Los tramos del ciempiés

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Humberto Ramírez

Relato:

Quizás porque mi niñez sigue viviendo la fascinación y el horror de querer saber lo imposible, quizás porque quise creer que los ciempiés se regeneraban cuando les cortaban en partes, recordé que en el fondo sabía que la verdad del sinsentido volvería. Y así fue. De boca de los locos y los poetas, como no podía ser de otra manera.

Ana Hounie

“Um trem de ferro com vinte vagões quando descarrila, ele sozinho não si recompõe. A cabeça do trem ou seja a máquina, sendo de ferro não age. Ela fica no lugar. Porque a máquina é uma geringonça fabricada pelo homem. E não tem ser. Não tem destinação de Deus. Ela não tem alma. É máquina. Mais isso não acontece com a lacraia. Eu tive na infância uma experiência que comprova o que falo. Em criança a lacraia sempre me pareceu um trem. A lacraia parece que puxava vagões. E todos os vagões da lacraia se mexiam como os vagões de trem. E ondulavam e faziam curvas como os vagões de trem. Um dia a gente teve a má idéia de descarrilar a lacraia. E fizemos essa malvadeza. Essa peraltagem. Cortamos todos os gomos da lacraia e os deixamos no terreiro. Os gomos separados como os vagões da maquina. E os gomos da lacraia começaram a se mexer. O que é a natureza! Eu não estava preparado para assistir àquela coisa estranha. Os gomos da lacraia começaram a se mexer e se encostar um no outro para se emendarem. A gente, nos, os meninos, não estávamos preparados para assistir a àquela coisa estranha. Pois a lacraia estava se recompondo. Um gomo da lacraia procurava o seu parceiro parece que pelo cheiro. A gente como que reconhecia a força de Deus. A cabeça da lacraia estava na frente e esperava os outros vagões se emendarem. Depois, bem mais tarde eu escrevei este verso: Com pedaços de mim eu monto um ser atônito. Agora me indago se esse verso não veio da peraltagem do menino. Agora quem está atônito sou eu”

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“Un tren de hierro con veinte vagones cuando descarrila, él sólo no se recompone. La cabeza del tren o sea la máquina, como es de hierro, no reacciona. Se queda en el lugar. Porque la máquina es un armazón fabricado por el hombre. Y no tiene ser. No tiene destinación de Dios. Ella no tiene alma. Es máquina. Pero eso no ocurre con el ciempiés. Yo tuve en la infancia una experiencia que comprueba lo que digo. De niño, el ciempiés siempre me pareció un tren. El ciempiés parece que tira de vagones. Todos los vagones del ciempiés se movían como vagones del tren. Ondulaban y hacían curvas como los vagones del tren. Un día nosotros tuvimos la mala idea de descarrilar al ciempiés. E hicimos esa maldad. Esa travesura. Cortamos todos los tramos del ciempiés y los dejamos en el terreno. Los tramos separados como los vagones de la máquina. Y los tramos del ciempiés empezaron a moverse. ¡Lo que es la naturaleza! Yo no estaba preparado para presenciar aquella cosa extraña. Los tramos del ciempiés comenzaron a moverse y a acercarse unos a otros para enmendarse. Nosotros, los niños, no estábamos preparados para presenciar aquella cosa extraña. Pues el ciempiés estaba recomponiéndose. Un tramo del ciempiés buscaba a su compañero parece que por el olor. Nosotros como que reconocíamos la fuerza de Dios. La cabeza del ciempiés estaba al frente y esperaba a los vagones que se enmendaran. Después, más tarde yo escribí este verso: Con pedazos de mi yo monto un ser atónito… Ahora me pregunto si ese verso no vino de la travesura de niño. Ahora quien está atónito soy yo.”

Manoel De Barros
Humberto Ramírez

Parte I…el artefacto

Atónito. Aturdido. En suspenso. Estado del ser aprisionado en la vorágine de palabras que yo escuchaba y en la mirada de nada que Piero había dispuesto en aquella primera consulta.
Exponía sobre la mesa una indicación psiquiátrica: “pase a tratamiento psicológico por crisis existencial” al tiempo que vociferante decía:
“Soy homosexual. Nunca pude mirar una película. No entiendo nada. Soy alcohólico. No soy inteligente. Soy Dr. en A, Dr. en B, Diplomado en C y Máster en D. (saca de un portafolio sus títulos y los pone sobre la mesa), Soy galardonado. Soy tartamudo. Soy esquizofrénico”

Las palabras eran filosas. Las imponía pujando la voz como llenando el espacio de sonido. Desde una mirada ausente respondió a mi pregunta veloz y certero: “Consulto porque mi vida no tiene ningún sentido”. “Tengo todo para ser feliz, auto no quiero.”

