/

Apuntes sobre mi arrobamiento con el arrobamiento de Lol V. Stein, de Marguerite Duras (Texto previo)

16 minutos de lectura

En este trabajo lo que me he planteado desde el principio es una pregunta: ¿Qué es lo que le pasa a Lol V. Stein?

Es evidente que LVS tiene un problema con su cuerpo, en el sentido fuerte de su cuerpo de mujer. Como cuerpo de mujer es un genérico, me refiero concretamente a algo que tiene que ver no con la materialidad del cuerpo, sino con su consistencia. LVS no tiene un trastorno en su identidad como mujer, en relación con algo que habría fallado en sus identificaciones, en la matriz de sus ideales femeninos.

En LVS, según mi interpretación, hay un grave quebranto, daño, que afecta a la consistencia imaginaria del cuerpo, el cual, utilizando un término schreberiano, es un cuerpo hecho a la ligera, de una extrema fragilidad, endeblez, lo que le impide entrar en cualquier tipo de relación sexual con un hombre, porque, ante el más mínimo requerimiento del hombre para poder gozar de su cuerpo, éste, se disuelve, desaparece, se volatiliza.

Es por este motivo, que Lol trata de sostener relaciones con hombres impotentes, que no la desean sexualmente, que no quieren gozar de su cuerpo. Es el caso de su marido oficial y oficioso, que es una especie de madre o de cuidador, de acompañante terapéutico. Con él está diez años después del incendio-baile de T. Beach, porque su relación no se rige por la pasión, el deseo o el goce, sino por el convencionalismo más chato.

La pregunta es por qué Lol no puede entrar en una relación sexual con un hombre; por qué, cada vez que lo intenta, sabiendo ella que no se puede vivir una vida sin deseo, amor, o goce, se vuelve loca. Es el caso del baile de T. Beach, y su relación de amor con Michael Richardson. Todos los prolegómenos del baile van bien. El problema surge cuando ella se imagina que, en el encuentro sexual con Michael, él la va a desvestir, la va a despojar, a arrebatar su última defensa frente al goce, que es el vestido, el traje de todas las galas, y, por así decir, va a quedar su cuerpo al desnudo, sin nada que lo proteja, lo defienda de la demanda de goce por parte del hombre, que ella vive como una amenaza insoportable, que la puede hacer desaparecer en (de) su cuerpo, volatilizarse, quedando no tanto despedazada o fragmentada, como sin-cuerpo, des-corporeizada, como consecuencia sin existencia en el mundo.

Esta fatalidad se cumple en T. Beach con dos hombres que ella desea, Michael Richardson y Jacques Hold. Lo importante no es que ella los desee, sino que ellos la desean a ella. Y, por consiguiente, van a buscar su goce en su cuerpo, en su propio goce, van a querer gozar de ella, escarbar la tierra de su corpus nada santo.

Y, lo trágico, es que ella se vuelve loca porque no hay ella para responder desde su cuerpo, desde su goce, al deseo del Otro, a la demanda de goce del partenaire sexual.

Rene Magritte. La mirada

Esto se pone en evidencia desde el momento en que ella, para poder seguir siendo ella, sustrae su cuerpo de cualquier relación sexual posible, manteniendo siempre, a costa de lo que sea, la distancia de la mirada que la preserva, protege, ampara, de lo que podemos denominar el cuerpo a cuerpo, o, dicho de otra forma, el goce a goce.

Ella solo se sostiene en su integridad corporal a través del goce a distancia de la mirada, evitando de la forma que sea el abrazo sexual, que, para ella, es una amenaza ominosa. Entre los brazos de un hombre ya no sé quién soy, ya no soy, no sé si soy Lol o si soy Tatiana, o soy las dos, lo que es imposible; o soy nadie o soy cualquiera; en los dos casos, no soy, desaparezco.

Es evidente que el sexo es una locura. Y, si lo es, lo es para todos, no sólo para Lol. Es una especie de locura universal que afecta a todos los hablanteseres, debido a que, en primer lugar, tienen que escribir su sexo, el de su cuerpo, lo que los hace gozar, confrontándose sin remisión a lo más radicalmente ajeno, extranjero, a ese real inasimilable, imposible de metabolizar, de aprehender por el lenguaje (sin dejar nunca de ocupar su lugar en el discurso), que es lo que le otorga al Otro su absoluta Otredad, su condición de agujero irreductible, esa diferencia entre-dos que nunca se podrá reducir a la unidad; el sexo, por desgracia, por su mal-dición, es el reino de la discordia, del malentendido, del desacoplamiento de los cuerpos y los goces cuyos palitos respectivos no encajan en sus agujeritos.

Además, en segundo lugar, en las arenas movedizas del sexo, por faltar, hasta falta el palito y el agujerito, que no dejan de ser dos significantes; somos tan rematadamente pobres, desprovistos, despojados, que no contamos ni con esos dos signos básicos como son el punto y la línea kandiskyanos. Tenemos que escribir sexo y resulta que, en nuestra tipografía, no existen las letras que escriben su nombre. Por lo cual, tenemos un nombre, el del sexo, el que nos nombra, nos hace gozar, que no se puede escribir, que solo es el nombre de un agujero, de carácter iletrado, al que le falta la letra de las letras, la de la relación sexual, la del goce.

Kandinsky. El punto y la línea

Es por este motivo que, en las inmediaciones, en el litoral, al borde del agujero de la no-relación sexual, campa el goce por sus respetos, sin respetar a nada ni a nadie, de forma desconsiderada, sin preocuparse por el bienestar de sus gozadores, o, mejor, gozados, que sufren de un exceso que no hay dios que lo soporte.

