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Testimonio y error: el juicio de María Zambrano sobre el “freudismo”.

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Pedro Chacón Fuertes

A Miguel Marinas, in memoriam
“…que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero”
(Miguel Hernández, Elegía)

La extensa bibliografía ya existente sobre María Zambrano recoge la amplitud de pensadores de los que su pensamiento es deudor, y con los que se confronta: no sólo Ortega y Gasset, su idolatrado maestro del que siempre se consideró una “fiel discípula heterodoxa”, sino también Unamuno, Zubiri, Aristóteles, Plotino, San Agustín, Spinoza, Nietzsche, Max Scheler, Massignon, Heidegger… pero, por el contrario, son escasos los ensayos sobre su relación con Freud.

¿A qué puede deberse? ¿Al escaso interés, más bien desinterés, mostrado por Zambrano por la psicología y los análisis del “aparato psíquico” a los que contrapone su reivindicación de un “saber sobre el alma”? ¿Al abismo que separaría muchos de sus planteamientos y supuestos: el ilustrado ideal científico-investigador de Freud en contraposición al trasfondo religioso y apelación a la transcendencia del ser humano por parte de Zambrano? Además, ¿no sería la pensadora malagueña un ejemplo paradigmático de la especulación filosófica, alejada de los hechos clínicos, tan denostada por Freud? Hasta habría disidencias en las herencias intelectuales que comparten: p.e., ambos están en deuda con Nietzsche (como han mostrado P.L Assoun1 y Jesús Moreno2) pero lo que cada uno habría heredado del autor de Así habló Zaratrusta es bien diferente.

María Zambrano

Y, sin embargo, cabría esperar amplias resonancias de Freud en el pensar de María Zambrano: ¿acaso no hunde sus raíces en una crítica del intelectualismo y racionalismo del hombre moderno (a la identificación cartesiana del ser humano con la conciencia) que habrían sepultado la vida, haciendo abstracción del sujeto y de su “saber de experiencia”? ¿No habrían pretendido ambos introducir “luz en la obscuridad”, haciendo posible un saber de las entrañas, asumiendo la necesidad de una bajada a los infiernos? En fin, un tema tan central para el psicoanálisis freudiano como el de los sueños ¿no fue acaso también uno de los principales ejes de la reflexión de Zambrano desde 1952 hasta su muerte en 1991, hasta el punto de haber escrito sobre ellos dos de sus libros más importantes, El sueño creador y Los sueños y el tiempo?3 Como escribió Miguel Marinas en la introducción a este seminario: Zambrano obra dos desplazamientos que la acercan a la indagación psicoanalítica: (a) entender que el saber es un proceso que no está prefigurado, que se descubre, en la forma más radical que incluye el ignorar (b) dar cabida a otro órgano o dimensión del conocer que no está anclado en el yo. Algunas de estas cuestiones y otras más han sido y serán objetos de las sesiones de este seminario y quiero felicitar a los organizadores por ello, pues, como digo, las relaciones entre Freud y la obra de Zambrano han sido hasta ahora muy escasamente abordadas por los especialistas en su obra.

Debo matizar mi afirmación de que son escasos, en comparación con otros aspectos de su obra, los estudios dedicados a analizar las relaciones entre Freud y María Zambrano, o entre el pensamiento de la filósofa y el psicoanálisis en general. No quiero decir que no los haya ni negar que algunos de ellos sean relevantes. Tan sólo mencionaré el libro de la psicoanalista Mayte del Moral que analiza las convergencias entre ambos desde una perspectiva jungiana en su libro La luz de la oscuridad. Una aproximación al pensamiento de María Zambrano desde la psicología profunda4, y, desde una perspectiva lacaniana, el artículo de Jonathan Davidoff, “Reflexiones psicoanalíticas sobre la obra de María Zambrano”5. También podemos encontrar análisis sobre temas específicos como el que Rosella Prezo llevó a cabo entre las
concepciones de Zambrano y Freud sobre lo siniestro6. Me excuso de antemano por no mencionar otros que puedan existir y que yo no haya leído como el ensayo Psicoanálisis y arte de ingenio: De Cervantes a María Zambrano publicado en 2004 por Erminia Macola y Adone Brandalise.