En mi perplejidad, me asaltó esa palabra… “auto”, que irrumpía de improvisto en la frase y se lo hice saber:
-auto? dije con tono de sorpresa
-auto
-tiene que ver con algo?
-No. Con nada, respondía contundente. Mi padre murió en un accidente de tránsito y no noto que me haya marcado. Yo tenía X años y él XX y fue el X del mes X del año XXXX. Él se dio vuelta para mirar una mujer y tuvo un estallido de cráneo. Yo no tenía ningún afecto por mi padre. Era golpeador. A mi me embutían la comida a la fuerza. La tartamudez es causada por esto, por la pésima relación. Pero esto no tiene ningún sentido. Me pasa que voy al cine y no entiendo nada. Mi mente va de acá para allá. No sé si es un delirio. Yo no disfruto de las cosas. A mi nadie me llama y no llamo a nadie. No puedo seguir una conversación. Estuve conversando con un colega que me llamó para consultarme y le dije lo que tenía que hacer. ¿Pero cómo puedo entender las cosas?
-Ud está queriendo entender…
-“Nada”, agrega contundente.

Intervine para señalarle que había dicho que nadie lo llamaba y que relataba que alguien lo llamó. Y que no podía concentrarse en una conversación, pero había escuchado y dado una explicación a su colega. Entonces por primera vez, me dirige su mirada al tiempo que con tono de interrogación me dice: ¿Vio?, ¿Vio como soy?
En ese momento me advertí de la índole de la transferencia instalada.

Mientras tanto, Piero continuaba:
“Lo que me gusta es vagar. Camino horas sin rumbo. Hoy me senté en la plaza de acá a la vuelta antes de venir. Yo nunca había hecho eso. Me dije: voy a prender un cigarro. Yo nunca fumo de tarde.
Le transmito con un gesto que no entiendo y responde: “¿Vio como soy?
Y continúa: “Le explico, lo que pasa es que me dije: Voy a tener una conducta distinta. Es que venía con una carga emocional. En definitiva: on line.”

Cuando llegué la vez siguiente al Servicio público donde trabajo, no vi a Piero en la sala de espera y escuché decir socarronamente: “Su paciente anda por ahí por todos lados, de arriba para abajo”.
Supe que era cierto. Circulando por los pasillos, Piero se movía sin tregua. Cuando me vio esta vez, su mirada buscó la mía. Sus palabras andaban más sueltas.

-Cómo está?, le pregunto mientras me siento
-Bien. Ando angustiado. Es por una perrita que tengo que mandar al interior(a la zona del país fuera de la capital).
Habla de su extrema sensibilidad con los animales y relata un accidente de tránsito en el que habían atropellado a un perro: “Yo me decía: Piero, cambiá de ruta, no pases que vas a quedar acongojado. Ahora estoy haciendo un duelo porque a mi perro la tengo que mandar al interior, a la casa de mi madre.”
-¿Y por qué lo tiene que hacer?
-Porque Bendita me complica la vida, yo la quiero demasiado y ella a mí también. Me complica para cuidarla.
-¿Y no puede?

  • Sí, puedo. Y llego bien al trabajo.
    -¿Entonces en qué lo complica?
    -Ayer llamé a una amiga para contarle que estaba viviendo un duelo por Bendita.
    -A mi todavía no me queda claro porqué se desprende de la perra.
    -Yo viajo y cuando me voy tengo que pagarle a alguien. Es inentendible
    -¿Será inentendible?
    -No es inentendible. Va más allá de la lógica. La tarjeta de crédito la puse arriba del ropero para no seguir comprando. Esta campera me la compré y cuando volvía me pareció que no era mi talle y fui a devolverla y me dio lástima y me la traje y me compré otra.
    -¿Lástima de qué?
    -De devolverla.
    -Como a la perrita
    -Idéntico (me mira)…A veces pospongo los viajes por ella. Le pago a una amiga para que la cuide. El animalito sufre…
    -¿Viaja mucho?
    -¡No viajo nunca! No salgo a ningún lado.
    -¿Entonces??
    -¿Vio como soy?
    -Yo estudio la situación. Yo le hablo y le digo: ¡Mirá que no me desprendo de vos! El único afecto es ella. Le pido a San Francisco de Asís, le prendo velas. No sé qué mas suplicarle. Voy a llevarla.
    -¿Por qué?
    -Porque hay un señor que va para allá. Por eso nomás.
    -¿Y Ud?
    -Yo viajo con ella
  • De modo que cuando viaja, puede viajar con ella…
    -Sí.
    -Ah! Entonces se puede(acentúo en el tono la idea de posibilidad) viajar con ella…

Le digo entonces que él dice sufrir su soledad y que su perrita es una compañía. Que además es un afecto importante. Que dice que es quien lo hace volver de sus deambulaciones. Quien le marca horarios. No veo por qué se tendría que desprender de su perra. Si además puede viajar cuando quiere con ella, tal vez podría considerar hacerlo, ir y volver, lo cual le permitiría darse un poco de tiempo y considerar una nueva posibilidad.
-¡Sí!, agrega entusiasta. Tiene razón. ¡Sí, eso, claro! Yo ya me di cuenta que Ud es brillante. ¡Qué suerte que hablé!
Y de esta forma inesperada pues, con una expresión de alivio, inaugurará su transitar.

