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La ética del deseo en María Zambrano: Saber y verdad

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Mi trabajo se basa en un escrito de María Zambrano; se llama Hacia un saber sobre el alma; es el primero y el que da título al libro del mismo nombre.

Se puede decir que es un libro crítico porque recopila diversos trabajos dispersos publicados por María Zambrano en un momento crítico de su historia: antes y después de la Guerra Civil española; antes y después del compromiso político y personal, ¡ético!, de la filósofa malagueña con la causa de la República, que es derrotada en la Guerra Civil por el fascismo, lo que conllevará el abandono de su patria y su exilio en México.

En esa situación existencial de derrota, pérdida, separación, duelo, desamparo, exilio, dolor, abandono, sobre todo angustia, ¿qué puede ser más necesario que contar con un saber sobre el alma?

Por eso, este trabajo se puede entender como el llamado de un sujeto -María Zambrano-, en una situación de máximo desamparo, soledad y abandono, sobre todo dolor, un dolor mudo e insoportable. Lo que Freud denomina el hilflosigkeit, el desamparo constituyente del sujeto, la angustia última, en el momento de máxima separación del Otro, que se abre hacia un saber sobre el alma.

Hacia un saber sobre el alma, que es el itinerario filosófico de María Zambrano, consta de tres tiempos:

Hacia: Un movimiento del sujeto. Un acto ético causado por un deseo.

Un saber: Se trata del llamado de un sujeto en una situación de desamparo, angustia, dolor, desesperación, exilio, a un saber que no es el saber de la razón, del racionalismo, del cogito cartesiano, del discurso de la ciencia. Es un saber de otro orden al que María Zambrano llama: la razón poética, musical, simbólica, mediadora.

El alma: ¿Qué es el alma? Es el fondo de angustia, desamparo (hilflosigkeit), soledad, separación y silencio, como se refiere a ella María Zambrano en diferentes momentos de este trabajo. Fondo de angustia primordial que se relaciona con un vacío, con un silencio original, constituyente, en el que nace el saber sobre el alma, y, a la vez, al que es llamado la razón poética, musical, simbólica (mediadora), para poder dar cuenta, sostener, desde la luz de la razón, de esa razón que es Otra, el vacío y el silencio que conforman la realidad del alma, su esencia (aquello que podríamos denominar desde el psicoanálisis: lo real).

En resumen, los tres tiempos del Hacia un saber sobre el alma son: Hacia, que es el horizonte del acto ético, de deseo; a continuación, El saber como llamado a un Otro-saber, a una razón-Otra, en relación con la angustia y el desamparo; por último, El alma, como fondo de angustia en conexión con el desamparo primordial, caracterizado por el vacío y el silencio, que configuran el lugar-Otro del Alma, donde nace el sujeto al deseo.

La raíz, el lugar de donde brota, nace, el alma, se sitúa en la angustia, en el desamparo, en el vacío del silencio. Aquí se produce una especie de nudo o de bucle paradójico, como un camino de ida y vuelta que hay que recorrer en las dos direcciones. Es por este motivo que el alma está en un lugar de encrucijada o de cruce de caminos entre el yo y el cosmos, entre la naturaleza y Dios:

• El saber sobre el alma nace en ese lugar de angustia primordial, desamparo, vacío y silencio, que constituyen las coordenadas, los puntos cardinales, que configuran la esencia del alma, que componen su estructura o partitura musical. El lenguaje del alma es el lenguaje de la música y de la poesía. El Libro del Alma, como plantea Galileo para el Gran Libro del Mundo, se escribe en signos o notas musicales, en signos o en significantes poéticos: metáforas.

• Para alcanzar ese lugar de angustia, desamparo, vacío y silencio, donde nace el saber sobre el alma, se necesita una brújula, un mapa, que, precisamente, no puede ser otro, otra guía, que el mismo saber sobre el alma. Entonces, se da la paradoja, la aporía, el nudo existencial, que consiste en que, aquello que se busca, el objeto que se persigue, un saber sobre el alma, es el instrumento, el medio, el médium, que nos permitirá buscarlo, hallarlo, encontrarlo.

Se puede expresar que el saber sobre el alma se busca a sí mismo; o, que el saber sobre el alma, como objeto o fin de la búsqueda, se busca con el saber sobre el alma, como instrumento de búsqueda.