Lo único que se nos demanda como gozadores-gozados, alguaciles-alguacilados, es gozar, que, es evidente, todos estaríamos muy felices, conformes, contentos, si supiésemos por un solo instante qué es eso de gozar. Su única definición es que gozar-ser gozado, por nuestra relación con el agujero del sexo, es lo-que-ningún-hablanteser-sabe porque la letra que podría nombrarlo, marcarlo, la que escribiría lo real del goce, está forcluida.

A Lol, lo que la vuelve loca, en el sentido de que la enloquece, la arrebata, es la locura del encuentro sexual, al que tiene que aportar, proveer, un cuerpo que no tiene consistencia imaginaria, que está permanentemente amenazado de desaparición, de desvanecimiento.

Lol padece de una auténtica debilidad simbólica, de una falla o forclusión específica, que atañe, concierne, a los significantes que recubren el agujero del sexo; lo que impide, en última instancia, literalizar o litoralizar el goce como marca en el cuerpo, igual que se marca el cuerpo del animal o el del esclavo con el hierro candente, con la quemazón dolorosa del fuego vivo, que nos permitiría domesticar, tomar en propiedad, legalizar, en una escrituración en lo real, a la cosa-goce (el goce animal que podrá ser civilizado).

Lol no es una psicótica; es una mujer que enloquece cuando tiene que confrontarse, desnuda, carente de cualquier vestidura simbólica, de una in-vestidura significante, con el goce del Otro, en este caso del hombre al que ama, desea, que, a su vez, al demandar su parte o su porción del goce que le corresponde en el asunto sexual abre a Lol a un goce que es el suyo, el femenino, para el que no tiene nombre, que nunca ha sido nombrado por el Otro (materno, paterno, o, mejor, ambos).

El temor pánico que padece Lol si se encama con un hombre es que el goce que le toca a ella (en todos los sentidos), el goce femenino, el cual, inevitablemente, se deberá poner en juego en el acto sexual, no-tiene-nombre, le falta la marca, la letra, el signo que podría escribirlo en el cuerpo.

Si el goce femenino, llamado por el goce del Otro, no-tiene-nombre, el agujero del sexo no podrá ser acotado, circunscripto por su litoral, en su literalidad, por lo que el cuerpo podrá ser aspirado y desaparecer por ese evacuatorio, ese litter, basurero, de todos los restos del goce en el que se convierte el Otro como imperativo absoluto y mortífero de goce des-quiciado, des-encadenado, arrojado a lo real, loco más que loco, tan loco que escapa a cualquier ley.

Lol se vuelve loca en el baile de T. Beach. No se vuelve loca porque pierda a su amado por los encantos de otra mujer. Esta es una escena narrada como real pero que yo tomo como un sueño premonitorio y ominoso de Lol. En este sueño que sueña despierta ella anticipa su encuentro sexual con el goce de Michael Richardson y con su propio goce de mujer.

En esa anticipación fantasea con la volatilización, la desaparición de su propio cuerpo, incapaz de soportar los embates, las arremetidas, las mareas, de un goce que no tiene nombre, de un real del sexo convertido en agujero forclusivo.

Como dice Lacan en el Homenaje a Marguerite Duras, Lol, encima de su cuerpo lleva un vestido que no es más que su desnudez (lo que viste a Lol es el vestido de su desnudez). Entiendo que se trata de un vestido tejido con la desnudez de lo simbólico, con su debilidad simbólica constitucional, como un hilo que no hace nudo, incapaz de atrapar la sustancia del goce en sus vueltas, retorcimientos, aplastamientos, plegaduras.

En Lol hay algo que no hace nudo, porque falla lo que Lacan llama el ser-a-tres, que no es otra cosa que el anudamiento borromeano-RSI. De tal forma que, al no operar el ser-a-tres, el redondel de lo imaginario se suelta, pierde toda consistencia, desaparece el cuerpo de Lol, mientras que los aros de lo simbólico y de lo real se holofrasean, cuyo testimonio son esas frases holofraseadas, sin corte, a las que les falta la última palabra, la que cierra, clausura, puntúa la frase, la resignifica -después del tiempo de anticipación- aprés coup, de forma retroactiva, constituyendo el punto de capitoné de la cadena significante. Este punto de basta, el de la aguja del colchonero, es la función paterna, el Nombre del Padre.

Toda la historia de Lol trata de compensar la forclusión del nombre del goce con la construcción de un mecanismo de suplencia, con un cuarto nudo, un sinthome, que restituya, en lo real, el ser-a-tres, el ser borromeo, que pueda inventar un neo-nombre del goce, como puede ser Anne Marie Stretter o Tatiana Karl, cuyo valor no es el de nombre propio de una mujer idealizada por Lol, sino de nombres-del-goce o nombres-del-padre, encarnados en el cuerpo de una mujer.

El baile de T. Beach es el momento de desencadenamiento de la psicosis, debido a la forclusión del ser-a-tres, que es seguido por toda la historia posterior de Lol que no es más que la invención loca de una suplencia que restituya el ser-a-tres.

Lol es un cuerpo entre otros cuerpos en el campo de centeno; Jacques Hold está en el lugar del Nombre del Padre, o del Padre del Nombre; Tatiana Karl, revestida con las letras de su abundante cabellera negra que cubre la blancura de su cuerpo, está en el lugar del nombre-del-goce. Lol, en el campo de centeno, es puro objeto mirada.

La obra acaba en una nueva locura de Lol cuando Jacques Hold declara prescrito, periclitado, abolido, el ser-a-tres: yo solo te quiero a ti. Tatiana ya no cuenta. Claro, con lo que él no cuenta en sus cuentas amorosas es que Tatiana es el tercero que falta.

Marguerite Duras


1 Comment

Deja un comentario

Your email address will not be published.