Antes de proseguir, es importante recordar que las relaciones de proximidad o lejanía, las coincidencias o desacuerdos entre el psicoanálisis y la filosofía de Zambrano, pueden ser abordados desde una doble perspectiva, cada una de las cuales obedece a intereses diferentes, aunque no contrapuestos sino más bien complementarios.

Cabe, en efecto preguntarse, por la presencia de Freud y del psicoanálisis en general en el pensamiento de Zambrano, sea ésta explícita o implícita, por las interpretaciones que asumió de sus teorías y por la valoración que la pensadora otorgó al significado histórico del psicoanálisis en nuestra época. Pero cabe también preguntarse por las ideas y reflexiones de Zambrano que puedan ser relevantes para los psicoanalistas y, en general, para el psicoanálisis, ese saber contrapuesto a otros saberes pero, a la vez, emplazado a un permanente diálogo con ellos, desde la biología hasta la lingüística, y, de modo especial, a un diálogo con los filósofos que se han esforzado por esclarecer lo insondable del sujeto humano: desde Spinoza y Nietzsche hasta Heidegger y Wittgenstein. La mayoría de las intervenciones en este seminario se adentrarán por esta segunda senda, sin duda la más relevante y fructífera.

La mía, en cambio, se atendrá, más modestamente, a la primera de las perspectivas, es decir, al análisis de la interpretación y valoración que Zambrano hizo de la obra de Freud.

Mucho me temo que los resultados no serán tan positivos como los que podránderivarse de la segunda perspectiva, y que tendré que desempeñar, inevitablemente, un papel similar al del malo de la película pues no fueron laudatorios la mayoría de los juicios que Zambrano emitió sobre el psicoanálisis, ni podremos juzgarlos como justos, en especial tal como los dejó plasmados en el único ensayo que le dedicó, explícita y monográficamente, en 1940: El freudismo testimonio del hombre actual7. Algunos zambranianos podrían aducir que este pequeño libro es secundario y hasta marginal dentro del conjunto de la obra de Zambrano, pero espero que su contenido resulte de interés para los que participáis en este seminario, psicoanalistas o no, embarcados en la búsqueda del sentido de aquel diálogo entre Freud y Zambrano.

Comencemos preguntándonos: ¿Qué conoció Zambrano de Freud? ¿Lo leyó directamente o tuvo acceso a exposiciones confiables del psicoanálisis? La verdad es que no deja de sorprender que, en la riquísima biblioteca personal que Zambrano pudo reunir a lo largo de su azaroso exilio y que en la actualidad se conserva en los archivos de la Fundación María Zambrano de Vélez-Málaga, sólo haya un libro de Freud “Moisés y la religión monoteísta”, que acababa de ser publicado en Amsterdam, en la edición en español de 1939 de la editorial Losada, traducido por el médico Alfonso Jiménez de Asúa, un republicano refugiado en Buenos Aires. De otros psicoanalistas, sólo encontramos dos obras de Jung editadas muy posteriormente y cuya presencia será patente en sus reflexiones sobre el simbolismo y los sueños: “Sobre cosas que se ven en el cielo” y, sobre todo, en versión francesa, “Las raíces de la conciencia: estudios sobre el arquetipo”. En fin, ampliando nuestra búsqueda, también se encuentran en aquella biblioteca otras dos de Erich Fromm, también muy posteriores a la redacción del texto del que vamos a ocuparnos: “Ética y Psicoanálisis” y “Psicoanálisis de la sociedad contemporánea”.

Tampoco encontraremos en su biblioteca personal ninguna biografía de Freud, ni ninguna monografía sobre el psicoanálisis. Ni siquiera un tratado o ensayo sobre el inconsciente o los sueños, lo que es coherente con que en ninguna de las dos obras que dedica a este último tema Zambrano cite o mencione otros estudios. En fin, en la búsqueda que he podido realizar entre los numerosos y valiosos inéditos que se conservan en la misma Fundación (y que están a la espera de ser publicados en sus Obras Completas), salvo la versión corregida a mano de El freudismo testimonio del hombre actual8, tampoco se encuentran otros manuscritos cuyo contenido verse específicamente sobre Freud ni sobre el psicoanálisis en general.

