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ENTRE BORGES Y FREUD: LO RE-SUSCITADO (I)

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La cuestión no se reduce a si el destino ya está escrito o no, sino en qué medida lo escrito se decide en la reescrituración por la lectura, en la reversión significante de lo irreversible. Es decir, ciertos escritos sólo se descifran esporádicamente allí donde se inventa –de invenire–, la ex-sistencia. Aventura de la generación y la sexuación, donde el riesgo [resecare] es el de resucitar el deseo.

Ricardo Saeigh

Trabajaba en este texto al tiempo que transcurría la Semana Santa, periodo de muerte y resurrección.

Resucitar en el diccionario María Moliner del latín re-suscitare, significa levantar

(Suscitar, del latín, con el prefijo sus (debajo) y el componente citus (movido): generar, provocar, producir, causar, impulsar algo).

1. devolver la vida a un muerto

2. volver a vivir después de muerto

3. reanimar a alguien que estaba decaído física o moralmente

4. hacer existir de nuevo algo que había desaparecido, decaído o caído en desuso

De las cuatro acepciones la más interesante es esta última y la que más se aproxima a este juego de palabras de Ricardo Saiegh: re-suscitar, volver a causar, hacer existir de nuevo, volver a suscitar el deseo.

Así podemos entender, desde el psicoanálisis, el acto analítico, y los cambios profundos en la vida de un sujeto, no necesariamente derivados de un proceso analítico, pero es el terreno privilegiado donde esperamos que algo de esto ocurra.

Ésta es también la manera en la que podemos comprender el encuentro a muerte entre los malevos de Borges que traía Miguel Marinas en la última reunión. En este sentido escuchaba el comentario de Ignacio Anasagasti, por el que morir es en realidad renacer. Y este tema del instante como una apuesta por un acto analítico. Cómo sino interpretar el final de ese cuento autobiográfico El sur de nuestro autor.

En El Inmortal lo hallamos, de manera primordial, cuando se produce la transformación de inmortal a mortal, paradójicamente, al introducir la medida del tiempo, ya no considerado como eterno, como extensión sin principio ni fin. Ingresar en el tiempo es morir un poco, pero al mismo tiempo se resucita a la vida, a la vida mortal. La pulsión de muerte pone límite al infinito.

Resucitar a la vida es resucitar al deseo, arriesgarse, aventurarse. Cuando van a buscar a Cristo resucitado lo que encuentran es una tumba vacía. En el Seminario 16 De un Otro al otro Lacan dice que aunque el dios que habla, el de los judíos, se levantó para irse, al menos para algunos, quedó el asiento del Otro, considerado como lo que está en el horizonte, lo que hace posible la experiencia analítica.

Desde que nos asomamos a este cuento Adolfo Bergerot nos trae la interesante divergencia entre inmortalidad y eternidad.

Estas dos ideas por momentos se me presentan con diferencias apreciables, la eternidad pensada en el ámbito de los dioses, de la existencia fuera del tiempo, no hay nada antes ni después.

Y la inmortalidad como la superación de un límite, el de la muerte. Pienso en los vampiros, y también en los jóvenes donde la cuestión de la muerte está velada, se sienten inmortales; o mueren y renacen todo el tiempo.

Pero en ocasiones los dos conceptos se complican y entrelazan sin lograr desenredarlos.

Acudir al significado no ayuda de forma decisiva:

Con origen en el latín aeternus, lo eterno se aplica a lo que ha existido y existirá siempre. También a las cosas que se repiten insistentemente. Y se emplea en sustitución de lo divino, referido a las cosas de Dios. La eternidad es el tiempo considerado como extensión sin principio ni fin.

La inmortalidad supone la existencia indefinida o infinita que consigue superar la muerte. A lo largo de la historia, los seres humanos han tenido el deseo de vivir perpetuamente, se repite la idea de perdurable, imperecedero. Pero me interesa cuando encuentro que: aplicado a las personas, se dice de quien ha hecho cosas de tanto mérito que su fama o memoria duran indefinidamente.

La inmortalidad es necesaria, no la personal pero sí esa otra inmortalidad (la cósmica)… Cada vez que repetimos un verso de Dante o Shakespeare, somos, de algún modo, aquel instante en que Shakespeare o Dante crearon ese verso. En fin, la inmortalidad está en la memoria de los otros y en la obra que dejamos”. En Borges, oral (1978).