Utilizando una metáfora que emplea María Zambrano se puede señalar que hacia la mariposa a capturar (en algunas culturas la mariposa es representación del alma) nos conduce el propio vuelo de la mariposa, el rastro, las huellas invisibles que deja la mariposa en el aire. La mariposa, como el alma, o, ¿por qué no? el alma-mariposa, es, a la vez, aquello que se busca, y aquello con lo que se busca: el alma es medio, camino, fin, objeto de la búsqueda.

La búsqueda del alma, en su trazado vital, dibuja una especie de figura topológica en ocho interior que podría corresponder al borde del cuerpo de una mariposa.

El ocho interior

Esta partitura, melodía, está escrita con tres notas musicales:

Hacia: Camino ético; Acto ético; Causado por un deseo.

Un saber sobre…: Poesía y música; otra razón, que nace de la propia carne, de las entrañas del cuerpo.

El alma: El vacío primordial de la angustia.

Esto es lo que vamos a analizar recorriendo el trazado, el camino, que nos marca María Zambrano a través de los diferentes tiempos que constituyen este itinerario, a la vez particular y universal, que ella nombra:

Hacia un saber sobre el alma.

Para ello, como referencias, mojones, señales, que nos guían por la carretera principal (que, para Lacan, es la del Nombre del Padre) hacia un saber sobre el alma, iremos echando mano, entresacando de su texto, al tresbolillo, citas suyas.

El punto de partida, eso que se constituye como el ímpetu que, al atravesarnos, nos pone en movimiento hacia el alma, hacia sus raíces, a esa su naturaleza más honda (jonda o jondo, como el cante jondo), que no es otra que la de la angustia, el desamparo, el vacío y el silencio, que, conjuntamente, no pueden conformar otra cosa que el deseo:

Porque solo lo que no se ha podido dejar de querer, ni aun queriendo, nos pertenece

Hacia un saber sobre el alma; María Zambrano; Alianza Editorial; España; 2004

María Zambrano se refiere aquí al ímpetu del deseo, al deseo como causa, que nos pone en movimiento, en marcha, en camino, hacia el alma. Porque el alma, tal y como la ubica María Zambrano, es un trozo del cosmos en nosotros, situado entre el yo y el mundo (compuesto por la Naturaleza y Dios), precisamente localizado en el estrato más alejado, más extraño, más exterior al yo; en ese espacio que María Zambrano denomina, debido a su proximidad a la Naturaleza (el cuerpo) y a Dios (el Otro): lo no-hombre.

Anudado a lo anterior, de forma inseparable, indisociable, está lo que María Zambrano considera la clave, la cifra, de todo su sentir, de lo que nosotros, desde el psicoanálisis, llamaríamos el deseo de María Zambrano como filósofa, lo que ella considera el arco de bóveda de su búsqueda de la razón poética (la razón poética es la razón del alma, la razón de la angustia y del vacío del alma), condensada en un poema de García Lorca:

Voy buscando una muerte de luz que me consuma.

La Religión de la Luz; Federico García Lorca; verso citado por María Zambrano
La muerte de luz

El saber sobre el alma no es lo que nos permitirá el acceso al Saber Absoluto hegeliano, como Fin de la Historia, como terminación o conclusión de toda dialéctica; el saber sobre el alma es lo que nos posibilitará situarnos, insertarnos, incardinarnos, como hombres íntegros, dotados de una razón íntegra, en nuestra vida, en nuestra existencia.

Desde aquí, comenta María Zambrano:

La revelación a que sentimos estar asistiendo en los tiempos que corren (<<cada época se justifica ante la historia por el encuentro de una verdad que alcanza claridad en ella>>) es la del hombre en su vida.

Ibid.

Para María Zambrano, la razón poética, musical, simbólica, se caracteriza por ser razón más pasión. Solo la razón -poética, musical, simbólica- con el suplemento de la pasión puede capturar la verdad, desnuda, intacta.

La razón sola -que forcluye la verdad-, y la pasión sola -que se autoconsume, autodevora-, dejan escapar, aniquilándola, destruyéndola, la verdad:

Pero pasión y razón unidas, la razón disparándose con ímpetu apasionado para frenar en el punto justo, puede recoger sin menoscabo a la verdad desnuda.

Ibid.

La operación es sacar a la luz de la razón, de una razón movida por la pasión, de una razón poética, una verdad que, gracias a la palabra que la acoge, la recibe, queda clavada sobre el tiempo (hace marca en la historia, en el cuerpo):

Agarrándonos a la verdad, a la verdad nuestra, asociándonos a su descubrimiento por haberla acogido en nuestro interior, por haber conformado nuestra vida a ella, arraigándola en nuestro ser, sentimos que nuestro tiempo no pasa, al menos, en balde.