Asimismo puede resultar decepcionante constatar que no abundan las referencias explícitas al psicoanálisis y a Freud en otros libros de Zambrano. En los que escribió antes de 1940 tan solo encontramos vagas referencias a la “subconciencia” como las que hizo al comienzo de su Horizonte del liberalismo, o el excepcional (por raro) elogio al psicoanálisis que formuló en su militante libro Los intelectuales en el drama de España de 1937: Han tenido que venir los médicos del alma, el psicoanálisis, para impedir que nos ahogue ese mundo submarino9. Zambrano se refiere al mundo “submarino” de lo sueños, de los deseos ocultos, de las desilusiones no formuladas y de los requerimientos no cumplidos.

Elogioso juicio que contrasta con los que formulará, años más tarde, en La agonía de Europa donde sostiene que el psicoanálisis, “revelación psicológica”, nada podrá aliviar la pesadilla en que se ha convertido la existencia del hombre contemporáneo10. Una crítica al psicoanálisis más acorde con el demoledor reproche que había emitido en su texto de 1940 en el que, como tendremos ocasión de analizar, había afirmado que, siendo un lúcido testigo del desamparado del hombre contemporáneo, sin embargo, “elabora un veneno que lo empeora”11. En general, es esta negativa valoración la que predominará en sus obras posteriores cuando se refiera a las teorías freudianas de la inhibición, del inconsciente, de la raíz neurótica de las religiones, y de la libido. En el fondo de todas estas discrepancias subyace la dualista contraposición que Zambrano establece entre los hechos y el aparato psíquico, objeto del conocimiento científico de Freud, frente al “saber sobre el alma” reivindicado por ella desde 1934.12

Sin embargo, su ensayo El freudismo, testimonio del hombre actual merece atención, y no puede negarse que ocupa un lugar significativo en la trayectoria del pensamiento de Zambrano. En primer lugar, es relevante cuándo fue redactado. Publicado en el mes de octubre de 1940, hacía algo más de un año que Freud había fallecido en Londres, tras alcanzar fama mundial y ser reconocido como uno de los genios que más habían determinado la propia autoconcepción del hombre contemporáneo. Ignoro si el oportunismo tuvo alguna influencia en la decisión de escribir este texto. Lo que no cabe negar es que Zambrano se ocupa del freudismo, justamente en uno de los años más dramáticos de su propia vida: residente entre Cuba y Puerto Rico, tras su primer año de difícil exilio en México, con un París, invadido por los nazis, en el que había dejado a su hermana y a su madre, con la angustia de no saber nada de ellas, y con el creciente temor de que esa guerra comportara el fin de la cultura occidental. Un ensayo que, sin embargo, no lo valoró meramente como un fruto de contingentes circunstancias históricas, sino que lo consideró merecedor de forma parte del su primer gran libro filosófico, Hacia un saber sobre el alma, en la edición de 1950 y en su reedición de 1987.

Zambrano publicó como libro este breve ensayo en la editorial La Verónica que habían abierto en Cuba en 1939 sus amigos Concha Méndez y Manuel Altolaguirre, también exiliados republicanos.

María Zambrano

La impresora, de acuerdo con Gonzalo Santonja, era «una máquina pequeña, sin linotipos, artesanal y de mano, una mera antigualla, ya en desuso, que imprimía una por una las hojas y en insólita lluvia las lanzaba al aire alfombrando el suelo del antiguo garaje en que se acomodaría La Verónica»13. Esta editorial se dedicó sobre todo a publicar obras de poetas clásicos y modernos, y en ella también se editó la revista Nueva España en la que escribió Zambrano algunos artículos (ese mismo año de 1940, “Sobre Unamuno” y “Una voz que sale del silencio. Confesiones de una desterrada”. En la editorial La Verónica también publicará, en 1941, su prólogo a El solitario de Concha Méndez.

