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El dolor de Marguerite Duras

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Cuando el sufrimiento es excesivo, en el penar en exceso, se torna indecible, no hay palabras para decirlo, sin embargo se escribe. La angustia prima, el sujeto se queda, como se suele decir, sin cuerpo.  Se divide cuerpo y alma, “tengo el alma, pero me falta el cuerpo”, o “tengo cuerpo, pero no tengo alma”. La angustia divide, pone en evidencia la división del sujeto, en ocasiones pone en evidencia lo traumático de dolorosa expectación, para quien lo está atravesando. 

Si algo de la misma se escribe, se transforma el saber, es decir, el inconsciente, se le pone nombre a ese sufrimiento.

El dolor no es la angustia, esta última es su transformación, un modo de dar cauce al dolor. El sujeto, Marguerite Duras en su dolorosa expectativa oscila entre el dolor y la angustia. Su escritura es también su salida. 

El afecto se transforma, ella entre cuerpo y alma, pierde cuerpo y a veces pierde el alma porque se pierde  el sentido y se pone de manifiesto la desaparición del sujeto, la división del sujeto, que está enmascarada en el fantasma, se pone de manifiesto. Lacan dice: estamos en fading del sujeto. Es esa división que llega a dividir el verbo. Entonces no hay palabras que puedan decir. 

Pero también pasa el dolor a la creación literaria, ella no recuerda si escribió ese diario, olvido que desde  lo inconsciente se pone en marcha y permite nombrar. Se encuentran palabras para decir de esa desazón. 

Freud dice: que cuando al sufrir, lo traumático se viabiliza en el lenguaje produce un reparo al sujeto y no es lo mismo que callar. 

Cuál es la diferencia entre lo traumático y lo siniestro, de aquello que es menester elaborar, para que se pase del dolor a la angustia y al duelo. “De todos los amigos muertos, llevados a los crematorios, los zanjones, los campos de concentración“.

Fotografía: Dania Lozano

No hay modo de tramitar un duelo sin un pasaje por el dolor. Asimismo no habría modo de poner palabras sin la función que brindan los nombres del padre. La estructura reclama un padre nombrante.

El dolor, la herida, y por qué no, lo traumático inaugura con el escribir un proceso de elaboración.

Marguerite Duras relata en esta situación un desgarro muy fuerte y doloroso, pero sobre todo siniestro, porque lo familiar se convirtió en extraño. Era el doble del extraño, porque la vecindad con cada parisino la dejaba entrever, al mismo tiempo, la cancelación de la vida misma, la subjetividad.

Más allá de las explicaciones posibles, la autora plantea lo horrible, el odio feroz, pierde su cuerpo como efecto de lo siniestro, de lo ominoso. En la insignificancia de lo ominoso, se había perdido, desorientado. No podía apoyarse en el piso. Son experiencias muy crueles las tragedias de la historia. 

No sólo lo incurable es el amor, también lo incurable es la herida. Lo incurable es la verdad que nos habita. 

¿Cómo se pasa de la herida a la vida? ¿Cómo se pasa de la herida, por la muerte, para llegar a la vida?

La concepción psicoanalítica  acerca de la intrincación pulsional vida – muerte permite ese pasaje. Cuando la pulsión, una de sus caras, se desintrinca, se desenlaza, el agujero de la pulsión, que hunde el ombligo pulsional, algo pasa, la letra. Dicho de otro modo, la pulsión se umbilica, se van enlazando, trenzando como un ombligo, hasta perderse en lo real, es decir, hay un vacío entre una y otra. 

 Es a partir de ese vacío vida – muerte, que se enlazan, se umbilican.

Este pasaje por el escrito olvidado y reencontrado permite tramitar del dolor al duelo, e implica a mi criterio, un pasaje por la pulsión y la intrincación pulsional. Cuando esta intrincación no se produce, o se desenlaza, nos encontramos claramente con lo que Freud plantea en Más allá del principio del placer, la repetición, la compulsión, y finalmente una vuelta a lo inorgánico. La pulsión se desenlaza y se vuelve mortífera. La pulsión de muerte es precisamente la vida en lo simbólico, en la medida en que no esté desenlazada. En el desenlace, ahí, se producen las angustias, la vuelta a lo inorgánico, y la repetición salvaje de un trazo, que hace síntoma o hace padecimiento, y que, por así decirlo, es sostenida por un sufrimiento a veces permanente.

