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El deseo ha de deshacernos las trenzas.

Sobre Yerma de Federico García Lorca

32 minutos de lectura

Quiero compartirles una reflexión final sobre el deseo y sirva ésta, con sus aportaciones, como un enriquecimiento del trayecto de nuestro seminario, agradeciendo a Nacho su convocatoria.

Hablar de la naturaleza del deseo es meterse en un laberinto sin salida. De ahí que la pregunta ¿se puede vivir sin deseo? provoque desazón, desconcierto y duda. Vivir sin deseo no es lo mismo que estar confundida o extraviada respecto de él, ¿dónde se enlaza este extravío con la confusión entre la idealización del objeto, el goce y el objeto de la pulsión?

Aunque no podemos hablar de Yerma como un caso clínico que hubiese estado en análisis, -en cuyo caso, posiblemente la transferencia analítica hubiese posibilitado la separación de la demanda de amor de lo real de la pulsión, sin precipitarse en la muerte de forma tan dramática-, lo que sí podemos hacer y que de hecho hemos venido haciendo, es vislumbrar los caminos del deseo y del goce en distintas circunstancias que en la actualidad nos hacen pensar los casos clínicos que atendemos, dejándonos más preguntas para la construcción del saber en psicoanálisis.

Yerma vive el gran dolor de querer ser madre sin poder serlo, y desde ahí han surgido ya varias preguntas, ¿qué lugar ocupa el deseo de hijo?, ¿qué significa ser madre?, ¿a costa de qué quiere tenerlo?, ¿qué papel para el padre? Parece que Yerma no repara en sus decisiones iniciales que nunca son sin consecuencia. Ver en los hombres solo la posibilidad de tener hijos, “nunca por diversión” dice ella en algún momento; unirse al hombre elegido por su padre y no por su deseo; y, apresurarse a conseguirlo a como dé lugar, como si la prisa justificara el cómo y fuera un condición para tener un lugar digno en el Otro social.

¿Dónde quedó su deseo?, ¿lo tuvo alguna vez?, ¿hay realmente en Yerma un objeto del deseo? El deseo surge de la falta originaria, pone en juego la castración y se enmarca en la ley de lo que se puede y lo que no se puede desear, ¿y si se extravía?, ¿por dónde merodea? Si desaparece como brújula en el camino, entonces aparece el goce queriendo mostrar por dónde.

Me centraré en la conversación de Yerma con la Vieja 1ª, que deja más preguntas que respuestas, pero que parece anudar las manifestaciones del deseo extraviado y plasmar tránsitos y operaciones subjetivas en ambas respecto del deseo y su tiempo, del deseo y la incertidumbre, el miedo y el goce, donde la verdad se asoma y desaparece, dejando su estela y su marca. Marca que se convertirá en ese goce desde el cual Yerma sufre en su cuerpo y se extravía en el desencanto de la verdad que conlleva.

No presentaré un caso clínico ya que en nuestro recorrido hemos considerado algunos aportes muy valiosos al respecto, donde se ha manifestado el deseo extraviado y el malentendido en su búsqueda, lo que intentaré es entretejer este diálogo con aspectos teóricos del psicoanálisis y con algunos fragmentos del Cantar de los cantares, cántico del deseo por excelencia. Es una breve reflexión que abre muchas preguntas que, si no se responden, al menos nos permitirán seguir pensando el psicoanálisis.

Yerma y su relación con el Otro

De la experiencia de Yerma en su relación con el Otro social encarnado en la época, en la cultura que parece imponer una cierta condición de aceptación en las mujeres casadas, ese Otro con mayúsculas, representado siempre para el sujeto por alguien en lo imaginario, por otro con minúsculas en al menos dos figuras: el padre de Yerma, que le ha impuesto a Juan como marido y la Vieja 1ª a quien dirige su pregunta por el saber de su propio síntoma. Empezaré y me centraré en su interacción con la Vieja 1ª, desde donde se deduce la configuración fantasmática del Otro y su deseo para Yerma.

La interacción de Yerma con la Vieja 1ª, inicia cuando Yerma viene del campo, de dejar comida a Juan, que trabaja en los olivos. Yerma y la Vieja 1ª se saludan, es ésta la que continúa la interacción con preguntas:

Vieja 1ª: ¿Llevas mucho tiempo de casada?

Yerma: Tres años.

Vieja 1ª: ¿Tienes hijos?

Yerma: No.