Parte II…los nombres-cosas

Humberto Ramírez

-”Mi cerebro es muy sensible. Yo debo tener una fuga de ideas. Ud sabe que soy una persona rara. Hago cosas raras. No disfruto de las cosas. Fui a comer con mi hermano Yo no tenía hambre. Cuando uno no tiene hambre, no disfruta lo que come. Yo disfruté igual. Mi hermano dejó spaguetti en el plato. ¿Los vas a dejar, le pregunté? Me los como yo. Ahí se da cuenta de que soy disociado” Y agrega sin pausa:
-Yo no tuve pareja. Viví con una mujer durante años. Teníamos sexo varias veces al día. Yo no disfrutaba de la sexualidad. Jamás. Lo hacía porque estaba ahí. Tengo el síndrome disociativo-discordante.
-¿Porqué lo dice?
-¿Y no es disociado disfrutar de las relaciones sexuales con alguien que no se tiene ganas? No tiene sentido.

Tras “disociado”, emergían otras designaciones: “tartamudo”, “adicto” o “comprador compulsivo”. Parecía usarlas como “etiquetas”, las que ostentan la marca por la que una vestimenta se destaca. En cada nueva sesión algunas de estas nominaciones de sí mismo reaparecía, en ocasiones antepuestas con un “No”, aunque nada parecido a la función de la negación en el discurso neurótico. Era frecuente escucharlo decir: “Yo no soy homosexual” o “Yo no soy alcohólico”, y por supuesto jamás tartamudear.
Asimismo, yo me iba percatando de las diferencias entre cada una de estas nominaciones. No todas ellas tenían el mismo espesor, ni eran invocadas en el mismo sentido. “Alcohólico” y “adicto”, por ejemplo, eran las que mas frecuentemente acompañaba por un previo “No”: “Mira, Yo soy alcohólico. Nunca lo había dicho así. Lo que yo tengo es una patología del pensamiento. Yo voy a casa y tomo 10 clonazepán al día, mas una fluvoxamina y una fluoxetina. Los mezclo con dos whiskies con coca-cola y empiezo a fumar.” O, “anteayer tomé 3 mg de Risperidona que es un antipsicótico atípico, lugar del receptor dopaminérgico, 2 mg de clonazepán que es el Rivotril que tiene cuatro funciones anticovulsionantes, hipnótico, ansiolítico y antidepresivo, mas un opiáceo, el dextropropoxifeno, 36 mg, mas dos o tres whiskies y quedé planchado”

A su vez, esto estaba para él directamente relacionado con el rendimiento de la sexualidad: “ahora estoy en fase de manía. Yo no sé si tengo un trastorno esquizo-afectivo. Yo cuenta de las cosas me doy. No puedo concentrarme en nada. Con todo eso mezclado quiero tener sexo oral con un tipo y no tengo erección. Tampoco con la masturbación. Me dije Pierino: si no pones control a las cosas, las cosas te van a controlar a ti. Eso hice. Todas las pastillas las metí en una bolsa en un rincón. Todos esos nombres que te dije, me faltaron las benzodiazepinas, los tiré ni recuerdo dónde. La dopamina tiene que ver con la erección del pene. Pasa que el otro día me la chuparon como tres tipos, no sentí demasiado placer y tuve serias dificultades con la erección. Y ¡pum!, borré todas las pastillas. Los cigarros los apreté y ¡pum! Tiré todo a un balde y al inodoro y ¡blanco! Se fueron. Las botellas de whisky las tiré por la ventana. No estoy tomando absolutamente nada. Anoche no dormí porque estoy en pleno período de abstinencia.: manía, inestabilidad, enuresis, insomnio, cefaleas, los cinco ítems”. Y más adelante “Yo no soy alcohólico”

Decía sufrir de una gran soledad: “a mi no me llama nadie ni yo llamo a nadie” “Mi mente va para allá, viene para acá y no entiendo nada. Salto de un lado hacia el otro, hago zapping. Tengo que hacer enormes esfuerzos para seguir una conversación, un diálogo. Acá parece que puedo hablar”.
Decía que conmigo podía mantener el diálogo, que no se sentía tan abrumado por cortes, vacíos, inconexiones de la significación, como los que lo invadían como cuando intentaba a ver una película, o seguir un diálogo extenso. Mis intervenciones habían tenido este fin, operando al modo en que el “sentido común”, -no porque exista como tal sino por su función-, reconoce entre dos presencias la posibilidad de interlocución. Yo cuestionaba, preguntaba, confrontaba o afirmaba desde el lugar donde había sido apelada, lejos del sujeto supuesto al saber que se revela en el análisis del neurótico. Él se empeñaba en exhibir la inconsistencia del lenguaje como posibilidad, y yo, al acogerla, intentaba marcar su tránsito del nombre-cosa a la evanescencia del ser hablante.

