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Pedro Páramo, el Nombre de los goces y la Función Paterna

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Seminario de Relatos y Retazos del Psicoanálisis / 2020

I) Juan: El nombre del goce

“Pedro Páramo”, la obra magna de Juan Rulfo, no es la historia de Pedro Páramo, es la historia de un hijo, llamado Juan Preciado, que busca a su padre, del que dice su madre que se llama Pedro Páramo.

En esta obra todo pasa por los nombres, hasta lo que pasa para no volver, lo que se llama la muerte.

De hecho, Juan Preciado, el hijo que, como todos los hijos, busca Un-Padre, podría ser el heterónimo de Juan Rulfo, el cual, también, como hijo que es, busca Un-Padre.

Se puede decir que entre Juanes anda el juego; sobre todo, si a estos Juanes que nombran a hombres -a Juan Rulfo y a Juan Preciado-, se les añade el nombre de otro Juan que, en este caso, aunque sea de género masculino, nombra a una mujer, la así llamada Susana San Juan, la amada mística de Pedro Páramo, la única que, con su muerte, con su sacrificio, reblandece esa piedra, hace rebrotar ese páramo, llamado Pedro Páramo.

Llamativo, todos los Juanes, tanto masculinos como femenino, buscan Un-Padre.

Es curioso, Susana San Juan (con el San de Santa), es una mujer que también busca Un- Padre, la cual, al no encontrarlo, se melancoliza y muere (se deja morir).

Al igual que en la relación con el falo, con el significante del deseo, existe una asimetría entre los sexos, debido a que tanto el varón como la mujer desean el falo; en el caso de la relación con el padre, también se repite la misma asimetría: Juan Preciado (también llamado Rulfo), por más señas varón, así como Susana San Juan (también llamada… ??), por más señas que se den, mujer, ambos, buscan Un-Padre (búsqueda imposible de desanudar del deseo de la madre por el padre, de la constitución de la metáfora paterna).

En el nombre propio, Juan, con el que son nombrados Juan Preciado (el hijo) y Susana San Juan (la hija), se condensan los trazos, las marcas, de la condición femenina (no-toda) y masculina (fálica).

El real de la diferencia sexual, la asimetría de los goces sexuados (hablados), sólo podrá ser abordado con el auxilio, la intercesión, la intermediación, desde un lugar tercero, de la Función Paterna (en su ditmensión de acto legislativo, ordenado por el deseo del Otro).

Sintetizando: El nombre Juan es el nombre con el que se nombra lo más específicamente masculino (el goce fálico) así como lo más específicamente femenino (el goce no-todo), tanto en un hombre (Juan Preciado) como en una mujer (Susana San Juan).

II) Pedro Páramo: el páramo del Nombre y de la Función Paterna

Dice Lacan que el Padre como Función es el Padre que nombra, que pone un nombre a lo real (que lo bautiza).

Si hay algo que caracteriza a Pedro Páramo en su condición de no-Padre, de ser aquel que dice No al Padre, que ha renegado de su Función Paterna, es que, en vez de nombrar, forcluye el Nombre.

Más allá de todas sus violencias, asesinatos y violaciones, que convierten Comala en un territorio sin Ley, su peor crimen, su mayor pecado, es el de no haber nombrado a aquellos que tenían derecho a ser nombrados (pecado de omisión, de omitir el nombre debido a un hijo, una mujer, una madre, un padre…).

Pedro Páramo se acuesta con todas las mujeres de Comala, a las que considera, como su finca -La Media Luna-, una propiedad suya.

A ninguna de estas mujeres la nombra.

Esto es lo que explica que se olvide de todas, que no tenga memoria de ninguna, excepto de Susana, la única mujer que está prohibida para él, sancionada como incestuosa porque, en el fondo, es La Madre.

Aunque se haya acostado con muchas mujeres, en realidad no ha estado con ninguna; no ha conocido mujer (como se expresa en La Biblia).

A ninguna de sus (??) innumerables y no numeradas mujeres (cuerpos sin nombre) las ha nombrado con su nombre de mujer: “Tú eres mi mujer”.

Este significante-nudo, esta palabra fundante, jamás ha salido de su boca.

Su emisión implicaría el reconocimiento del Otro, su dependencia de la Ley del Otro, la castración por el significante, cosa que, bajo ningún concepto, bajo ningún significante, Pedro Páramo, está dispuesto a admitir ni a permitir (esta es la definición de forclusión).

Pedro Páramo no es el Padre que nombra, es el Padre que no nombra, que forcluye el nombre, por haber renegado del acto de nominación, lo más nuclear de la Función Paterna.

Si Pedro Páramo es el Padre que no nombra, que no está dispuesto a entregar su nombre, el del Padre, el de la Ley, esto implica, necesariamente -por una necesidad estructural-, que se va convertir en el Padre que goza, que solo se puede situar en la relación con los otros (sus mujeres, a las que no desea, y sus hijos, a los que no reconoce), desde su voluntad omnímoda de goce.