Vieja 1ª: ¡Bah! ¡Ya tendrás!

Son preguntas que tocan el dolor de Yerma y la inquietan, más cuando enseguida se  cierra la posibilidad de diálogo. Tener hijos parece ser un imperativo social, la expresión del deseo del Otro por el que pasa la aceptación, el lugar social y toda condición de mujer que ha de cristalizarse en ese mismo deseo. Yerma, enajenada en ese imperativo, tres  años de casada y sin hijos ya la ponen a dudar de sentirse deseada por el Otro, sufriendo su inconsistencia ya que parece pedírselos en el imperativo social, pero que no se los da en la posibilidad, y entonces podríamos preguntar por el  lugar de esa posibilidad, y empiezan las preguntas, ¿en su cuerpo o en su propio deseo?

Yerma y su síntoma

Yerma pregunta por su síntoma colocando a la Vieja 1ª en ese lugar de saber. Le pregunta  si ella cree que los tendrá, tomándola desde ese momento como quien puede saber algo sobre ella, semejante a la posición de quien llega a análisis, suponiendo un saber en el otro a quien se dirige su pregunta.

La Vieja 1ª explora, pregunta por su familia y describe al padre de Yerma:

Buena gente. Levantarse. Sudar, comer unos panes y morirse. Ni más juego, ni más nada. Las ferias para otros. Criaturas de silencio

Yerma, le quiere hacer una pregunta que la Vieja 1ª evita diciendo: “Ya sé lo que me vas a decir. De estas cosas no se puede decir palabra” (se levanta).

Parece una respuesta fría y desconcertante, que solo hace surgir el interés en Yerma y expresar su demanda de saber e insiste:

¿Por qué no? Me ha dado confianza el oírla hablar. Hace tiempo estoy deseando tener conversación con mujer vieja. Porque yo quiero enterarme. Sí. Usted me dirá…

Ahí emerge un titubeo, la Vieja 1ª que se negaba al diálogo se detiene a preguntarle lo que quiere saber:

Yerma: (Bajando la voz.) Lo que usted sabe. ¿Por qué estoy yo seca? ¿Me he de quedar en plena vida para cuidar aves o poner cortinitas planchadas en mi ventanillo? No. Usted me ha de decir lo que tengo que hacer, que yo haré lo que sea, aunque me mande clavarme agujas en el sitio más débil de mis ojos.

Las preguntas de Yerma tocan lo más profundo de su dolor concentrado en el cuerpo y de su destino al que ella se aferra, el más íntimo goce que le confronta la existencia de su deseo.

Sin embargo, como le dijo la Vieja 1ª, “los hijos vienen como el agua”, pero seguramente a la tierra que se deja tocar por ella. Así el deseo que parece entonces estar ausente en Yerma, ¿cuáles son entonces las barreras que Yerma pone al deseo?, parece estar sumida en el goce del reclamo, en el dolor del cuerpo sin hijos, en la idea de no ser deseada por el Otro que se los niega.

¿Por qué pensar que el Otro se los niega? Hemos visto a lo largo del seminario esos casos tan bien expuestos sobre las mujeres que se preguntan ¿por qué no puedo tener hijos?, ¿por qué a mí?, ¿por qué los tienen quienes no quieren?, ¿por qué se quejan de ellos quienes los tienen?, preguntas que hablan del dolor de no ser escuchadas por ese Otro, llámese Dios, naturaleza, o lugar social, frustración que sin respuesta se acentúa en el goce.

Yerma, en esa misma posición, le pide a la vieja que le diga qué hacer, queda establecida una demanda, pero la Vieja 1ª le hace suponer un saber que luego le niega: “¡Ay! Déjame, muchacha, no me hagas hablar. Pienso muchas ideas que no quiero decir”.  Yerma insiste.

Entre el goce y el deseo

Y ante la insistencia de Yerma, la Vieja 1ª le pregunta por su deseo, si siente deseo por su marido, incluso antes de sentir el deseo de tener hijos (Acto 1º, cuadro 2º):

Vieja 1ª: Oye. ¿A ti te gusta tu marido?

Yerma: ¿Cómo?

Yerma queda confundida por la pregunta, como no sabiendo qué tiene que ver eso con tener hijos… La Vieja 1ª, se explica, poniendo ese deseo  como causa del otro, es decir, el deseo de Juan antes del deseo de hijo, que vendrá como metáfora del primero, por añadidura si el primero existe.