Parte III…el nudo

Humberto Ramírez

Considerar el diagnostico de “crisis existencial” como el surgimiento de las interrogantes que conmueven en un momento acuciante de la vida tenía algo de cierto, pero no en el nivel más racional, sino en el del acto mismo del decir, pues lo que Piero se empeñaba en exhibir era el descarnado sin-sentido de las palabras en las que habitaba su existencia.
Se cuidaba de que los nombres que se adjudicaba, títulos, galardones que enunciaba, no indicasen nada que retuviera una coherencia de significaciones posible: era homosexual pero nunca había estado con un hombre, vivió en pareja con una colega durante cinco años pero nunca había tenido pareja, tenía cuatro diplomas universitarios pero era mediocre, poseía una memoria excelente pero todo se le esfumaba, era alcohólico pero no lo era…Era, era… era muchas cosas mas, pedazos, partes de sí que eran y no eran.
Soy A, soy B, soy C., soy D, decía, Y si era convocado a discurrir a partir de alguna de estas nominaciones, a desplegar significados a propósito de ellas, se encargaba de mostrar allí la inoperatividad de la función significante de estos términos cuyo destino es convocar una ausencia. Mas bien se trataba de nombres que valían por su función de designación de algo, como elementos de un código, palabras de un diccionario elegidas para la comprensión de un idioma. En las distintas sesiones, alguna de estas formas de nombrarse aparecía en su decir. “/…/Yo soy cleptómano”… ¿por qué? le interrogaba yo, “porque robo plantas”. “Pero soy incapaz de robar. Nunca le robé nada a nadie”.
-¿Entonces porqué lo dice?
-¿Vio, vio como soy?

Que somos seres de lenguaje, es dato de nuestra experiencia de existir. Pero cierto es que no todos habitamos este lugar de la misma manera. Me interrogaba así, lejos del ámbito de la comprensión, sobre el lugar que este hombre destinaba a la palabra, hacia dónde estaba dirigida, es decir, el para qué de estas nominaciones, porque no me cabía duda de que había instaurado una demanda. Pero ¿cuál? ¿Cuál era el lugar que me reservaba en la transferencia? Pues si hay la posibilidad de lo que llamamos diagnóstico de estructura, aquello que nos permite orientar una intervención, es preciso dar cabida a estas interrogantes.
Yo sentía que asistía a un sujeto cuya relación a la palabra, a aquellas que lo designaban, era la de concederles la función de vestiduras, atavíos que cubren al cuerpo de un ser que puja por existir a través de ellas.
En el mismo corazón del nudo que vincula el ser con la palabra, punto de inconmensurabilidad radical, Piero situaba su crisis. Y éste era el sentido de lo que había llamado su “crisis existencial” (pues esas eran sus propias palabras que había dictado a una psiquiatra amiga), como una verdadera crisis de existencia en el plano en el que la remisión significante no permite de ningún modo definir a un ser. “Desde el punto de vista de los significantes que constituyen al Otro, el Ser queda a la espera, como alma en pena” (Pommier,1984)

El conjunto de enredos pulsionales que nos atraviesa y que nos conmueve como deseantes en nuestros movimientos a los otros, no siempre se revela lo suficientemente enigmático. En ocasiones, en momentos álgidos de conmoción subjetiva, en el punto de apelación al saber del Otro, la ilusión de una respuesta que organice nuestra subjetividad en torno a un referente posible2, se vuelve garantía de existencia. Sin embargo, este saber equívoco, revelará tarde o temprano su condición de imposibilidad.
Ahora bien, la experiencia nos muestra otras respuestas posibles, otras maneras de relación con el lenguaje que nos habita.
Cuando esa dimensión que Lacan llamó goce se presentifica en forma certera y acuciante evidenciando un universo que aniquila la dimensión subjetiva, el sujeto intenta defenderse desesperadamente de esta suerte de muerte. Ante la inminencia de una caída en las fauces del Otro, apela a la reconstitución de un saber que mantenga una distancia posible, una distancia que reasegure su existencia.
En la neurosis, dada la inscripción en el sujeto de la operación llamada metáfora paterna, la apuesta es al saber de referencia del Padre y en torno a éste se orienta. Sin embargo, en la psicosis, al no existir esta referencia a nivel simbólico, al estar desasido de este organizador central de las significaciones, nos encontramos en el tiempo de crisis ante un sujeto que busca desesperadamente un saber que lo proteja y que encuentra en la errancia metonímica. Como plantea Contardo Calligaris a propósito de la estructuración subjetiva psicótica que no ha estallado aún, la demanda se instaurará en el punto de invocación a ningún referente supuesto, -dada la inexistencia de significante ordenador-, sino al Saber en sí, al saber en si mismo. De este modo, procuraría “construir una metáfora homóloga a lo que es una metáfora neurótica de filiación, pero no como una función paterna simbolizada y sí con una función paterna en lo real.” (Calligaris, 1991)