Su modo de vínculo con todos los personajes significativos de su historia está marcado por estos dos rasgos, a los que podemos considerar forclusivos:

-La omisión del acto de nombrar que le corresponde, le toca, en su condición de Padre (de un hijo) y de hombre (de una mujer).

-Su posición de voluntad de goce, no atravesada, hendida, limitada, por la Castración; que conlleva la destrucción, la aniquilación del otro al que supuestamente ama (véase Susana San Juan) y, al final, su autodestrucción (véase su trágico y melancólico final).

Pedro Páramo se hace presente a los otros de una forma brutal, desde una voluntad de goce que no atiende a razones, que no se atiene a ninguna medida, que no guarda la debida proporción.

Se identifica perversamente al Falo absoluto de una Madre no castrada (ver los avatares de la relación con su madre, mujer melancólica y posesiva), al mismo tiempo que consuma su desafío al Padre (tachado de débil).

Su exhibición de poder hace guiños de complicidad a un Otro materno que recibe con satisfacción plena, con orgullo, el mensaje parricida: “Mira, madre, de lo que es capaz tu hijo…”.

Pedro Páramo es el Amo absoluto de Comala, bajo la apariencia del cacique de pueblo, paternal y arbitrario, condescendiente y tiránico, dueño y señor de la vida y la muerte de sus súbditos.

Es lo que le confiesa a Fulgor Sedano, su capo y capataz, en relación con el pleito que mantiene con Toribio Aldrete, sobre una cuestión de lindes, de límites, de sus tierras; que, a partir de ese momento, los límites los marca él; que es él el que dicta, promulga la Ley en Comala: “Yo soy Pedro Páramo”; en Comala la Ley soy yo.

Si la Ley ha sido derogada, si Dios ha muerto, si ya no hay nada que limite el goce, todo es posible (lo que implica que ya nada es posible; que no hay ya lugar ni posibilidad para la más mínima manifestación del deseo).

Esto queda perfectamente ilustrado a través de su no-relación con Susana San Juan.

Esta mujer enigmática, que también tiene un conflicto con el nombre del padre, al que no le llama padre, solo por su nombre propio -Bartolomé-, con la lógica desesperación de éste, es el primer amor, el único y absoluto amor de Pedro Páramo.

De adolescente la quiso con locura, con desesperación.

Ella se dejaba amar por él, toleraba con resignación su deseo, pagaba con dolor el precio de la carne, pero su aspiración apuntaba a un amor totalmente puro, absoluto, místico, inalcanzable (no encarnado por su padre, ni mucho menos por Pedro Páramo; ¿a lo mejor por la madre muerta?).

Susana, después de morir la madre, abandona Comala, en compañía del padre, que quiere apartarla de esa obsesión enfermiza en que se había transformado para Pedro Páramo.
Como Susana es el primer amor de Pedro Páramo, y el primer amor nunca se olvida, porque la Madre es el primer amor, él no se olvida de Susana San Juan, que es un Amor imborrable, el Amor de (a) ese Otro primordial que nos dio el ser.

Bartolomé San Juan había desaparecido con su hija.

Al cabo de mucho tiempo, cuando se declara la guerra de los cristeros, Pedro Páramo logra localizarla.

Les ofrece a su padre y a ella refugió y protección en Comala.

Bartolomé lo acepta por su hija, pero no se deja comprar, corromper, tentar, como el Padre Rentería, ni por el poder ni por el dinero.

Se niega totalmente a que su hija viva en La Media Luna; mucho menos está dispuesto a permitir que se case con un hombre al que considera un déspota y un canalla.

Pedro Páramo no está acostumbrado, ni lo tolera, a que nada ni nadie se interponga en sus designios de goce; a que algo o alguien trate de torcer, quebrar, desviar, su voluntad de goce.

Que Bartolomé intente apartar a su hija de él, lo vive como una humillación insufrible, como un desprecio insoportable.

Si alguien lo supiera, ¿en qué lugar va a quedar el prestigio del sumo Cacique de Comala? (por otro lado, qué ironía, ¿cuál es el valor de ese pueblo de mala muerte, que hasta los curas lo desprecian como destino?)

Susana -La Mujer-, al igual que la finca de Toribio -La Tierra-, son sus objetos de goce, son suyos, su propiedad (sus… suyos… su… esto no hace más que taponar cierta falta, determinada carencia constituyente, la dimensión de pérdida de la castración).
Toribio ya experimentó la más cruel de las muertes por no querer entregar lo que Pedro consideraba suyo.

Ahora le va a tocar a Bartolomé que no reconoce los derechos de propiedad de Pedro Páramos sobre su hija, motivo por el cual no está dispuesto a entregársela a Pedro El Terrible.

Pedro Páramo, el cacique, el Amo de Comala, el Urvater de un pueblo perdido de México, se deshace de un plumazo, por un quítame allá esas pajas, de esos dos personajes, Toribio Aldrete y Bartolomé San Juan, que presentifican la Ley de prohibición del incesto, interponiéndose como un obstáculo, una barrera, en el camino de su voluntad irrestricta de goce, que le conduciría, en una aspiración fantasmática, a poder gozar sin limitaciones de esos dos objetos que están emparentados: La Tierra y La Mujer (en su trasfondo, La Madre no-castrada, que puede adoptar el semblante de La Mujer no-tachada, que no existe).