Vieja 1ª: Que si lo quieres. Si deseas estar con él…

Yerma: No sé.

Vieja 1ª: ¿No tiemblas cuando se acerca a ti? ¿No te da así como un sueño cuando acerca sus labios? Dime.

Yerma: No. No lo he sentido nunca.

Vieja 1ª: ¿Nunca? ¿Ni cuando has bailado?

Baile y deseo, la vieja plantea una nueva ecuación, cercanía y baile ¿despiertan el deseo o lo confunden con la pulsión?

Yerma: (Recordando.) Quizá… Una vez… Víctor…

Vieja 1ª: Sigue.

Yerma: Me cogió de la cintura y no pude decirle nada porque no podía hablar. Otra vez el mismo Víctor, teniendo yo catorce años, me cogió en sus brazos para saltar una acequia y me entró un temblor que me sonaron los dientes. Pero es que yo he sido vergonzosa.

Este diálogo hace resaltar la posición frente al deseo, pero es posible que todo se confunda, volviendo a plantear preguntas tal vez básicas para el psicoanálisis, pero que nos recuerdan sus fundamentos ¿Qué papel juega la pulsión en la aparición del deseo?, ¿es la vergüenza su censura que puede levantarse con la palabra o es la vertiente del goce que se opone creando la tensión de lo insoportable? definirse como vergonzosa la instala en esa posición de vergüenza moral, donde el deseo se ve sofocado por sentimiento de culpa ante la experiencia de las pulsiones. Freud nos recuerda que la pulsión parte del cuerpo, insiste, repite, no se satisfacen en ningún objeto y la tensión que conlleva disminuye cuando retorna a su fuente. Sin embargo, hay objetos que se presentan como señuelos de satisfacción y el sujeto queda atrapado en ellos, entre la idealización y la mediación para otro fin, como el tener hijos en el caso de Yerma. La vieja entonces le pregunta por el deseo hacia su marido:

Vieja 1ª: Y con tu marido…

Yerma: Mi marido es otra cosa. Me lo dio mi padre y yo lo acepté. Con alegría. Esta es la pura verdad. Pues el primer día que me puse de novia con él ya pensé…en los hijos… Y me miraba en sus ojos. Sí, pero era para verme muy chica, muy manejable, como si yo misma fuera hija mía.

Para Yerma “el marido es otra cosa”, ¿qué cosa? Lo toma como requisito para tener hijos, pero no como objeto de deseo, lo que puede resultar un tanto confuso, puede vivirse la pulsión a través del objeto de deseo, pero éste no se cristaliza en el objeto pulsional, porque éste nunca está definido, siempre es cambiante. Si Yerma ha acepado a Juan por imposición paterna, lo “usa” como objeto para canalizar la pulsión, pero no como objeto de deseo, ¿qué papel juega la imposición paterna en la ausencia del deseo de Yerma?, ¿es realmente el deseo del hijo, el deseo de Yerma o es su goce?

El Goce de Yerma se ve marcado por el dolor de la esterilidad, de la sequedad y del vacío significantes que como sujeto de lenguaje se enmarcan en el goce fálico, donde a Yerma le falta el hijo como su metáfora, pero también sentido en el cuerpo como goce del Otro,  goce del cuerpo nombrado por Lacan como “goce femenino” que a diferencia del “goce fálico” no conoce límites ni zonas específicas del cuerpo, que se instituye como un goce desmedido, de horror profundo, con el cuerpo tomado por una sensación de muerte, eso que Lacan llamó “estrago”, que corresponde al enlace de ese goce mortífero del superyó en el campo del goce femenino. Estrago que lleva a Yerma a sentir, pensar y actuar contra su propio deseo de ser feliz en el amor y de dejar que “los hijos lleguen como el agua”.

La vieja describe los efectos del deseo que se entrelazan con los del amor.

Vieja 1ª: Los hombres tienen que gustar, muchacha. Han de deshacernos las trenzas y darnos de beber agua en su misma boca. Así corre el mundo.

Y así ha corrido el mundo por los siglos, en los que la humanidad no ha cambiado ante el enlace del deseo con el amor. Como se trasluce en el Cantar de los Cantares, antiguo texto del que brota la frescura del deseo, que empieza diciendo:

Bésame con los besos de tu boca, que tus amores son mejores que el vino;

que el aliento de tu cuerpo me embriaga

y pronunciar tu nombre despierta fragancias que lo impregnan todo.

Por eso te aman las doncellas.