Parte IV…La búsqueda

Humberto Ramírez

Si la amenaza para este hombre estaba ante la invasión del sentido del sin sentido; ante la vivencia de su suspensión en la interlocución, lo asaltaba una pura nada o puro todo de nada. Una totalidad de deriva del significante, una invasión de toda suerte de existencias, de vestiduras de las palabras, se le tornaba absolutamente necesaria, vital, para no derrumbarse en el universo impactante de La Significación. Reconstruir un sistema posible en el que instaurar al significante en su función misma (la de no significar nada, sino designar la presencia de un sujeto ante otro significante instaurando una cadena que pudiese dar cabida a una ausencia) era la clave. Invención que diera lugar por donde horadar al goce absoluto. De ahí la necesidad de presentarse a través de sus nombres, para decir que sí era esto o aquello pero no lo era, dirigiendo esta cuestión a distintos profesionales que para él encarnaban insignias de ese saber.
Había recurrido a dos psiquiatras para le dijeran que era esquizofrénico, y como la respuesta era que él no era “un disociado” (“Ud no es esquizofrénico”, le habían dicho), él seguía buscando pues esa respuesta “no le cerraba”. “Si me dicen que sí, me cierra todo”,” si me dicen que no, no me cierra”.
Que le hubieran dicho que no, le había posibilitado seguir buscando, impidiéndole una coagulación en la certeza, cuestión que hubiera en él resultado nefasta, por convocarlo a una dimensión incuestionable, dado que allí, el diagnóstico hubiera operado como una pura designación del sujeto, sin remisión a una cadena posible.
La dimensión del proceso que realiza conmigo parecía dar cuenta de un trayecto diferente. Al menos en el punto donde no se había constituido en un lugar donde buscar ni encontrar una respuesta a esa pregunta que de hecho nunca había formulado. Lo que había puesto en juego, haciéndome partícipe de la escena de sus relatos, era una suerte de recorrido por el que demandaba ser acompañado, -en la medida de que yo representaba ese “saber sin sujeto”-, por un otro con el que sostener un encuentro que en cierta forma funcionara como organizador del campo del lenguaje y pusiera en relevancia ante todo su función. De ser así, a través de la presencia de una discriminación posible, en el ámbito de esa apelación a un interlocutor que cuestionara sin signar, sostenía su existencia y esto lo precavía de la crisis que lo amenazaba.
Calligaris (1991) da cuenta muy acertadamente del valor de este recorrido en el tiempo en que un sujeto psicótico efectúa una demanda de análisis, previo al desencadenamiento o estallido de la psicosis propiamente dicha. “Cuando un analista encuentra a un paciente en el camino de la errancia, cuando se encuentra interpelado de ese modo, nunca es interpelado como sujeto supuesto saber del paciente, posición desde la cual interpela un neurótico. El es interpelado tal vez como una red lateral del saber. Él mismo es un pedazo de mapa. Y tal vez lo que esté siendo interpelado en un analista es el psicoanálisis mismo, como un pedazo de un saber total a través del cual el psicótico va a pasar, como va a pasar por otros lugares, en un camino de la errancia del que el psicoanálisis también forma parte”

Ciertamente, Piero había explicado porqué había iniciado aquí, este nuevo tramo de recorrido: “Yo no me creo omnipotente, por eso vengo a ti. Soy esquizofrénico, lo reconozco, a mí nadie me lo dijo. Yo tengo que luchar con mi mente. Yo aquí contigo tengo un excelente rapport, yo ya me di cuenta. Tú sabes, vas a congresos, como otros profesionales. Pero nadie lo sabe todo. Hoy tuve que continentar a un psiquiatra. A cuatro pacientes mató”

Existir… cuestión de vida o muerte subjetiva.