Todos vamos a morir pero el milagro es olvidarlo, gracias a la pulsión que compele a la vida. Miguel Marinas nos recuerda la cita freudiana “En el inconsciente cada uno de nosotros está convencido de su inmortalidad“.

Liliana Donzis sintetiza: la eternidad tiene que ver con el tiempo, la inmortalidad con el número.

Entonces que alguna re-suscitación ocurra es a lo que aspiramos también en estos encuentros, con la ayuda de Borges, de Freud, entre otros.

Sus vidas, aunque coinciden en varios años, no parecen cruzarse:

En 1899, año de nacimiento de Borges, se publica el libro La interpretación de los sueños según el mismo Freud el mayor descubrimiento y por el que se siente más orgulloso. 

Y en el año 1939, año de la muerte de Freud, estamos en una de las etapas de mayor proliferación literaria de Borges. A finales de esa década le ocurren varios hechos trascendentales, la muerte de su abuela Fanny (abuela paterna), muere también su padre, tiene el accidente que casi le cuesta la vida, sucesos que quizá supera repercutiendo en una mayor actividad intelectual.

Resulta bastante probable que Freud no conociera la existencia de Borges y que no leyera alguna de sus obras, pero si sabemos algo de lo poco que atrajo el psicoanálisis a Borges. O al menos eso es lo que podemos deducir por lo que dice en alguna ocasión y sobre todo por lo que no dice. Por ejemplo publica el Libro de sueños y entre los 152 que selecciona no encontramos a Freud. Por otro lado en 1980 da una conferencia en la Escuela freudiana de Buenos Aires sobre los sueños sin nombrarlo.

Cuando le preguntan sobre ello contesta: “Pienso que Freud es una especie de loco ¿no? Un hombre trabajando sobre una obsesión sexual. Al fin y al cabo, el mundo es demasiado complejo para ser llevado a un esquema absoluto tan simple. Mientras que en Jung se nota una mente más amplia y hospitalaria”.

Su padre era, además de abogado y filósofo anarquista, profesor de psicología en el Lenguas Vivas, donde dictaba las clases en inglés utilizando como texto la versión abreviada del Manual de psicología de William James. Pudiera ser que esta preferencia del padre por una psicología más pragmática explicara que Borges se resistiera a dejarse seducir por el psicoanálisis, y especialmente por el padre del psicoanálisis, ya que muestra su preferencia por Jung.

Sin embargo, durante casi tres años, entre 1946 y 1949, Borges acudió a terapia dos veces por semana con el pretexto de buscar ayuda para vencer la timidez.

Pero entre el científico y el literato hay más en común de lo que parece:

– su amor por el español, Freud estudió español para poder leer El Quijote

– el interés por los laberintos, los espejos, los sueños y su interpretación

A pesar de su desinterés por el psicoanálisis a menudo le encontramos aceptando la potencia del inconsciente. Por ejemplo en una entrevista Borges afirma que en la sociedad se ha optado por la mística y la poesía antes que por la razón y el método, afirma “inconscientemente pero nos rigen“.

También en Borges, oral dirá que “El lenguaje es una creación, viene a ser una especie de inmortalidad. Yo estoy usando la lengua castellana. ¿Cuántos muertos castellanos están viviendo en mi? … Quizá lo más importante es lo que no recordamos de un modo preciso, quizás lo más importante lo recordamos de un modo inconsciente”

En la obra narrativa de Borges ocurre a menudo que, como en los sueños, el tiempo puede invertirse o se salta sin pausa hacia el futuro, o sucede que dos personajes son el mismo. Elementos que nos recuerdan a los mecanismos de desplazamiento y condensación en el inconsciente.

Para Freud existe una íntima relación entre los estados de sueño, vigilia y duermevela. A Borges le resulta interesante la confusión entre el sueño y la vigilia, que se da en particular en los salvajes y en los niños, considera que nuestra actividad mental es la misma. Afirma en La Pesadilla, la segunda de las Siete noches: “Tenemos esas dos imaginaciones: la de considerar que los sueños son parte de la vigilia, y la otra, la espléndida, la de los poetas, la de considerar que toda la vigilia es un sueño. No hay diferencia entre las dos materias. …cita a Shakespeare: “estamos hechos de la misma madera (estofa para Ricardo Saiegh) que nuestros sueños”.

Comparten la idea de que no hay una realidad objetiva, cada sujeto debe tomarse uno por uno. Freud afirma que la historia de todo sujeto es la invención que cada uno funda a partir de las experiencias que le han conformado, se trata de una construcción ficcional elaborada a través del lenguaje. Borges se sirve de símbolos sobre el mundo, la vida y la realidad, dándole a la ficción el estatuto de real, y de esa manera construye una propia ética de la existencia.