 ¿Cómo se tramita esta  escena mortificante?  Esas voces que escucha a lo lejos y de las que hubiera preferido que fueran alucinaciones, la vuelven un poco loca. En el conocimiento del regreso de las almas sin vida, en lo concentracionario, el sujeto está empujado a perderse, los sobrevivientes apenas sobreviven. Comer, lo primario es imposible, de la inanición se vuelve de a poco, volver a comer es nuevamente la chance de morir.

Entonces, para que esto se resuelva, al menos según mi criterio, es que estos desgarros de la vida, que llamamos sufrimiento, que retrotraen al sujeto a sus tiempos instituyentes y primarios, serán lo que a su vez  pueden determinar cómo y de qué modo, se reitera o se realiza, el proceso de duelo, y cómo se va a cursar, del desgarro al duelo, en el mejor de los casos, o del desgarro a la melancolía, o a la melancolización. Los migrantes -africanos y sirios entre otros-, que son el nuevo deyecto del capitalismo, que por vivir, se mueren en el agua, y no siempre llegan a destino. La historia todos los días nos trae algún recuerdo, y todos los días produce nuevas tragedias. Freud cita a Marx, “el hombre es el lobo del hombre“. Lacan lo dice de otra manera, los hombres son bestias feroces, si no fuera por el apaciguamiento del nombre del padre. Sin el nombre del padre, seriamos bestias feroces.

Un desgarro real, la entrada en el lenguaje, primera pérdida, es la pérdida de la ferocidad animal, o por lo menos, de lo animal que podría habitarnos. La entrada en el lenguaje deja esa marca que delimita, hace frontera, pero también hace a una pérdida primaria, que deja una marca que de algún modo se va a seguir reciclando, como bien sabemos, a través de las siguientes identificaciones. La entrada en el lenguaje es una  herida. Alejandra Pizarnik dice: “esa herida que tal vez sea lo que causa –nos dice la poeta- lo que causa la vida misma”.

Fotografía: Dania Lozano

Dice una verdad  que Lacan llama, primero trauma, que exilia al sujeto del Otro del lenguaje, del magma del lenguaje, para hacerlo sujeto en el lenguaje, que, por otro lado, esa es la verdadera herida, que permite adquirir el significante e inventarlo, del lado del sujeto, esta primera muesca, deja un agujero, que Lacan llama trou-matismo. Agujero-matismo. Trou de agujero, traumatismo, trou-matismo. El traumatismo es freudiano, el troumatismo es lacaniano, aunque coincidan en las operatorias. 

Si no hubiera agujero, no hay modo de inventar un significante. Escribir es inventar tropiezos. De ahí que surge esa palabra, o las palabras, de las cuales recortamos significantes, y que alguien pueda decir “me quedé sin cuerpo”, como modo de expresión del terror y de lo siniestro. Cuando puede decir “me quedé sin cuerpo”, y lo dice, ya no está sin cuerpo, hay cuerpo del lenguaje. Después va a decir “hay que levantarse, y seguir andando”. Es decir, volver al cuerpo. Al cuerpo horadado por el lenguaje. Esta frase menos dolorosa que no es resignación, sino que es el inicio de una recuperación que se asienta en las operaciones de constitución del sujeto.

La escritura conlleva una función de exilio del dolor.

El trauma, es para Freud, no es el suceso, sino lo que se teje sobre él, que luego se fantasmagoriza. 

No hay nada más horroroso que Auschwitz, Guernica y la ESMA, cada uno menciona a todos los demas, los incluye a la hora de la deshumanización.

¿Qué hacemos ante estas situaciones? ¿Podemos propiciar un camino, en cualquiera de las instancias mencionadas para que el sujeto se amarre al mástil, como lo hizo Ulises, y no perder la barca? ¿Es decir, al falo?
Amarrarse al mástil, a la escritura, no es ajeno a las consecuencias del nombre del padre.

Comparando Lol V. Stein y El Dolor, la primera acarrea un cuerpo sin imagen en la cual hay vestido sin cuerpo, ella no se sabe si entra a la fiesta o si eso es una reconstrucción para poder tener cuerpo. En El Dolor busca un cuerpo vivo o muerto que nombra algo de ese sufrimiento. 

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