Pero debemos ya preguntarnos: ¿Qué conocía Zambrano de Freud? ¿A qué fuentes cabe remontar sus afirmaciones sobre el psicoanálisis? Puede suponerse que fueron escasas sus lecturas sobre él a lo largo de su formación como estudiante en la Facultad (Freud no formaba parte de los programas de las dos asignaturas que cursó “Psicología Superior” y “Psicología Experimental”). Cabe pensar, por el contrario, que, como en tantos otros aspectos de su obra, también en el caso del Psicoanálisis su deuda con su maestro Ortega y Gasset fue importante: Ortega había publicado en 1911 su artículo “La Psicoanálisis [sic], ciencia problemática” en el que había llevado a cabo una exposición crítica del Psicoanálisis basada en las conferencias de Freud en la universidad de Clark y en “Psicopatología de la vida cotidiana”. En él lo valora como un mito, con una función existencial similar a la confesión, y alejado del modelo de las explicaciones causales científicas. Al final del texto, promete seguir con otro artículo sobre la interpretación freudiana de los sueños que nunca llegó a escribir14.

Retrato de Ortega y Gasset por Zuloaga

La mayor aportación de Ortega al psicoanálisis en España fue, sin duda, la de haber impulsado la primera edición de Obras Completas de Freud en 1922, traducidas al español por Luis López Ballesteros, que había encargado en 1917 a José Ruiz Castillo, editor de Biblioteca Nueva. Para esta edición Ortega y Gasset escribió un Prólogo en él que reconoce no sólo la orientación y eficacia terapéutica del psicoanálisis, sino que también afirma que han sido, en efecto, las ideas de Freud la creación más original y sugestiva que en los últimos veinte años ha cruzado el horizonte de la psiquiatría. Y añade, más adelante, “De tal propósito [la cura del trastorno mental] surgió para Freud la necesidad de elaborar todo un sistema psicológico, construir con observaciones auténticas y arriesgadas hipótesis. No hay duda de que algunas de estas invenciones -como la represión- quedarán afincadas en la ciencia. Otras parecen un poco excesivas y, sobre todo, un bastante caprichosas. Pero todas son de sin par agudeza y originalidad. Lo más problemático en la obra de Freud es, a la vez, lo más provechoso. Me refiero a la atención central que dedica a los fenómenos de la sexualidad”. Otra de sus discrepancias con Freud, que lleva a Ortega a calificarse de antifreudiano, es el atomismo mecanicista psíquico que cree percibir en sus teorías, frente a una concepción totalizadora de la vida anímica: No son las sensaciones -los átomos psíquicos- quienes pueden aclarar la estructura de la persona, sino viceversa: cada sensación es una especificación del Todo psíquico. Mi distancia de Freud es, pues, radical y previa a la cuestión ya más concreta de la importancia que pueda tener la sexualidad en la arquitectura mental, escribe en “Vitalidad, alma, espíritu” de 1925, escrito que fue leído y citado por Zambrano15.

Pero si nos preguntamos por los autores citados directamente por Zambrano en su ensayo sólo encontramos uno, José Ferrater Mora. El filósofo catalán, también exiliado en Cuba en esa época, acababa de publicar en 1939 una “Nota sobre Sigmund Freud”16, que Zambrano cita a pie de página al inicio de su texto afirmando que el aspecto del freudismo como religión de nuestra época había sido magistralmente expuesto por Ferrater Mora en ese artículo.

No son extrañas estas ausencias bibliográficas y documentales sobre Freud: Zambrano no tiene un estilo de escritura académico; no es una historiadora ni se distingue por ser una fiel expositora del pensamiento de otros, ni siquiera en el caso de que sean el objetivo directo de algunos de sus ensayos, como Séneca, San Agustín o Unamuno; ante todo, es una pensadora que se enfrenta a los problemas filosóficos haciéndolos suyos, aunque siempre esté presente su diálogo con otros pensadores del pasado y el enfoque que dieron a esos problemas. A lo más, acostumbra a incluir de memoria alguna de las frases más tópicas en las que expresaron sus ideas. Su estilo de escritura no es el del manual, ni el del tratado, ni la de erudita monografía. Es ensayístico.