Por tanto en la experiencia analítica como en el proceso de escritura, ambos son lugares psíquicos de constitución de la subjetividad, son proyectos inconclusos que se producen de manera interminable.

En su escritura Borges propone el arte narrativo como un artificio y, en especial, trata un tipo de narración que sigue los procedimientos de la magia. En contraste con los escritores realistas que buscan presentar lo extraordinario como normal, con su pluma transforma la realidad cotidiana en algo novedoso y repleto de misterio, nos hace intuir la parte oculta de la realidad.

Ese misterio nos envuelve en El Inmortal, dónde no queda claro quién habla, quién es el que realiza el viaje, quién recuerda, qué parte de lo que ocurre es un sueño. Desde su inicio, hasta su final con la posdata de 1950, nos va dando pistas, con sus laberintos, mandalas y sueños; y así empuja a rellenar las intermitencias del texto, es una invitación permanente al ejercicio del pensamiento. La costura de un simbolismo con otro lo tiene que hacer el lector.

Borges entiende la literatura como recreación y considera que el lenguaje es resbaladizo, engañoso y ambiguo. Le atrae lo menor, lo que está en los bordes, en las orillas, en los márgenes. Y concibe a Dios como la fantasía de perfecta adecuación entre las palabras y las cosas.

Él dirá que siempre ha escrito el mismo cuento, y que la clave para leerle la encontramos en los primeros relatos. Dejar ver que en sus cuentos usa extraños símbolos para que el lector no se entere de que todos ellos son más o menos autobiográficos. Borges sí se entera y gracias a ello es que lo quiere ocultar.

Su interés por el lenguaje es compartido por el psicoanálisis. Hay algo imposible en la función del lenguaje para dar cuenta de una clasificación del universo que no sea arbitraria.

Para Lacan el sujeto es ante todo un efecto del lenguaje, antes de la palabra nada es ni no es. “La palabra es la que instaura la mentira en la realidad. Precisamente porque introduce lo que no es, puede también introducir lo que es. …. Sin duda, todo está siempre allí, pero sólo con la palabra hay cosas que son –que son verdaderas o falsas, es decir, que son– y cosas que no son”. (Lacan, 1981)

Y sostiene que la propia constitución del sujeto depende de la existencia de Otro. De ahí la importancia de que alguien nos nombre. Otro que no sólo es el lugar de los significantes, sino también del otro barrado y que justamente por ser un sujeto en falta puede desearnos, nombrarnos.

En el Seminario 6 El deseo y su interpretación afirma que “el sujeto aliena siempre su deseo en un signo, una promesa, una anticipación, algo que conlleva como tal una pérdida posible. Debido a esa pérdida posible, el deseo se ve ligado a la dialéctica de una falta”. Resulta que si la palabra se inscribe en la falta, sólo la falta posibilita el deseo y la palabra. La escritura es subjetiva y ahí actúa el deseo.

Borges afirma que la épica es una de esas cosas que los hombres necesitan, y por eso se ha de contar. Dirá: No creo que los hombres se cansen nunca de oír y contar historias.

Por lo que seguirá el consejo que le dio su padre, que sólo escribiera cuando sintiera la necesidad íntima de hacerlo, y que no pensara en publicar. Considera que hay que dejar que los temas nos busquen y nos encuentren. Comentará: “Emily Dickinson pensaba que publicar no es parte esencial del destino de un escritor; pero yo creo que si uno escribe cuando algo insiste en que uno lo escriba, ese resultado puede no ser desdeñable. La idea de sentarse a escribir algo me parece un error; querer buscar un tema también”. Entrevista en la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina, 1985.

Lo importante es lo que el escritor escribe sin saber y que conviene que lo que escriba vaya más allá de lo que se ha propuesto, de su intención.

En otra ocasión preguntado por la cuentista argentina Liliana Heker acerca de la contradicción ente el deseo de ser olvidado y el ejercicio de la literatura, explicará: “yo querría que se olvidara mi biografía, y mi nombre, y que se recordara algún cuento o algún verso mío. … Por ejemplo, yo he escrito milongas, y la ambición mía era que las milongas fueran conocidas y no se descubriera el nombre del autor. Pero no he llegado a eso. No, no, yo creo que, cuando uno escribe, uno tiene la esperanza de que la obra sobreviva. Pero si puede sobrevivir anónimamente, mejor; si puede ser parte del lenguaje o de la tradición, mejor”.