Ibid.

Decíamos que, para acceder al alma en su raíz, en su naturaleza última, que es angustia y vacío, se requiere un método, que no es el método cartesiano, el de la duda metódica, que lleva al cogito ergo sum, a soportar la certeza del sujeto en el puro pensamiento, en la razón, sino a un método, a un camino distinto, que María Zambrano denomina el de la razón poética, el de las razones del corazón (El corazón tiene razones que la razón ignora, de Blaise Pascal); el del Amor Dei intellectualis (Amor intelectual a Dios), de Spinoza, que anuda el conocimiento intelectual y la felicidad (el goce): Dios igual a la Naturaleza; el del Ordo Amoris, el orden del amor o del corazón, en Max Scheler. Recorriendo esos senderos, del hombre y la razón íntegras, de la razón y la pasión, que, en su conjunto, configuran, estructuran, ese saber sobre el alma como cauce, camino de vida, que puede conducir a las raíces últimas de la naturaleza del alma que son la angustia (desamparo) y el vacío (silencio).

Señalábamos que el saber sobre el alma, la razón poética, para María Zambrano es el método, el medio, el instrumento simbólico para acceder a la naturaleza última del alma.

María Zambrano lo compara al cauce del río –lo que permanece-, que, al contrario que el agua que lleva –lo que pasa-, es aquello que permite encauzar, contener, dirigir -como función de la razón-, la fuerza, el ímpetu, la potencia del agua que corre, que fluye –la pasión-. El río, en su cauce, es pasión más razón, es razón poética, es un saber sobre el alma.

La consecuencia es que la angustia de pasar, de la finitud, se transforma en gozo de caminante.

Ibid.

Para María Zambrano la misión de la filosofía es la de ser cauce, camino de vida, con el fin de que el hombre pueda estar en su vida, sabiendo que poder estar en su vida constituye su verdad.

En este camino, en este cauce de vida, sentimos nacer un saber sobre el alma, un orden de nuestro interior. (…) Max Scheler reclama enérgicamente un orden del alma, un orden del corazón, que el racionalismo, más que la razón, desconoce (…) La cultura moderna fue arrojando de sí al ser total del hombre, cuidándose solo de su pensamiento.

Ibid.

Puntualiza María Zambrano que entre la naturaleza y el yo del idealismo, ese polo desde el que se capta lo real, queda ese trozo del cosmos en el hombre que se ha llamado el alma.

María Zambrano señala aquel real que forcluye la filosofía:

El amor y la muerte eludidos en la pura filosofía…

Ibid.

En cambio, en este trabajo, Hacia un saber sobre el alma, se restituyen esas dos dimensiones fundamentales olvidadas por el sujeto del conocimiento, que se sustenta en la pasión del desconocimiento:

Y como eje de todo, la idea cristiana del hombre como un ser que muere y que ama, que muere con la muerte y que se salva con el amor…

Ibid.

Vamos a ir planteando los diferentes tiempos que va marcando María Zambrano en su andadura, en su navegación por el cauce del río, camino de vida y verdad, siguiendo las huellas que en la historia de la filosofía nos dirigen Hacia un saber sobre el alma.

El cauce del río: El saber sobre el alma

Es fundamental plantear, en primer lugar, debido a que en el método filosófico que María Zambrano propone como cauce de vida, de verdad, interviene como un elemento esencial la razón, analizar previamente cuáles son los modos de la razón que existen.

I) Por una parte tenemos la razón filosófica, la razón del racionalismo, inaugurada, descubierta por Descartes con sus res cogitans: el sujeto como cosa que piensa: cogito ergo sum. En el pensamiento, en el acto de pensar, encuentra el sujeto su certeza. Nos encontramos también con Leibniz y los filósofos ingleses, como Hume y Locke, que ya no escriben sino sobre el entendimiento humano. No hay que olvidar a Kant con su Crítica de la Razón Pura. Se inaugura aquí lo que María Zambrano denomina el saber de la razón que domina (el significante clave es domina, ya que este movimiento filosófico sitúa a la razón en el lugar del amo, del S1, como agente del discurso).