La Vieja 1ª y el Cantar de los Cantares dejan claro el papel del deseo, hay que gustar del hombre que la convierte en mujer y luego en madre, que le deshace las trenzas a las doncellas y les da a beber con los besos de su boca.

El deseo ha de deshacerle las trenzas, ¿qué trenzas?, ¿esas que están hechas de preguntas por el lugar del hijo, el papel del padre y el deseo de la madre?, ¿esas que revelan el vínculo de la ley con el deseo?, ¿esas en las que se enlazan las confusiones entre el objeto del deseo y el de la pulsión?, ¿o es el trenzado del extravío, donde se entrecruza el deseo del Otro y el “no deseo” de Yerma hacia quien puede ayudar a deshacerlo?, ¿es el fantasma del hijo que aún no existe el que entorpece el fluir del deseo?

Yerma no encuentra nada de eso en su marido, no puede enlazar el deseo de hijo con el deseo del marido, ve al hijo sin desear al marido que la ha hecho mujer sin ella haberlo deseado primero y le responde a la vieja:

Yerma: El tuyo, que el mío no. Yo pienso muchas cosas, muchas, y estoy segura que las cosas que pienso las ha de realizar mi hijo. Yo me entregué a mi marido por él, y me sigo entregando para ver si llega, pero nunca por divertirme.

Vieja 1ª: -¡Y resulta que estás vacía!

¿Qué lugar para el hijo?, ¿objeto de goce?, ¿el cumplidor de las muchas cosas que ella piensa que ha de realizar cuando nazca?, ¿Qué significaría que el hijo fuera objeto de su deseo y no objeto de su goce?, ¿dónde se ha extraviado Yerma en la búsqueda de su deseo? vagabundea por el goce sin encontrarlo…

La Vieja 1ª, toca el goce de Yerma, la esterilidad, la sequedad, nombra su vacío de ese cuerpo sumergido en la infertilidad y Yerma se defiende de ese dolor llenándose de odio.

Yerma: No, vacía no, porque me estoy llenando de odio. Dime: ¿tengo yo la culpa? ¿Es preciso buscar en el hombre al hombre nada más? Entonces, ¿qué vas a pensar cuando te deja en la cama con los ojos tristes mirando al techo y da media vuelta y se duerme? ¿He de quedarme pensando en él o en lo que puede salir relumbrando de mi pecho? Yo no sé, ¡pero dímelo tú, por caridad! (Se arrodilla.)

La pulsión sexual tampoco encuentra satisfacción en el objeto, sino en su aplacamiento, en su retorno al cuerpo de donde emergió, es el papel  del orgasmo en la satisfacción sexual, y si no se aplaca, la tensión se eleva, se hace síntoma para evitar lo insoportable, ¿es la esterilidad de Yerma la expresión de esa tensión insoportable, fijada en el cuerpo como  tensión por el hijo?, ¿es ahí donde se extravía el deseo?

Vieja 1ª: ¡Ay, qué flor abierta! Qué criatura tan hermosa eres. Déjame. No me hagas hablar más. No quiero hablarte más. Son asuntos de honra y yo no quemo la honra de nadie. Tú sabrás. De todos modos debías ser menos inocente.

¿Qué quería decirle la Vieja 1ª con “menos inocente”? La tristeza de Yerma se asoma, sin poder entender sus palabras y se queja de quienes parecen portar el saber y se lo guardan para sí.

Yerma: (Triste.) Las muchachas que se crían en el campo como yo, tienen cerradas todas las puertas. Todo se vuelve medias palabras, gestos, porque todas estas cosas dicen que no se pueden saber. Y tú también, tú también lo callas y luego vas con aire de doctora, sabiéndolo todo, pero negándolo a la que se muere de sed.

Vieja 1ª: A otra mujer serena yo le hablaría. A ti no. Soy vieja, y sé lo que digo.

Yerma: Entonces, que Dios me ampare.

Vieja 1ª: Dios, no. A mí no me ha gustado nunca Dios. ¿Cuándo os vais a dar cuenta de que no existe? Son los hombres los que te tienen que amparar.

Yerma: Pero ¿por qué me dices eso?, ¿por qué?

Vieja 1ª: (yéndose) aunque debía haber Dios, aunque fuera pequeñito, ara que mandara rayos contra los hombres de simiente podrida que encharcan la alegría de los campos.

Yerma: No sé lo que me quieres decir.