Entonces la lectura es una forma de ser todos esos hombres que él supo que no sería jamás: hombres de acción, grandes amantes, valientes guerreros. Llega a decir que uno no es por lo que escribe sino por lo que ha leído. A la hora de elegir un libro se inclina por dejarse llevar y asegura que si a uno no le gusta es que no es merecedor de leerlo.

Ricardo Piglia dice que hay dos tipos de lectores, el tipo Kafka y el tipo Borges. El tipo Kafka es el lector que busca no ser interrumpido, es lector de un solo libro. Sin embargo Borges transmite muy bien lo que es la lectura incompleta, está leyendo un libro pero está rodeado de su gran biblioteca, y un libro le remite a otro, y éste a otro y siempre falta un texto.

En el Epílogo a El oro de los tigres, nuestro cuentista, cita a Carlyle, para recordar que “La historia universal es un texto que estamos obligados a leer y a escribir incesantemente y en el cual también nos escriben“.

Para Borges la traducción es una práctica muy importante y opina que la literatura puede ser modernizada a través de ella, y eso no es algo a evitar. Insiste en que no siempre hay que ir al original del escrito sino buscar la mejor traducción puesto que algunas veces la copia lo mejora.

Él cuenta que la primera vez que leyó El Quijote fue en inglés y que después cuando lo leyó en castellano le pareció una mala traducción. Piglia dice no saber si es un chiste o no pero tiene mucho sentido si pensamos el Pierre Menard, que Borges traduce tan bien, que no pocas veces mejora la obra, y cuando uno va al original se da cuenta que las traducciones conservan el estilo de Borges, cuando cita a alguien, sea quien sea el escritor, esa persona escribe como Borges. Así la traducción como plagio está en Borges de manera muy subversiva.

Según Didier Anzieu en su ensayo El cuerpo de la obra, la creación consiste en aportar algo nuevo y ver reconocido su valor por un público. La creación, como el sueño y el duelo, implica un “trabajo psíquico”: ha de enfrentarse con “la falta, la pérdida, el exilio, el dolor” … “realiza la identificación con el objeto amado y desaparecido al que revive, por ejemplo, bajo la forma de personajes de novela”. Entonces el autor no sólo trabaja, sino que es trabajado por la creación. Crear, además, es “dejarse trabajar en el pensamiento consciente, preconsciente, inconsciente, y también en el cuerpo, o por lo menos en el Yo corporal”.

Volviendo a El Inmortal, para Borges este cuento es “un bosquejo de una ética para inmortales, su tema es el efecto que la inmortalidad causaría sobre los hombres”. Nos ofrece la degradación que el logro de la ilusión de un tiempo ilimitado acarrearía al hombre.

En el recorrido circular que describe se distinguen tres etapas y en ellas se entrelazan los conceptos de deseo, melancolía y duelo.

Se inicia con el anhelo de Flaminio Rufo por encontrar la Ciudad de los Inmortales, de cuya existencia viene a saber por un jinete moribundo. Los motivos por los que comienza la aventura no están claros, por una parte se ha quedado con ganas de más batalla, y por otra, aunque no está seguro de la existencia de la Ciudad, se contenta con emprender la tarea de buscarla. Después de un duro viaje llega a su destino solo y moribundo. 

Se apodera de él un gran sentimiento de fatiga cuando se da cuenta que ya la ha encontrado, y sus habitantes no son otros que los trogloditas, y que él es ya uno de ellos. Estos moradores, ante la inutilidad de toda empresa, parecen determinados a vivir en el pensamiento, en la pura especulación, se la pasan soñando y soñar es una forma de negar que se sea mortal.

Sin embargo no está solo, uno de ellos le ha acompañado y consigue vincularse con él una mañana que despertados por una lluvia de lentitud poderosa, le da un nombre: Argos. Y recupera el habla para denunciar que saberse inmortal es terrible: “Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal. Encarados así, todos nuestros actos son justos, pero también son indiferentes. No hay méritos morales o intelectuales. Homero compuso la Odisea; postulado un plazo infinito, con infinitas circunstancias y cambios, lo imposible es no componer, siquiera una vez, la Odisea. Nadie es alguien, un solo hombre inmortal es todos los hombres. Como Cornelio Agrippa, soy dios, soy héroe, soy filósofo, soy demonio y soy mundo, lo cual es una fatigosa manera de decir que no soy”.