II) A continuación está la razón que, con una metáfora, podemos denominar la razón científica, la cual, en realidad, no tiene nada que ver con la razón humana, la del hombre como sujeto del conocimiento, entre otras cosas porque es de lo menos razonable, al desplegarse en un pura exterioridad simbólica, formal, ajena a cualquier significación humana. Esta razón, que no atiende o entiende de razones, es la del discurso de la ciencia, urdida de un raciocinio lógico-matemático. La lógica matemática se articula con letritas, signos algebraicos, de un modo puramente formal, simbólico, que se desentiende de cualquier sentido. Se trata de la Ciencia Galileana, Físico-Matemática, que está en el origen, en el punto de nacimiento de la revolución científica, en el siglo XVII, con su prodigioso desarrollo. Esto me lleva a referirme a la construcción de un discurso inédito, el de la ciencia, que, como afirma Lacan, forcluye al sujeto del deseo y su goce propio. Se puede decir que este discurso que no olvida, de la castración no quiere saber nada en el sentido de la represión. María Zambrano podría haber dicho: el discurso de la ciencia forcluye el saber sobre alma. El discurso de la ciencia no solo pretende dominar lo real de la naturaleza; en su eficacia formal, en su potencia logificante, se olvida de la verdad, de todo aquello que, escapando al saber, hunde sus raíces en el cuerpo y su goce. Lo domina de otra forma, en el sentido de que lo rechaza (verwerfung): no ha lugar en lo simbólico. Si el discurso de la ciencia forcluye al sujeto, el racionalismo lo desconsidera, lo valora como algo prescindible, una molestia que se interpone en el camino recto de la razón. Se podría decir, utilizando un término psicoanalítico, que la razón dominadora reprime al sujeto-del-alma, precisamente la parte del hombre íntegro que la razón no puede someter. Para María Zambrano la muerte y el amor son los dos objetos principales que la razón no puede someter (la pulsión de muerte en su anudamiento con el sexo, con el goce). La filosofía se muestra refractaria, poco dispuesta a acoger, a dejarse habitar por esos dos reales, imposibles. María Zambrano puntualiza que la filosofía, a diferencia del cristianismo, cuando aparecen la muerte y el sexo mira hacia otro lado, cierra los ojos, no quiere saber nada de ese real-del-alma .

Immanuel Kant

-) En tercer lugar está el saber sobre el alma, de nuevo cuño, que no desconoce que el alma del hombre está tejida con el sexo, el amor y la muerte. Este modo del saber permite mirar de frente, como el torero que no pierde la cara al toro, o el psicoanalista que no cede ante el deseo, lo real, a fuerza de imposible, de la muerte, la locura y el sexo. La sustancia del alma es precisamente eso de lo que ningún bien nacido quiere saber nada. Solamente, acaso, los mal nacidos, los que nacieron atravesados, peleándose a garrotazos con la vida desde el principio. María Zambrano postula el saber sobre el alma como el saber verdaderamente filosófico, el que se propone como camino, cauce de vida y de verdad; el que toma como objeto al hombre y a su razón íntegras; el que no es dominador, amo, que está dispuesto a recibir, acoger, hospedar, dejarse habitar, como la copa al vino, o la vasija al aceite o al trigo, en su vacío radical, eso que no es dominable por la razón, que escapa a la razón; ahí, en ese lugar, hemos incluido al cuerpo y su goce, la muerte y el amor (el sexo), la angustia y el silencio. Esta materia real, el paño, la textura, con la que se trama la urdimbre del alma, es lo que María Zambrano denomina de diferentes maneras: la razón poética, musical, simbólica, mediadora.

La razón poética no es sin el cuerpo:

Donde la palabra tiembla existe el ritmo, la música y un cuerpo dispuestos a sentirlos. La primera expresión fundamental del hombre es el cuerpo, no la palabra. Y, así, la hazaña de la filosofía griega fue descubrir y presentar como suyo aquel abismo del ser situado más allá de todo ser sensible, que es la realidad más poética, la fuente de toda poesía. La razón práctica proporciona al hombre convicciones que le permiten participar del juego creador en la vida.

El Hombre y lo Divino; María Zambrano; Ed. Fondo de Cultura Económica de España; Madrid; 2007.

Después de ubicar la razón como una función problemática, nada aséptica, generadora de síntomas y fuente de un malestar en la cultura, seguiremos a Lacan y sus tres tiempos lógicos -el instante de ver, el tiempo de comprender y el momento de concluir– como una herramienta fundamental con la que explorar la condición del sujeto y su acceso al deseo del alma, ¡o al alma del deseo! Siguiendo las huellas que marcan el paso de los tres tiempos lógicos podremos comprender mejor la sucesión de los acontecimientos históricos que, según María Zambrano, dan cuenta del engendramiento a nivel del discurso de la filosofía de un saber sobre el alma. Sabemos que el alma es lo más ajeno, extraño, distante, al hombre en relación con su yo (marcado por la posición del idealismo), al ser definida por María Zambrano como un trozo del cosmos en el hombre.