No gusta de apoyarse en argumentos de autoridad de especialistas, ni tampoco en citas textuales del autor comentado, para justificar sus valoraciones y comentarios sobre él. Ése es también el caso de su ensayo sobre el freudismo donde no hay citas de textos de Freud y donde sólo nos encontramos, en una nota a pie de página una referencia a “Psicopatología de la vida cotidiana” para subrayar que la imagen que Freud da del hombre es mitológica: Freud desenreda la madeja de la psique, nos conduce por su laberinto. Y en el centro de este laberinto está, como en el de Creta, un monstruo: el Minotauro, al que hay que entregar, para que incesantemente devore, la pureza, la gracia virginal de cien doncellas17.

Esta falta de conocimientos directos, no sólo de la práctica psicoanalítica sino también de los textos y teorías de Freud, nos hace temer que Zambrano asumiera, sin cuestionarlos, los generalizados juicios negativos y tergiversaciones que comportaba la extendida vulgarización de las teorías psicoanalíticas en la España del primer tercio del siglo XX.

No resulta, pues, extraño que en su ensayo encontremos distorsiones y malas interpretaciones de lo realmente afirmado por Freud. Como en tantas otras ocasiones, también Zambrano se hace eco, por ejemplo, de erróneas descalificaciones de las teorías freudianas sobre la libido y la sexualidad. Esta falta de rigor en sus análisis del psicoanálisis ha sido reconocida y criticada por los propios especialistas en la obra de Zambrano. A título de ejemplo, éste es el radical juicio negativo que al respecto emite Ana Bundgard: Sobre el pensamiento filosófico-místico de María Zambrano: La crítica a las dimensiones científicas, filosóficas, sociales, económicas y políticas se expresa en los ensayos zambranianos, por regla general, a través de un discurso antiintelectualista y anticientífico que resta objetividad a sus argumentos. Se trata en la mayoría de los casos de una crítica subjetivista e indocumentada que postula sin llegar al análisis. Un ejemplo ilustrativo lo constituye la interpretación que hace Zambrano del freudismo en un ensayo de 1940, El freudismo, testimonio del hombre actual, donde, desde una perspectiva religiosa cristiana y católica, acusa a Freud por su saber “bíblico”, por su “cinismo” y por la “astucia” que le indujeron, dice allí Zambrano, a construir una teoría que deshace la transcendencia y “deja la vida reducida a la pura inmanencia. Y, añade Bundgard poco más adelante, que, a diferencia de sus maestros Ortega y Zubiri, Zambrano se pronuncia sobre las ciencias con superficialidad y por medio de indocumentadas referencias, que casi siempre son de segunda mano18.

Es cierto que Zambrano advierte, al comienzo de su ensayo, que su propósito no es incrementar la “multitud de volúmenes que se le han consagrado, en que se analiza la teoría, el cuerpo de la doctrina de Freud”, sino “la importancia del freudismo, como signo de nuestro tiempo”19. Ya el propio título del ensayo sería revelador del propósito que le guía: “El freudismo, testimonio del hombre actual”. El problema es que las valoraciones que hace sobre este valor testimonial del psicoanálisis sobre la situación del hombre contemporáneo no son independientes de las concepciones implícitas, en ocasiones erróneas, que tenía sobre las teorías psicoanalíticas.

Con todo, aquella distinción que Zambrano establece entre analizar la teoría y analizar la importancia del psicoanálisis como signo de nuestros tiempos debemos conservarla para evitar que nuestros propios juicios sobre el texto de Zambrano caigan en el error de dirigirse a algo distinto de lo que su ensayo pretendía.

Un planteamiento y un propósito que son comunes a otros análisis histórico-culturales abordados por la pensadora. Su interés por el freudismo es similar al que, en otras obras suyas, preside sus reflexiones sobre el romanticismo, la poesía pura, el arte abstracto o el surrealismo: todos estos movimientos serían expresiones culturales representativas de la tragedia del ser humano en cada momento histórico, en especial desde el desligamiento de la naturaleza y la pérdida del sentido de la transcendencia que comportó la ruptura introducida en la modernidad entre razón y vida. Diagnóstico, por tanto, no científico, sino filosófico pues su carácter tiene un carácter cultural, histórico y, en última instancia, moral.

