede, cuando hay chance para eso. Después, hay que barajar y dar de nuevo. Un análisis, de alguna manera es eso, se trata de eso. 

Para que se establezca una nueva mirada sobre uno mismo, un nuevo plumaje, la base son las nuevas identificaciones. Punto clave, central para nosotros. De las identificaciones al nuevo espejo. En el medio el desamparo puberal. Una nueva imagen especular. 

John Everett Millais

V. Enrique abrazado al “Fort”

Enrique vino en silencio. Estaba muy agresivo con la madre, con la familia, con todos (pienso la agresión, como el “fort”, arrojar al “otro” insoportable, amenazante; ese tiempo que se repite, más allá del principio del placer, el preámbulo posible, probable, para armar algo nuevo). Quiso venir. No hablaba con palabras. La cabeza gacha, el cuerpo encorvado, la piel de su rostro muy marcada. Venía, se sentaba pero lloraba. No podía hablar con palabras. Uno no tiene que venir “sabiendo hablar”. Es, lo considero, una conquista. Una de las principales conquista de lo puberal y la adolescencia es la relación con la voz propia, con la palabra propia. Una conexión, tan íntima, como nueva en la vida. Realmente lo digo: hablar de uno, lo inmenso e inaugural que eso es. Propongo pensar ese tiempo puberal adolescente como la conquista imprescindible, en el espacio transicional del análisis, de la voz propia. O el acercamiento inaugural. Así lo pienso, así me gusta pensarlo cada vez que algo de ellos se empieza a balbucear. No fue así con Enrique. 14 años, un enigma para los padres, un enigma para él. Le pregunté si quería decirme otra cosa que la que me estaba tratando de decir. Con la cabeza me hacía que no. Pasamos varias sesiones en silencio. Una que otra palabra. Si no puedes hablar, esperamos, no hay apuro. Tenemos tiempo. Todo el tiempo que tu necesites. (Los adolescentes, decía Winnicott, necesitan tiempo). Le ofrecí entonces plastilina y masa. La tomo. Apareció un escultor, un artista (para mí), así lo miré, así le creo haberle dicho. Imágenes aplastantes, una unidad rota, desconfigurada, fragmentada.

La voz en su escultura, pero también la aparición de su voz en su garganta. Un acontecimiento que fue celebrado, nombrado. No podía reconocerse con las nuevas identificaciones, porque no las había, no “se” encontraban. Lo insultaban en la escuela, lo maltrataban. “Todo está mal, todo me sale mal. Soy un error”. No salía de allí. “Me quiero matar, me quiero morir”. 

Hablar de uno. La voz propia en este nuevo cuerpo que crece. Que es. Que nace. 

Desplegar, “producir” el fantasma fundamental, para ser atravesado, apalabrado, dibujado, esculturalizado, puesto en escena. De eso se trataba, más que nunca. Territorio sostenido en la transferencia, y no creo equivocarme en decir, que era un momento crucial, “definitivo” (vuelve el término) en su vida. Un probable parteaguas o tal vez un derrumbe. Si el Fort no logra hacer un Da (y estamos ante una nueva escritura de ese juego-simbólico-significante) estamos ante la posibilidad de un aplastamiento, derrumbe de “su presencia” (en cambio, cuando “arrojo”, cuando expulsó, alejo la violencia del otro-Otro). Las posibilidades de agujerear el mundo están en grave peligro.

Mi pregunta de hoy, que seguirá insistiendo, con ustedes, es ¿cómo se arma un nuevo espejo?, ¿qué es una nueva mirada hacia uno mismo? Una nueva “matriz identificatoria” está por escribirse (recordemos lo que anteriormente señalaba Lacan en el estadio del espejo): hacer superficies, bandas de “pares”, grupos…establecer continuidades. Nuevos ideales  ¿podrán ser ofrecidos, construidos, tomados, arrancados?

Vivian Maier

En este punto el planteo de Lerner, más en estos tiempos, me parece pertinente. Plantea una diferencia entre un yo que naufraga a un yo que sigue navegando. Por eso lo fundamental, plantea Lerner, ahora, en estos tiempos, es navegar en sí, una fortaleza en la marea. Lo importante sería seguir el juego, no tanto su conclusión, perseverar en la zona ilusoria, tradicional, donde podría darse la creatividad. Antes navegar era llegar a puertos seguros. Ahora no tanto. 

Pero hay que llegar a eso… 

Ciudad de México, junio-2017

  1. La base de este trabajo fue presentado en las 8vas jornadas de la Residencia en Psicoterapia para Adolescentes, UNAM, Ciudad de México, junio de 2017.
  2. J. Lacan, “El estadio del espejo como formador de la función del yo [je] tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica”, siglo XXI, México, 1990.
  3. F. Doltó, J.D. Nasio, El niño del espejo. El trabajo psicoterapéutico, Gedisa, Buenos Aires, 1987.
  4. J. Lacan, Sem. El reverso del psicoanálisis, sesión del 11 de marzo de 1970, Buenos aires, Paidós, 1992.
  5. “Este mensaje no es simplemente el No te acostarás con tu madre, dirigido ya en esta época al niño, es un No reintegrarás tu producto, dirigido a la madre”. Lacan, sesión del 29 de enero de 1958, Sem. Las formaciones del inconsciente, Buenos Aires, Paidós, 1999, p. 208.
  6. R. Rodulfo, “El adolescente y sus trabajos”. Estudios clínicos. Del significante al pictograma a través de la práctica psicoanalítica; Buenos Aires, Paidós, 1992,  p. 160. El subrayado es mío.
  7. R. Rodulfo, El niño y el significante, Buenos Aires, Paidós, 1989, p. 183.
  8. S. Amigo. Clínica de los fracasos del fantasma, Rosario, Homo Sapiens, 2005, P. 21.
  9. J. Lacan, Sem. La angustia, sesión del 14 de nov. 1962, Buenos Aires, Paidós, p. 22.
  10. J.D. Nasio, El placer de leer a Lacan, 1. El fantasma, Barcelona, Gedisa, 2007, p. 8.
  11. O. Mannoni, “¿Es analizable la adolescencia?” en La crisis de la adolescencia, Barcelona, Gedisa, 1996, pp. 26/ 27.
  12. J. Lacan, Sem. El deseo y su interpretación, sesión del18 de marzo 1959, Paidós, pp. 319/20. Trabajé de forma más extensa a Hamlet y su identificación (espejo) con Laertes en el texto, “La re-escritura del estadio del espejo y la identificación primaria”. Notas sobre el primer piso del grafo del deseo con Hamlet”. (Presentado en el Coloquio organizado por Dimensión psicoanalítica, Ciudad de México, marzo de 2017).
  13. H. Lerner, “Adolescentes: cazadores de identidades. Entre las convulsiones identitarias y los devenires subjetivos”, en Problemáticas adolescentes, intervenciones de la clínica actual (Morici y Donzino comp.), Buenos Aires, Noveduc, 2017, p. 25.

                                                                                           

Deja un comentario

Your email address will not be published.