El instante de la mirada: El romanticismo

Afirma María Zambrano que después de dos siglos de tener el alma del hombre sin cultivar, en barbecho -desde el siglo XVII al XIX-, es decir, después de dos siglos de haber reprimido el significante almático, de haberlo sacrificado en aras del culto a la razón, de haberse olvidado de él en beneficio del ideal de la razón, se produce el retorno de lo reprimido en la cultura, con la consiguiente eclosión o brote del síntoma social. Se trata del movimiento romántico en el siglo XIX, que tiene el significado de una protesta, de una rebelión contra el malestar en la cultura, producido por la asfixia, la sofocación, el olvido que había sufrido el alma del hombre durante un tiempo tan largo, perpetrado por el dominio omnímodo de la razón, por esa razón dominadora que reprime férreamente el ímpetu deseante del alma en el hombre, esa pasión sin la cual la razón es un instrumento muerto, estéril, que no toca la carne del hombre, que no le conmueve, que no le hace vibrar en lo más real de su cuerpo.

El romanticismo es un grito de liberación, que trata de romper, prometeicamente, las cadenas de la razón que asfixian, coartan, las energías creadoras del hombre, lo que es del orden de su verdad.

Lo importante del romanticismo, para María Zambrano, como síntoma social, es que, actuando como un grito, vuelve a situar el alma en el escenario del mundo, en la historia del hombre, esa alma que llevaba dos siglos en barbecho, sin cultivar. ¿Cómo lo hace? Por medio de la identificación de la Naturaleza -lo más exterior al hombre-, con el alma, lo más interior. La Naturaleza es el gran escenario donde se representa el destino trágico del alma del hombre. La Naturaleza es para el romanticismo:

Solo espejo donde podía ver reflejada su alma. Su alma de quien la razón aplicada a la ciencia nada le decía.

Hacia un saber sobre el alma

El hombre romántico, que con su razón va a someter las fuerzas de la naturaleza como jamás se había hecho, habla poéticamente de la naturaleza con temor, casi con espanto (…) La naturaleza para el romántico es inmensa, inabarcable, infinita y la ve en sus máximos momentos de fuerza esplendorosa: en la tempestad, en el rayo, en la montaña abrupta, en el mar insondable, en los abismos sin fin, en las profundas simas de la tierra y el cielo (…) El alma enfurecida se busca a sí misma en la poesía, en la expresión poética. A través de la naturaleza enfurecida se busca a sí misma (…) los <<abismos insondables>>, <<las simas sin fin>>, <<las tempestades fragorosas>>, son sus propios abismos, sus propias tempestades, entenebrecidas por el abandono de la luz de la razón.

Ibid.

En esta última cita nos encontramos con una anticipación de la verdad de la razón poética.

El romántico ve en la Naturaleza -en el instante de ver- todos esos meteoros, después de haberse despertado a la contemplación del alma (proyectada en una exterioridad radical).

El romántico, entonces, rescata esa pasión por el alma, a la que le falta el otro elemento fundamental que configura el saber sobre el alma: la razón poética, simbólica, que deberá actuar, intervenir, como cauce de vida, camino de verdad.

De esa pasión más la razón, que constituyen el saber sobre el alma, el romántico se entrega en cuerpo y alma a la pasión, y se olvida de la razón. Por este motivo, el destino del romántico, en su pasión desbocada, autodevorante, deja escapar la verdad, entregándose a lo irracional, a la muerte (muchos románticos, como el joven Werther, de Goethe, se suicidan), a los amores imposibles y desgraciados. La consecuencia trágica es que el romanticismo, más allá del nudo amor-muerte, no hace lazo social.

El joven Werther

La Naturaleza del romántico, en lo que tiene de inabarcable para el hombre, es el reflejo de su propia alma incomprendida, abandonada por la luz de la razón.

Esta es la pregunta que, según María Zambrano, se desprende del romanticismo, en su entrega absoluta a la pasión, en su rechazo también absoluto de la razón:

¿Quedará así siempre, los abismos tenebrosos sin luz y el alma condenada, en la oscuridad del infierno?

Ibid.