Por ello, lo primero que habría que subrayar en el texto de Zambrano, es el contexto biográfico-intelectual en el que fue escrito. El diagnóstico histórico-filosófico que Zambrano venía haciendo sobre el desamparo del sujeto humano se remonta a años anteriores, como lo prueban afirmaciones contenidas ya en su primer libro Horizonte del liberalismo (1930), y en artículos como “La nostalgia de la tierra” (1933), y el propio “Hacia un saber sobre alma” (1934).

Pero es indudable, que la dramática vivencia personal de la guerra civil española y de la segunda guerra mundial influyeron decisivamente, como en otros intelectuales, en que el eje de su reflexión se centrara en el esclarecimiento de las causas que amenazaban con destruir la civilización occidental y los logros de la cultura europea. Desde 1939 hasta 1945 los ensayos de Zambrano, escritos desde el exilio, no dejan de intentar esclarecer las razones de tal ruina y de buscar la salvación, no en una mera reforma del entendimiento, sino en una nueva razón conciliadora. Ése es el anhelo que subyace no sólo en este libro sobre Freud, sino también en otros escritos de ese mismo año Isla de Puerto Rico y “La agonía de Europa” (1940), de su ensayo sobre “Unamuno y su tiempo” (1940/1943), y de los inmediatamente posteriores: “La confesión”, “La violencia europea” de 1941, “La vida en crisis” (1942) o “La destrucción de las formas” (1944).20

De modo que podríamos afirmar que el interés que guía a Zambrano en la redacción del libro que nos ocupa no es directo, sino indirecto. Lo le interesan tanto el psicoanálisis ni las teorías de Freud, sino el “freudismo” como signo, como expresión cultural, “religiosa”, llegará a decir, de esta época contemporánea en la que el hombre parece condenado a su suicidio. Pero, aceptando que éste fue el interés que determinó la perspectiva desde la que Zambrano redactó el texto, ¿cómo debemos analizar lo que creyó ver en el freudismo, y cuáles fueron las razones por las que consideró que debía ser reconocido un fiel “testimonio del hombre actual”?

Compartiendo una tópica distinción generalizada entre los intelectuales críticos del psicoanálisis en la primera mitad del siglo XX, María Zambrano comienza su artículo distinguiendo entre la persona de Freud y el reconocimiento que se le debe como audaz investigador, y sus seguidores, a los que no menciona, pero a los que llega a calificar de impostores. No escatima elogios a Freud: Su fundador, Sigmund Freud, tuvo el valor de seguir sus pensamientos hasta el final, de pensar enteramente lo que pensaba, de confesar, hasta lo último, lo que creyó benéfica verdad para los hombres. Era, al fin, hombre de ciencia al estilo «antiguo», es decir, cuando se pensaba para encontrar la verdad, aunque fuera falsa, y no para agradar a determinados déspotas, entre los cuales se encuentra también la opinión pública. Por contra, éste es el negativo juicio que le merecen sus discípulos, los integrantes del movimiento psicoanalítico: No así el movimiento “freudista” que le ha seguido, caído ya casi plenamente en el terreno de la impostura. No así, en los fieles de esa enmascarada religión que paradójicamente quiere desnudar al hombre.21

Con ello, Zambrano, parece querer defenderse aduciendo que no va a dirigirse directamente tanto contra los descubrimientos de Freud y sus avances en la investigación del psiquismo, cuanto contra el “freudismo”, el movimiento que tras él se habría difundido en la sociedad contemporánea. Sería sólo éste último el objeto de su reflexión. Todo esto está muy bien, estaría muy bien, … si fuera verdad. Pero, a lo largo de todo el libro, Zambrano no se refiere a ninguno de los psicoanalistas posteriores a Freud, ni ejemplifica en qué punto sus seguidores tergiversaron o pervirtieron las doctrinas del maestro. Muy al contrario, es sólo a Freud a quien identifica como responsable de las teorías a las que critica como “enmascarada religión” de nuestra época.

Zambrano comienza reconociendo que el psicoanálisis habría surgido con el loable propósito de hacerse cargo de la enfermedad del hombre contemporáneo, una enfermedad que no tendría causas físicas ni fisiológicas. Una enfermedad que no se tiene, sino que, en cierto modo, se es.