Parte V…El montaje

Juan Manuel De la Rosa

Piero había llegado al tratamiento en el tiempo de avizoramiento de una crisis que ponía en juego su existencia, procurando a través de un tránsito posible, una mirada que le diera certeza de existir. Ésta, en su dimensión de envoltura jugaba un papel central. Piero parecía escenificar con los nombres que se daba, instantáneas de tiempo de ser en espera, reclamando la puesta en juego de una mirada. Tiempo de “ser atónito”, en suspenso, tiempo del ser que busca ante la inminencia del corte, la reconstitución, la configuración de una unidad en el reconocimiento de las partes.
En la búsqueda de la mirada, su propio ser pujaba por realizarse cada vez que se ponía en juego alguna suerte de inconsistencia, de agujero del sentido: “¿Vio? ¿Vio como soy?”, verificando en su apelación: ¿Vio como soy-siendo?, una llamada a un otro que reconociera una existencia. Pero ser y existencia no son la misma cosa, advirtieron múltiples pensadores del alma, a los que llamamos filósofos. Los analistas, aunque seguramente ubicándolas en otro orden, también sabemos de esa distinción.
Piero encontraba en las conversaciones conmigo alguien que lo ayudara a soportar su alocución, no en la búsqueda de un descifrado, sino en el preciso sentido de una afirmación de la presencia misma del ser que habla.
No se trataba en mi intervención de ninguna finalidad de reunión de los pedazos dispersos en una totalidad unificante, sino que si de algún montaje se trataba, éste era el de la puesta en juego de la operación de montaje en si misma, en una construcción que atemperara el goce amenazante de los significantes de la constelación paterna que golpeaban en él sin tregua, desde lo real.
Su cabeza estallaba, -no su cráneo-, pero como en la brutal escena relatada en torno al padre, la que sentía fuera de cualquier sentido para él, hacer-ahí con las partes era algo que se le imponía.

Parte VI… Poder manejar

En el devenir de la travesía por ambos inaugurada, algunos mojones fueron emplazándose. De su historia, transmitida a modo de flashes de escenas, que “no le había influido para nada”, había dicho:
-Mi padre se dió contra una columna y le estalló el cráneo.
-¿Y Ud como sabe que fue por mirar a una mujer?
-Hace poco que lo supe. Me enteré por mamá.
-¿Y cómo sabe su mamá que ésa fue la razón?
-Porque vivía ahí la mujer y supuestamente pasa esto: él era un muchacho joven y tenía auto y tenía atributos…
-¿?
-”Tenía otra amante. Mi madre me llevaba a mi a los posibles encuentros que mi padre iba a tener con ella y entonces mi madre la agarraba a palos. Es pésimo eso. Me lo hacía ver.
-¿Por qué lo llevaba?
-Para no dejarme sólo, yo me acuerdo de todo, tenía cuatro años.
-¿Nunca cuestionó a su madre por hacerle ver esto?
-Tendría, pero ya no tiene sentido. Probablemente mi conducta homosexual tenga que ver con todo esto.
-Cómo?

  • No entiendo. A mí las mujeres no me atraen sexualmente, soy íntimo amigo, eso sí.
  • En su relato andar con la mujer parecía terminar mal, le digo acentuando el tono con cercanía
    -¡Claro! Yo soy completamente diferente. Los dos eran golpeadores. /…/ Yo no me daba cuenta. A mi me imponían las cosas. No aprendí a manejar de bobo que soy.
    -Bueno, hubo en su historia un acontecimiento muy duro relacionado con esto del manejo, en el que falleció su padre…
    -Pero mi padre era una persona que yo nunca quise. Era un golpeador. Yo tengo un pésimo recuerdo de él. Yo tengo un vacío afectivo que es propio de la esquizofrenia.
    -Pero dígame Piero, ya que Ud sabe tanto de la esquizofrenia, ¿no es raro que un esquizofrénico diga: “soy un esquizofrénico”?
    -Sí, es raro. Al preguntar a los pacientes ¿Ud que enfermedad tiene?, dicen que no saben, dicen que sí, porque lo vieron escrito. Yo me puse un rótulo. Yo te dije que soy alcohólico, yo lo pongo muy en duda. Y lo que yo llamo homosexual no sé bien qué es. Cleptómano es mentira que soy porque soy muy selectivo en las cosas, robar plantas no es. Y mitómano, no soy tan mentiroso. Me pongo nombres sí. Ahora tengo que aprender guitarra…
    -¿?
    -No sé. Y a aprender a manejar autos también.

Ambas cuestiones me parecieron relevantes, hacer algo-ahí con los nombres, introducir la posibilidad a través de la música, un goce de la creación que recorta de otra manera el campo simbólico. En definitiva, aprender a manejar como forma de manejar elementos de la constelación paterna, resurgiendo de la eclosión.