Vieja 1ª: Bueno, yo me entiendo. No pases tristeza. Espera en firme. Eres joven todavía. ¿Qué quieres que haga yo?

La Vieja 1ª, se va y llegan las muchachas en cuyo diálogo se ve envuelta respecto a los deberes de las madres y confirma lo que ella pensaba sobre el deseo del otro: “…porque me han casado, todas se casan”, pero también le hace saber la rebeldía al respecto de eso

“…toda la gente está metida en sus casas, haciendo lo que no les gusta. Cuánto mejor se está en medio de la calle…” Y le sigue la escena con Víctor que la pone en contacto con el deseo del que le habló la Vieja 1ª hasta que aparece Juan y la manda a su casa.

En todo el drama de Yerma, cabe preguntarse por el de Juan, ¿cuál es su posición frente al goce de Yerma? Ante su ausencia le dice a las hermanas (Acto 2º, cuadro 2º), a las que ha llevado a casa para que cuiden de su honor vigilando a Yerma, “Esa no viene… una de vosotras debía salir con ella… mi vida está en el campo, pero mi honra está aquí.” ¿Qué hay del deseo de Juan por Yerma?, El Cantar de los cantares, canta entreteje el deseo del amado por la amada y de la amada por su amado:

¡Tú eres tan bella, oh mi amada! ¡Tú eres tan bella!

¡Tus ojos son como los ojos de las palomas!

¡Cuán bello y delicioso eres tú, amado mío!

Nuestro dulce lecho es sólo verdor…

De cedro son las vigas de nuestra casa

y los techos de ciprés.

¿Será que la ausencia del deseo de Yerma ha contribuido a agotar el deseo de Juan?, ¿existió deseo en Juan? aguanta todos los reclamos de Yerma y le dice:

Juan: Estando a tu lado no se siente más que inquietud, desasosiego… (y también le pregunta):

Juan: Entonces, ¿qué quieres hacer?

Yerma: Quiero beber agua y no hay vaso ni agua, quiero subir al monte y no tengo pies, quiero bordar mis enaguas y no encuentro los hilos.

(Acto 2º, cuadro 2º)

Las escenas continúan en un encadenamiento temporal, donde Yerma reclama, se rebela, va al cementerio, hace lo posible para hacerse digna de tener hijos, mientras Juan soporta y dice sus razones, solo para que ella siga enredándose en su goce sin salida, que culmina cuando Juan muestra algo de su deseo, y se ve enfrentado a la trágica muerte.

¿Qué hay del tiempo lógico en la falta de deseo de Yerma? En este caso, obedece al goce inconsciente. En el instante de la mirada, Yerma solo emite una verdad que se dedica a sufrirla, no tiene hijos. En el tiempo de la comprensión, intenta saber algo sobre su síntoma en las interacciones con la Vieja 1ª, pero no puede articular su deseo, los hilos de sus trenzas son conflictos entrelazados en su relación con el Otro, con la experiencia de la pulsión que se repite, con el dolor del cuerpo y del alma que no encuentra su deseo. También el Cantar de los Cantares lo expresa así:

De noche busqué a quien mi alma adora

Lo busqué, pero no lo encontré.

¡Me levantaré y me adentraré en la ciudad

para buscar por calles y plazas a quien mi alma adora!

Lo busqué, pero no lo encontré…

Yerma, extraviada de su deseo, llega al momento de concluir, donde solo puede precipitar la muerte de su búsqueda por el hijo que, como metáfora de Juan, se ve también aniquilado con su muerte.

Y la Vieja 1ª atina a decir algo que Yerma no acaba de encontrar:

Vieja 1ª: No hay en el mundo fuerza como la del deseo. (Acto 3º, cuadro 1)

Gabriela Castro.
Julio 2019
  • Referencias:
  • Braunstein, N. (1999) Goce. México: Siglo XXI (4ª Ed.).
  • Freud, S. (1920) “Más allá del principio del placer”. Obras Completas. Buenos Aires: Amorrortu, Vol. XVIII
  • Guimarães, Lêda (2014) “Mujer, sínthoma del hombre”, Virtualia, revista digital de la Escuela de la Orientación Lacaniana, Nº 28, julio de 2014, http://vir tualia.eol.org.ar/
  • Lacan, J. (1972) “O peor…”, en El seminario, Vol. 18. Buenos Aires: Paidós
  • Lacan, J. “El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada. Un nuevo sofisma”, en Escritos 1. México: Siglo XXI

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