Dice María Zambrano que era necesario topar con esta nueva revelación de la razón a cuya aurora asistimos como razón de toda la vida.

El romanticismo se caracteriza por ese predominio de la emoción, que se traduce en lo figurativo, lo plástico, lo que es del orden de la representación imaginaria, pero al que le falta ese componente de saber, de razón, que podemos adscribir a la dimensión de lo simbólico; aquello que María Zambrano llama la razón poética, musical, simbólica, o mediadora, que no es sin pasión, sin poner en juego el cuerpo.

La razón musical y poética

El tiempo de comprender: El oráculo y los ritos de iniciación

El segundo momento -tiempo lógico-, es el tiempo de comprender. Comprender el alma, que sigue al instante de ver el alma, aquello que caracteriza la captación del alma por parte del hombre romántico, a continuación de esa recuperación del alma como síntoma, como malestar en la cultura, que emerge en la superficie de la estructura social, agujereándola.

Lo que llamo el tiempo de comprender el alma es lo que María Zambrano sitúa en relación con los cultos mistéricos en la Antigua Grecia. ¿Qué función social tienen estos cultos, los más conocidos o renombrados de los cuales son los cultos órficos, dionisíacos y eleusinos? ¿Quién entra y se inicia en estos cultos?

Lo que plantea María Zambrano es que el hombre, en un momento dado de su historia, avanza sobre el cosmos, ganando, por decirlo así, espacio al cosmos, de tal forma que ensancha, agranda, el espacio de su alma. La consecuencia es que, por primera vez, es capaz de sentir su alma como algo separado del cosmos, diferenciado del mundo. Esto, que se podría concebir como un progreso, una ganancia, un avance, el hecho de poder sentir el alma como algo propio, al acompañarse inevitablemente de un sentimiento de soledad, de silencio, debido a la separación del cosmos como un todo, no es vivido como una gracia, sino, por el dolor que comporta, es sentido como una desgracia, el castigo por haber pecado.

Por lo tanto, ese sentimiento de dolor por haber pecado, supuesta causa que nos ha llevado a una situación de soledad, abandono y silencio, empuja a la tentación de volver a la situación anterior, reintegrarse en la unidad del cosmos, perderse en esa unión, abandonando en ese camino de retorno lo más valioso, el alma, la propia verdad, la posibilidad única de habitar, vivir la propia vida.

Si el sujeto que ha podido sentir por primera vez su alma, a pesar de la soledad y del silencio, no retrocede a la unión con el cosmos, donde, por expresarlo así, con un neologismo, perdería su almidad, se preguntará inevitablemente por su condición, repitiendo en sí mismo la pregunta con la que Tales da comienzo a la filosofía: ¿Qué son las cosas?: ¿Qué soy yo?; ¿Cuál es mi destino?; ¿Qué tengo que hacer ante tal o cual situación?

En el mundo griego, a partir de ese punto existencial, había dos caminos, no excluyentes entre sí, que son, por un lado, el del oráculo, como el de Delfos, al que consultaba Sócrates. Por el otro, el del culto mistérico: órfico, dionisiaco, eleusino. En ambos casos, se trata de caminos, vías, cauces, para poder acceder, en una experiencia religiosa (en el sentido etimológico de religare, de religación), en un encuentro único, por medio de un saber sobre el alma, a un nuevo modo de ligazón (ligare: ligar o amarrar) con el Dios (con el Otro, representado por Apolo, Orfeo, Dioniso, o Perséfone).

El oráculo y los cultos mistéricos marcan el camino, la vía, el cauce, hacia un saber sobre el alma.

Hay que tener en cuenta que el Dios, el Otro del oráculo, de los cultos mistéricos, es un Otro que habla, un Otro de la palabra. De hecho, oráculo, viene de orare, que significa tanto orar como hablar. Dejemos el oráculo para el final, para el momento de concluir, para el tercer tiempo lógico. Centrémonos en los cultos mistéricos que consisten todos ellos en una iniciación hacia un saber sobre el alma.

Dice María Zambrano que:

En los ritos órficos y en el culto a Dionisos, el alma, para saberse, se hundía en la Naturaleza, como en el romanticismo, pero de muy distinta manera.

Ibid.

Hundirse en la naturaleza es hundirse en sus raíces más profundas; es ahondar hasta el fondo en la naturaleza del alma, en su condición última, que es, como ya sabemos, angustia y desamparo, vacío y silencio, también gozo y alegría. De ese fondo de angustia y vacío nacerá un saber sobre el alma.