Parte VII… Una metáfora de filiación

Una cuestión interesante se había desplegado a partir de sus “deambulaciones”, su caminar sin rumbo, único lugar de disfrute en el que ocurría algo orientador: en su camino, “encontraba” objetos tirados, perdidos y los recogía.
Esto lo encontraba en una posición radicalmente opuesta a la que tenía como “comprador compulsivo”. En ésta, lo importante era adquirir vestimenta “de marca” y no usarla nunca, acumularla para luego encontrar a quien regalársela. Así, decía tener una colección de pantalones sin uso, frazadas, y otros objetos. Por el contrario sí usaba aquello que había encontrado y lo vestía con gusto en las sesiones. Me lo mostraba: “¿Ves este sweater? lo encontré ayer…Compré una campera y regalé dos que había comprado, una LEWIS y una NIKE. Son preciosas, después compré una que no me gustó. Encontré un tapado de nutria canadiense divino en un tacho de basura. Es una belleza, lo más fino que hay. Se ve que la dueña era muy cuidadosa. Encontré un tapado de gamuza que se lo iba a dejar a Milagros, pero Milagros pierde mucho pelo. Yo tengo no menos de diez frazadas en el armario pero no me gusta sacarlas y paso frío, entonces voy a dejar el tapado para taparme yo. Mi madre no quiere que yo use esas cosas, dice que son porquerías. Yo ya te dije de la importancia de las cosas que encuentro por la calle.
Yo le había señalado que cuando en sus caminatas él encontraba algo desechado y lo ponía en uso, incluía ese objeto en una serie, otorgándole una continuidad en la historia, y había respondido:
“Cuando camino, hago lo que quiero sin involucrar a nadie. Yo sólo hago cosas inéditas, busco cosas por la calle, a ver qué puedo encontrar y las levanto. Objetos, una planta, un pañuelo verde. Ayer encontré un alambre doblado. Otros días, un almohadón, un cable, un pañuelo, un sweater, dos pelotas de polo. A mi perra. ¿Ves esta camisa? Yo adoro lo que encuentro tirado por la calle. Le digo a Milagros: ¡Pensar que te encontré tirada por la calle!¡mi fiel compañera!…Regalo sweaters, las camperas mías. Lo que encuentro no lo regalo, lo que compro sí. ¡A mi perra no la regalo! Ud. estuvo brillante, menos mal que lo dije acá. Porque tanto ella como yo nos hubiéramos extrañado de una forma insustentable.”

Ciertamente esta actividad era altamente significativa para él. Se convertía en sus caminatas en un buscador de cosas desechadas que convertía en tesoros y de esta forma él rescataba del abandono, de la pérdida. Además, les procuraba una historia previa, una suerte de filiación. De este modo, establecía una cadena posible que soportaba un enigma en el origen, para darle una suerte de nuevo nacimiento, una forma de paternidad sobre aquello que encontraba.
Yo escuchaba esto con interés y le había preguntado si cada vez que encontraba algo se imaginaba su historia anterior, a lo que él había respondido entusiasta que sí, que siempre lo pensaba: “Yo le pregunto a Bendita: ¿de dónde venías cuando yo te encontré? ¿Cómo te llamabas antes de yo encontrarte? ¿Cuál era el nombre de tu madre? ¿Quién era tu dueño? ¿Dónde vivías? ¿Sabes una cosa? Yo le hice tomar la comunión. Pedí dos hostias, engañé al cura (se ríe), es un acto infantil. Yo la encontré en la fecha X/X/XXX y la comunión se la hice el Y/Y/XXXX. Ahora tengo que hacerle la confirmación”.

En mis intervenciones, acotar la imposición materna había posibilitado poner una suerte de punto de basta, de suspensión al goce, produciendo en él un efecto de alivio consecuente:
-Yo soy cleptómano. Soy ratero. Ayer arranqué de un lugar una parte de una planta madre que había y la planté. Yo digo que soy cleptómano.
-Una vez mamá me dijo que dejara a mi perra en el mismo lugar en el que la había encontrado. Me dolía en el alma. Yo no quería. Y tiré la perra. Fui en bicicleta y tiré la bicicleta también. Después tiré todas las plantas a la calle.
-¿Todo eso porque su mamá le dijo?
-Sí, y a las ocho de la noche, no voy a buscarla, me dije. No voy a tener mi conciencia en paz. Bendita se vino sola (se trata de una distancia considerablemente larga). Eso es una manifestación de humildad que tuvo conmigo. Es para quererla pobrecita. Ella dijo: “Yo voy a mi casa” Sí, “yo tengo mi casa”. Ella tiene un lugar en mi casa. Es como una persona. A mi me sirve”.

¡Sí, claro que le servía! como le habían servido algunos puntos de anclaje que se había procurado en el trayecto reorganizador de su mundo del que me había hecho partícipe. Pero también, había descubierto que era tiempo para él de servirse de otros interlocutores.