En el caso de La Tierra, se arroga la potestad de ser aquel que decide dónde están los límites.

En el caso de La Mujer, de Susana San Juan, a la que dice amar, mata al Padre, a Bartolomé, no tanto por su oposición frontal a la relación de su hija con un cacique inmoral, sino porque en tanto es El-Padre-de-Susana, no deja de encarnar, de hacer semblante, del lugar radical de la Ley (de la que todos tenemos que responder, lo queramos o no, por acción o por omisión).

Pedro Páramo, en los dos casos en los que se carga la Ley, la de la Tierra (respetar sus lindes, sus fronteras inviolables e invisibles) y la de la Mujer (respetar los tiempo del deseo en su acompasamiento, cadencia, medida, ritmo, con la Ley del significante), pierde, arruina, estos dos objetos: lleva La Media Luna a la destrucción y, a Susana, a la que dice amar con pasión, a la aniquilación y la muerte. ¿Por qué?
Aquí es cuando Pedro Páramo, fascinado por su propio poder (¡fantasmático!), por su omnipotencia-impotencia imaginarias, cometerá un gravísimo error de cálculo (el típico de cualquier neurótico, sin necesidad de que, para caer en él, tenga que ser un cacique en Comala o en la conchinchina) que le arrastrará a su destrucción.

Es el error característico de un Amo, el cual, siempre seducido y subducido por su voluntad de dominio, por los mecanismos aparentemente infalibles del poder más brutal, desconoce de forma radical que cuando mata a Bartolomé San Juan no sólo está acabando con el páter familias de Susana, el hombre que se opone a sus caprichos y arbitrariedades, que se atraviesa en el camino de su goce, sino a algo que no es solo un hombre o que es más que un hombre, al hombre que, en tanto que hace semblante para su hija del Significante del Nombre-del-Padre, se constituye en la la Ley de su deseo.

Ahí pierde a Susana como mujer, deseante y deseada, amante y amada, quedándose sólo con sus despojos, sus restos, con “la piel del imbécil” sadeana.

Pedro Páramo, al asesinar a Bartolomé San Juan, en vez de hacerse su amigo, su cómplice, de a-filiarse a su causa, a su filum (tipo y filo) paterno, a su fides (fe y fidelidad) con el Otro de la Ley, cava su propia tumba y la de su amada.

Pedro Páramo comete el mismo pecado, de pensamiento y de obra, que Iván, el segundo de los Hermanos Karamazov, cuando, maliciosamente, sostiene la tesis, falsamente ateísta por deicida, Otricida, de que: “Si Dios no existe, todo está permitido”.

Lo que le pasa al desgraciado de Pedro Páramo es que “Si Dios no existe, Susana San Juan no está permitida” (como se comprueba fehacientemente después del asesinato de su padre, Bartolomé San Juan, que, al ser su deseo del Otro, era un dios para ella).

Decir que Susana San Juan, si se ha decretado la abolición de la Ley, su derogación, no va a estar ya más permitida, porque solo la Ley garantiza el anudamiento del sujeto con el deseo, es lo mismo que afirmar que “Si la Ley no existe, Susana San Juan no es posible”.

Circunstancia que no le deja a Pedro Páramo igual, a salvo, sino que, al transformarse Susana San Juan en imposible (por mor de no ser ya posible), en La Mujer no-tachada -que ahora sí que existe-, condena al bueno-malo de Pedro a un real empuje a La Mujer, de carácter mortífero y aniquilador.

Lo mismo sucede con la relación entre Pedro Páramo y sus múltiples hijos (en Comala todos podían ser sus hijos, porque él disponía de todas las mujeres para su goce particular y privativo).

Igual que a ninguna mujer, incluida Susana, le dice “Tú eres mi mujer”, nombrándola con su nombre de mujer, a ninguno de sus hijos le dice “Tú eres mi hijo”, nombrándolo con su nombre de hijo; Miguel Páramo, que no es su hijo, sino el típico hijo del cacique del pueblo, que solo se dedica a la vagancia y la pendencia, es el único -la excepción que confirma la regla- que lleva su apellido, sin hacer el más mínimo honor a él).

La consecuencia es que Pedro Páramo no tiene ningún hijo que le suceda, que se haga cargo de su herencia, de su nombre, muriendo solo y abandonado.

Juan Preciado es el hijo no reconocido que busca al padre que no le reconoció por mandato, in artículo mortis, de una madre despechada.

“Pedro Páramo” es la historia de Juan Rulfo, de un hijo que busca al padre para vengarse, para pedirle cuentas por lo que no hizo, por lo que omitió del deber de Padre, de nombrar, dar un nombre, el cual, en esa búsqueda, se encuentra con Un-Padre, con esa Comala habitada por las palabras vivas de los muertos, que gritan por todos los poros, las grietas, las fisuras, el Nombre del Padre.

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