Comenta María Zambrano que en estos ritos iniciáticos se trata de algo que ella describe como:

Es un baño cósmico. Una inmersión del alma en las fuentes originarias del ímpetu de vivir, una reconciliación del alma con la vida (…)

Es un retorno a las fuentes originarias de la vitalidad para limpiarse de las sombras de su interior, de algo que empieza a sentir como suyo, aposento de silencio y soledad.

Ibid.

Estos cultos mistéricos comportan rituales de purificación que consisten en morir y volver a nacer, en un auténtico renacimiento. Este morir y volver a nacer comporta el vaciamiento radical del alma, que se convierte en vaso, vasija, caja de resonancia, que permitirá escuchar la palabra, el oráculo del Dios (Otro).

Todos los mitos que sostienen los cultos mistéricos -el de Orfeo, Dioniso, Eleusis- versan sobre la muerte y el renacimiento del héroe o el Dios (A).

Por eso, María Zambrano, decía al principio de este trabajo:

Y es que parece ser condición de la vida humana el tener que renacer, el haber de morir y resucitar sin salir de este mundo.

Ibid.

Y, a continuación, María Zambrano, expone el nacimiento de la razón poética:

(…) llegada a mí casi a ciegas, en la penumbra del ser y del no ser, del saber y no saber (…) El lugar donde se nace y se desnace es el más adecuado y el propio del pensamiento filosófico.

Ibid.

El oráculo de Delfos

María Zambrano propone que, en el oráculo, el griego pregunta al Dios y, al mismo tiempo, se entrega a una orgía de purificación.

La palabra orgía viene del griego orgia que significa ritos y misterios. En el mundo antiguo la palabra orgía, vinculada a rituales religiosos, no tiene nada que ver con el sexo. Se refiere al estado de entusiasmo o frenesí religiosos de ciertos cultos en los que los cultores entran en una especie de trance místico. Se califica como religión mistérica a aquella que intenta transmitir el conocimiento a través de la experiencia iniciática, ritual (la praxis), y no mediante la razón. Obviamente, la función de la palabra es decisiva.

Dioniso es el inspirador de la locura ritual y el éxtasis, el trance místico donde uno recibe la iluminación del saber sobre el alma.

El renacimiento es el principal motivo de adoración en las religiones mistéricas, pues la muerte y resurrección de Dioniso son sucesos de reverencia mística.

El alma griega acude a los cultos mistéricos cuando comienza a sentirse separada del cosmos, con la soledad y el silencio que comportan esta separación, buscando una reconciliación, la esperanza de librarse de sus dolores; también con la alegría de quien se encuentra con sus orígenes.

Misterium (latín) procede del griego mystérión qué significa iniciado.

El término misterios se deriva del verbo myo: cerrar los labios: silencio.

En síntesis, los cultos mistéricos, son ese cauce de vida, camino de verdad, que emprende un hombre después de haber-se sentido en su alma como algo separado del cosmos; alma que está en su interior como un trozo del cosmos; también, después de haberse preguntado (la pregunta por su ser es indisociable de su condición de alma): ¿Quién soy yo?; ¿Cuál es mi destino?; ¿Qué debo hacer con mi vida?

La única respuesta posible pasa por hundirse, morir y renacer, en una búsqueda orgiástica, trabajosa, que comporta dolores de parto, atravesando y siendo atravesado por diferentes rituales (orgía igual a ritos), sostenidos por el mito constante de la muerte y la resurrección del Dios (Dionisio), en una experiencia iniciática (mystérión en griego significa iniciado) que culmina en el descubrimiento, en el encuentro, con la naturaleza última del alma, en sus raíces más profundas: un saber sobre el alma, de un valor incalculable, de un precio inestimable (justo lo que constituye la naturaleza del goce).

La orgía, la iniciación ritual en los misterios del alma, en su naturaleza más profunda, guiados por el cauce del mito, del saber mítico, conlleva una purificación, una catarsis, que nos hace abandonar por un momento los dolores de la naciente soledad, después de haber sentido el alma en su separación radical.

Sumergirse, como hace el alma griega, a través de los cultos mistéricos, en la experiencia ritual y mítica, eminentemente significante, en lo dionisiaco de la naturaleza del alma, a través de un proceso de muerte y resurrección, de purificación radical, es poder acceder, encontrarse, con el goce primigenio, con lo que María Zambrano llama el ímpetu que nos traspasa, las fuentes originarias de la vitalidad, allí donde al hombre y a la mujer les duelen las entrañas de la vida.