Parte VIII…el final

Juan Manuel De la Rosa

Había llegado el término del tiempo reglamentario estipulado institucionalmente para terminar, lo que determina desde ya un problema a considerar: aquél de los tratamientos con tiempo acotado a-priori en el trabajo con la psicosis.
En ese entonces cuestioné mucho al saber sanitario que en términos de políticas de mercado obligaba a concluir los tratamientos en términos de 6 meses, es decir del tiempo presumido de Cronos. Ese arrebato de arrogancia que desconoce los tiempos de Aion y Kairòs que intervienen en los procesos subjetivantes.
Pero el problema era un gran nudo que envolvía la dimensión ético-política en la que yo misma transitaba, ya que los reglamentos no dudaban en acusar de falta de ética a aquellos profesionales que continuaran en forma privada con tratamientos que habían comenzado en el Servicio. Una regla que consideré necesario interpelar desde la singularidad de cada caso y fundamente mi posición en virtud de la índole del proceso clínico que me concernía. Sin embargo, llevando en los intercambios con colegas dicha regla al límite sus razones, me encontré en el fondo con el factor de goce propio de los procesos de producción de subjetividad neoliberal: “lo que pasa Ana es tienes que entender que si se hace una excepción, se abre la posibilidad de que los psicólogos atiendan aquí pacientes para después llevárselos a sus consultorios particulares cobrándoles dinero. O sea, tenemos que evitar el curro”.
Sólo esta circunstancia amerita un análisis profundo de las condiciones en las que se implementan tratamientos psicológicos o psicoanalíticos en Servicios de atención pública.

Fueron días de muchos sinsabores. Todo lo que logré fue la extensión del plazo por tres meses más. Pero para mi esto era sólo una nueva cronología y me interrogaba acerca de cómo introducir en el trabajo con Piero el entramado por el cual la temporalidad se inscribe en sus distintas dimensiones.
Pero Piero había respondido que aceptaba la terminación. Lo dijo contundente y sin mediar moción ninguna. Que no me preocupara, aseguró respondiendo a mi pregunta sobre lo que le ocurría a él con este “saber del final”. Y ante la posibilidad de prórroga que le comunicaba había conseguido, con una suerte de indiferencia aseguraba que no era necesario ya que él no quería perder su tiempo ni hacerme perder el mío. Lo decía repetidamente y yo advertía en esa insistencia, la marca de algo. Como la del dolor que se hace mudo.
Se despidió diciendo que lo que él tal vez necesitara ahora era un dispositivo grupal de cualquier índole, pues precisaba relacionarse con otros.
Hubo en este final un punto de suspensión, de interrogante en la conclusión. Es que finalizar y concluir son cosas distintas. Por un lado, yo entendía la importancia de la continuación del proceso por el tiempo necesario que le permitiera la creación de un nudo que estabilizara su estructura, eso que a veces toma años, a veces siempre, a veces nunca. Pero al mismo tiempo, he de decir que Piero intentaba hacer algo de cuya imposibilidad hasta el momento se quejaba: separarse, ya que él había dicho al comienzo que no podía separarse de nadie porque no hacía contacto con nadie.
Ahora, bajo un “no me esperes” ponía sobre la mesa una cuestión importante en el tratamiento con la psicosis, tal es el lugar de la disponibilidad sin espera del analista que ya señalara Calligaris.

Sin embargo, si lo terminado aplacaba las tensiones, lo no concluido pulsaba inquietante. Y en breve me toparía lo inesperado. Pocos meses después de no haber visto más a Piero, leí una noticia en los diarios: Médico internado en clínica psiquiátrica por haber golpeado en plena calle a su antigua maestra de escuela cuando ésta lo reconoció. Y aunque el nombre estaba escrito con iniciales supe que se trataba de Piero.
Esperar lo inesperado o no-esperar lo esperado. He ahí un oxímoron extraño, pero no encuentro mejor forma de definir ese entonces.
Sin embargo la espera, como bien señala Marcelo Percia, si no se confunde con la esperanza de que suceda algo, puede pensarse como dar o darse tiempo, tiempo de llegada.
Algo de esta llegada aliviaba cualquier sombra de inquietud aún cuando por mi parte, yo había transitado una experiencia cuyo carácter, desde un comienzo, no había cesado de conmoverme.

Cuando nos enfrentamos a la singularidad de la experiencia clínica, nuestra condición de apertura a lo diverso se torna condición insoslayable.
Si de algunos actos sólo somos testigos en la trama de un destino al que asistimos como espectadores, en otros, nos es dable la posibilidad de asistir en la escritura de este mismo destino, involucrados en sus marcas.
Así, concedemos al tiempo los trazos que éste convertirá en narrativa, en un acto de transmisión que nos re-crea subjetivamente.
En el margen de estos caminos, en la zona de tensión que los habita, se situaba toda la dimensión de la pregunta de las que mis palabras parten.

Y qué hacer con las partes, pedazos de cada uno, encuentra en cada quien una respuesta singular:

Para Piero, transitarlas a modo de reconocimiento de su posibilidad de existir en la búsqueda de un instante de alivio ante su multiplicidad inasible.

Para el poeta atónito, la maravillosa posibilidad de inventarlas dándoles así su dimensión de captura de lo inasible del ser.

Para mí, la escritura de este texto, pensamiento nacido en el seno de la experiencia con las partes rotas del lenguaje que tantas veces ilusoriamente, intentamos componer.

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