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Sobre las pesadillas (anexo del seminario)

Sobre las pesadillas (anexo del seminario)

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Si los sueños son la vía regia para acceder al inconsciente, ¿qué valor tienen las pesadillas como material analítico?
Esa cuestión me condujo a repasar la bibliografía acerca de las investigaciones sobre las fases del sueño, las distinciones entre terrores nocturnos, pesadillas y otros “trastornos del sueño”. Aunque no carecería de interés comentarlo prefiero partir de otra fuente que aporta una lucidez a toda prueba: Jorge Luis Borges. Una de sus siete noches, la segunda, antes de Las mil y una noches y después de La divina comedia, está dedicada a La pesadilla. Sus palabras iniciales pueden leerse como una declaración de principios: “Los sueños son el género; la pesadilla la especie. Hablaré de los sueños y, después, de las pesadillas. Estuve releyendo estos días libros de psicología. Me sentí singularmente defraudado. En todos ellos se hablaba de los instrumentos o de los temas de los sueños y no se hablaba, lo que yo hubiera deseado, sobre lo asombroso, lo extraño del hecho de soñar”.


Lo que les permite confirmar que existimos como la materia del tiempo o, recordando a Shakespeare, que estamos hechos de la misma estofa que los sueños.

Borges


Partir de allí, además de ser grato, es también situar las preguntas desde el hecho de soñar, que no siempre ocurre. Luego, analizar los sueños y las pesadillas como género y especie vale en tanto a veces se presentan como dos entidades sin conexión.
Nuestra pregunta es entonces cuándo, cómo, por qué, las pesadillas a veces transitan al soñar, acceden a un deseo y otras parecen repeticiones mórbidas, padecimientos postraumáticos, crisis de angustia de puro sufrimiento.
Tomo lo de la pesadilla atemperada por soñar de un momento del seminario de Lacan Le sinthome, del 16 de marzo del 76. Allí comenta que puede ocurrir que, como lo escribe Joyce, la historia sea una pesadilla de la que no podemos despertar.
Desde el anhelo de sortear ese atrapamiento, puede leerse Finnegans Wake como un tránsito de la pesadilla al sueño, como una pesadilla atemperada donde el soñador no es ningún personaje particular sino el sueño mismo. Un sinthome que permite existir.


Si el ombligo del sueño nos señala las coordenadas de un encuentro con lo real repercutiendo en las existencias, nos recuerda también lo que persiste como enigma desde lo más remoto. Esas cuestiones están en correspondencia con lo traumático de los encuentros fallidos con lo real y sus destinos, con las neurosis de angustia, con los síntomas, inhibiciones y otras respuestas a lo traumático. Podemos remitirnos a los sueños traumáticos en textos de Freud o al Seminario 11 de Lacan donde dice: “¿Dónde encontramos ese real? Es, en efecto, de un encuentro, de un encuentro esencial, de lo que se trata en lo que el psicoanálisis ha descubierto; de una cita, a la que siempre estamos requeridos, con un real que se esconde.(…) lo cual (…) se presentó en primer lugar en la historia del psicoanálisis bajo una forma que por sí sola, basta ya para despertar la atención: la del traumatismo. Y toma un sueño traumático, el referido por Freud en relación con la refutación de la tesis del sueño como realización de deseos: el del padre que, intentando reposar un rato mientras vela a su hijo muerto, sueña que el hijo lo toma del brazo y le dice: Padre, acaso no ves que estoy ardiendo”.
Tal vez en ese acaso estriba la eventualidad de ser reproche o llamado.

Supongo que las pesadillas, aunque parecen contradecir las tesis freudiana de los sueños como realización de deseos, lo que hacen es indicar la complejidad del deseo y lo contradictorio de su realización. Por eso me remito a otra cita que sitúa a las pesadillas como una cuestión insoslayable.
En el seminario sobre la angustia de fecha 12 de diciembre de 1962, dice Lacan: “… evocaré la experiencia más masiva, no reconstituida, ancestral, arrojada en la oscuridad de las edades antiguas de las que presuntamente habríamos escapado, de una necesidad que nos une a tales y sigue siendo actual, y de la que curiosamente ya no hablamos sino rara vez: la de la pesadilla. Nos preguntamos por qué desde hace cierto tiempo los analistas se interesan tan poco por la pesadilla. Y luego, (…) la angustia de la pesadilla es experimentada, hablando con propiedad, como la del goce Otro. El correlativo de la pesadilla es el íncubo o el súcubo, ese ser que hace sentir todo su opaco peso de extraño goce sobre nuestro pecho, que nos aplasta bajo su goce. Y se remite luego a la obra de Jones sobre la pesadilla como un texto precursor en la investigación psicoanalítica”.

La pesadilla de Johann Heinrich Füssli


Efectivamente, el libro de Ernest Jones La pesadilla (On The Nightmare) realiza un recorrido exhaustivo por los antecedentes y la bibliografía sobre las pesadillas. Luego de situar la opresión, el miedo y la parálisis como la constelación patognomónica de la pesadilla, avanza en las manifestaciones clínicas y en la interacción de esas tres manifestaciones con la sexualidad, para ir desde allí a un análisis creativo de las palabras que nombran a las pesadillas en diferentes lenguas y tradiciones y destaca lo siguiente: el elemento más antiguo del espíritu del mundo de que haya rastro alguno es ese fantasma de opresión (Druckgeist). Los modos en que se presentan y los modos en que son nombrados así lo indican: nightmare, el íncubo, el súcubo, la Mara, el Alp, son los elfos, los demonios que oprimen, sofocan, aterran, paralizan.
Si seguimos las tesis de Lacan –presencia del goce Otro no dialectizado–, cabe volver al texto de Jones para indagar como se entretejen la opresión, el miedo y la parálisis. Pareciera que hay una secuencia y es la mencionada. Pero, desde otro ángulo, cabe partir del tercer término y suponer que es la detención, la anulación del tiempo de dialectización del goce, la parálisis en el Otro, lo que dificulta transitar, a través de la angustia, al deseo incipiente y, por tanto, lo que condiciona el miedo y la opresión.
Esa consideración previa, aunque requiere un mayor despliegue, me permite ir a una cuestión que encuentro decisiva: los sueños traumáticos, los sueños de angustia, las pesadillas, aunque de distintos modos, ¿no son llamados a la metaforización del goce, a la operación del nombre del padre?
Si conjeturamos que allí se evidencia la presencia del Otro no dialectizado –pesado– cabe interrogar la secuencia opresión-miedo-parálisis y suponer que la detención del tiempo también paraliza al Otro y lo hace pesadillesco. Supongo que el horror al acto expresa la incertidumbre por desconocer de antemano si es una incitación a un terrible pasaje al acto, si es la escenografía de una actuación o es una convocatoria que requiere transitar por el desfiladero del goce y el significante.
Por tanto el desastre puede ocurrir cuando se presenta un progenitor absolutizado o cuando eso ocurre con lo naciente, o con el otro sexo y eso no logra ser dialectizado.

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