Pero, para eso, en esos rituales mistéricos, de purificación, muerte y resurrección, hay que volver a vivir esa experiencia que se vivió al principio, antes de adquirir la condición de iniciado (mystérión) en esos cultos mistéricos: la vivencia de soledad y separación, pero ya no como pecado, culpa, sino como angustia y desamparo (hilflosigkeit), vacío y silencio (la dimensión del afecto, del ser).

En ese vacío radical, en ese despojamiento absoluto, donde, en plena soledad, solo se escucha el silencio, los latidos del corazón que marcan las horas de la angustia, es el lugar (¡y no hay otro!) en el que se podrá recibir el oráculo, la palabra (orare) del Dios (Otro).

Los misterios eleusinos

El momento de concluir: la experiencia mística: el vacío del ser

Lo anterior nos permite acceder al último tiempo lógico del camino hacia un saber sobre el alma: el momento de concluir.

La esencia del momento de concluir es la recepción del oráculo, la palabra del Dios (Otro), en una experiencia mística. Aquí nos tenemos que detener en una pista que nos da María Zambrano, sin la cual todo lo anterior no tiene sentido.

Hay una frase, que está al final de su trabajo, de la que no dice quién es el autor, pero que da una pista clave: Dios está en el fondo del alma.

Recalca María Zambrano que el deseo perenne del hombre es poseer un alma clara y transparente; también profunda. ¿Para qué necesita el hombre un alma clara y transparente? Para que el alma deje pasar, atravesar, penetrar en su más recóndito interior, ese saber sobre el alma, lo que María Zambrano llama la razón poética, que procede del Otro.

Justo ahí, señala María Zambrano, que el hombre podrá descubrir esas razones del corazón que el corazón mismo ha encontrado aprovechando su soledad y abandono.

Con respecto a una pregunta articulada¿Qué soy yo en mi condición de alma, de prójimo?-, la respuesta solo puede venir de un saber articulado, de una palabra oracular, profética, del Otro que habla, y, que, por hablar, por su sujeción al lenguaje, muere y resucita, nace y desnace, entre el saber y el no-saber, el ser y el no-ser. Eso es el saber sobre el alma.

El oráculo es el precursor del conócete a ti mismo socrático.

El alma romántica es dolor de existir.

El alma griega es alegría de existir.

La mirada de María Zambrano

¿De quién es la frase Dios está en el fondo del alma? Para los creyentes se trata de Dios; para los no creyentes de un saber sobre el alma. Es evidente que es de un místico. ¿Cual?

Puede ser el Maestro Eckhart (1260-1327). Esta es una cita del Maestro Eckhart:

More ella (el alma) en su interior, totalmente solitaria, en la porción más noble de sí misma. Aquí está el lugar del nacimiento.

(…) En el fondo del alma reina ahora un silencio, silencio de media noche, en expectación de este divino nacimiento. Entonces, Dios padre pronuncia su palabra.

(…) En tal alma, sosegada, pronuncia Dios su palabra y se pronuncia a sí mismo.

Maestro Eckhart

En el eclipse del ser, en su desaparición, vacío, abandono, se nace a la palabra de Dios.

(…) Todo había pasado en lo más íntimo del alma, donde no hay acceso para el entendimiento, y por lo mismo eran cosas escondidas. El entendimiento no pudo seguirla y alcanzarla. No. Porque está fuera y Dios estaba dentro, dentro totalmente.

El fondo del alma está libre de todos los hombres y desnudo de todas las formas, completamente desasido y libre, tal y como Dios es desasido y libre de si mismo.

En el fondo del alma reina ahora un silencio, silencio de medianoche, en expectación de este divino nacimiento. Entonces, Dios padre pronuncia su palabra.

Maestro Eckhart

¿Podría ser San Juan de la Cruz el autor de la frase (1542-1591)?

San Juan de la Cruz también habla de la presencia escondida de Dios en el centro del alma.

San Juan de la Cruz dice que El centro del alma es Dios.

El centro del alma es el lugar donde se realiza la divina juntura y unión del alma con la substancia divina.

El centro del alma es Dios, al cual cuando ella hubiere llegado según toda la capacidad de su ser y según la fuerza de su operación e inclinación habrá llegado al más último y más profundo centro suyo en Dios, que será cuando con todas sus fuerzas entienda, ame y goce a Dios.

S. Juan De La Cruz
San Juan de La Cruz

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