A pesar de su deseo de convertirse en inmortal se da cuenta de su extravío, pues al no tener conciencia de su próximo fin, de su debilidad, toda acción se vuelve inútil, sin sentido, la inmortalidad implica el olvido, no hay tiempo o hay todo el tiempo, ser todo es lo mismo que no ser, está muerto en vida podríamos decir. Todo está hecho y todo se da por perdido “entre infatigables espejos. Nada puede ocurrir una sola vez”.

Si todo ya se sabe el sujeto nada puede perder, no hay lugar para el deseo, el objeto (a) se ha taponado, no hay posibilidad alguna de re-suscitar porque no existe deseo de.

En ningún acto hay reto para la apuesta, en la medida en que este se relaciona con el objeto (a). No se encuentra ni en los inmortales, tampoco en la melancolía.

En Duelo y melancolía, Freud señala que la melancolía se caracteriza por “(…) una desazón profundamente dolida, una cancelación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de toda productividad”. Así, el rasgo distintivo será la rebaja del sentimiento de sí, se produce un empobrecimiento yoico.

Además afirma que el sujeto sabe que perdió algo (siendo esa pérdida del objeto -o lo que haga sus veces- la coyuntura del desencadenamiento), pero el sujeto no sabe qué perdió allí. Cuestión que le hace suponer a Freud una disposición enfermiza. En un breve ensayo de 1916, ante la queja lastimosa de un amigo poeta preocupado por la idea de que, la belleza de la naturaleza o lo noble que los hombres pudieran crear, todo ello estaba destinado a desaparecer, Freud resalta el valor de la transitoriedad, justo por su escasez en el tiempo: “Si hay una flor que se abre una única noche, no por eso su florescencia nos parece menos esplendente”.

En su estrenado estado como inmortal la vida de nuestro protagonista, ahora ha cambiado pero insospechadamente hacia la degradación, donde impera la desgana y el hastío. Ahora le toca peregrinar por el tiempo siendo todos, sin una subjetividad propia, lo que le hace desear volver a ser mortal.

Pone fin a este período cuando el dolor de una herida le anuncia su nueva mortalidad y se siente pleno por ello, con la plenitud absoluta del vacío. Pues para los mortales todo tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso.Al repechar el margen, un árbol espinoso me laceró el dorso de la mano. El inusitado dolor me pareció muy vivo. Incrédulo, silencioso y feliz, contemplé la preciosa formación de una lenta gota de sangre. De nuevo soy mortal, me repetí, de nuevo me parezco a todos los hombres. Esa noche dormí hasta el amanecer”.

Esta segunda muerte, buscada afanosamente, tiene curiosamente un carácter auténtico.

“…decir que el hombre no sale de las circunstancias es otra manera de decir que no sale del tiempo, de lo sucesivo, y que no estamos en la eternidad. La eternidad carece de historia” dirá Borges.

Gracias a este corte es que recobra la condición de sujeto deseante, algo de ese recorrido le ha permitido incorporar la muerte.

En el duelo, la posibilidad de la pérdida está inscripta con anterioridad a la pérdida de objeto que el accidente del destino produce. En la melancolía el encuentro con una pérdida confronta al sujeto con esa forclusión inaugural de la pérdida, con la no inscripción del (a) como falta, y con la imposibilidad de simbolizar la pérdida acaecida. Los melancólicos no sufren tanto por lo que les falta como por la imposibilidad de inscribir esa falta articulada como pérdida.

Resulta que el objeto (a) no es el objeto hacia el que tiende el deseo, sino la causa misma del deseo. El deseo no es una relación con un objeto, sino la relación con la imposibilidad. El deseo es siempre deseo de alguna otra cosa, ya que es imposible desear lo que ya se tiene. Por lo tanto, el objeto de deseo es relanzado continuamente. El deseo surge, originalmente, en el campo del Otro, es esencialmente deseo del deseo del Otro, deseo de ser objeto del deseo de otro (y deseo de reconocimiento por parte de otro). Por lo que la constitución del sujeto implica asumir una deuda frente al otro sin lo cual el sujeto no tendría condiciones de existir.

En Borges, oralSeguiremos siendo inmortales; más allá de nuestra muerte corporal queda nuestra memoria, y más allá de nuestra memoria quedan nuestros actos, nuestros hechos, nuestras actitudes, toda esa maravillosa parte de la historia universal, aunque no lo sepamos y es mejor que no lo sepamos”.

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