La angustia y dolencias psíquicas de un sujeto que no sabe por qué le pasa lo que le pasa no podían ser explicadas por la medicina de su tiempo, y la psicología que rechazó la unidad del alma para fragmentar al sujeto en una pluralidad de hechos psíquicos era también incapaz de comprenderlas. De ahí, afirma Zambrano, el mérito de Freud que, aun no admitiendo la antigua idea del alma, tuvo la genialidad y el arrojo de lanzarse a curar estas aterrorizadas criaturas, por medios psíquicos, intentando desvelar el enigma de su existencia.22 Y continúa valorando positivamente el camino emprendido por Freud, un camino de estricta suavidad, en el que escogió como método, como vía de acceso a lo que el propio sujeto ignora, al psiquismo no consciente, los sueños y los actos fallidos, modos de expresión, de revelación de lo enmascarado, de lo “inhibido”, de lo rechazado de la conciencia; del mismo modo muestra Zambrano su acuerdo con Freud en que la curación de aquellas dolencias psíquicas que esclavizan al sujeto sólo se logrará mediante su acceso a la conciencia. “La verdad os hará libres”.

Sigmund Freud

No es el único lugar en que encontramos este reconocimiento. Ese mismo año de 1940, en sus conferencias sobre Unamuno impartidas en el Ateneo de Puerto Rico, Zambrano ya había vinculado el nombre de Freud al de Bergson y Husserl como pensadores que habrían puesto de manifiesto la “inhibición” que conllevó en la modernidad la identificación cartesiana del ser humano con su conciencia; pensadores que habrían sido testigos del conflicto entre “la conciencia y lo que no lo es”. En particular, Freud habría venido a reconocer esa realidad misteriosa que se oculta bajo la luminosidad de la sociedad moderna y de la cultura europea, eso otro que siendo mío, “no lo conozco, actúa y dispone de mi vida, puede adueñarse de ella, no ofrece contacto inmediato en que se haga visible y es la contradicción pura”.23

Pero, a partir de aquí, comienzan los desacuerdos. La subconciencia (éste es el término promovido por Janet, y no el freudiano de inconsciente, que utiliza Zambrano en su libro de 1940) habría sido concebida por Freud como una realidad metafísica, absoluta; no sólo habría reconocido su existencia, sino que el creador del psicoanálisis habría llegado a identificar al ser humano con ella, otorgando a la conciencia un carácter superestructural, secundario. También habría cometido el error de identificar la subconciencia con algo que había encontrado en ella, la libido. Libido escribirá Zambrano, no es sino la fuerza ciega, oscura y sin límites del apetito sexual. Por lo visto no somos otra cosa24. Es esta antropología filosófica, esta concepción del ser humano atribuida a Freud, la que es radicalmente rechazada por Zambrano. Con ella vendría a negarse el carácter de transcendencia que le define y que, de acuerdo con la concepción heredada del cristianismo, habría venido sustentando la cultura europea. Éstas serían las funestas consecuencias de la supuesta antropología freudiana: El hombre europeo, el de la cultura cristiana de Occidente, «hecho a imagen y semejanza de Dios», de un Dios creador, se va a definir como oscuro, informe furor sexual; demonio insaciable perpetuamente insatisfecho, devorador de todo25.

No resulta necesario comentar el malentendido pansexualista que se desprenden de estas afirmaciones de Zambrano, pues lo que interesa subrayar es que, a su juicio, esta supuesta concepción del sujeto humano del psicoanálisis es justamente lo que nos permitiría reconocerlo como un testimonio “del hombre actual”, como un signo y expresión de su radical desamparo provocado porque el hombre ha perdido el apoyo de aquellos principios que lo elevaban por encima de la simple naturaleza, que lo hacían ser más que la suma de sus instintos, que le hacían soporte de una trascendencia que rebasan su simple vida26. Las crisis históricas, había afirmado su maestro Ortega, tendrían su raíz en la pérdida de vigencia de “las creencias” en las que se sostiene la vida de los individuos, una función que no puede ser asumida por las “ideas” que éstos tengan. Zambrano asume este diagnóstico trasladando a “los principios” el carácter sustentador de “las creencias”. Al demoler el reinado de la conciencia cartesiana, Freud habría ido más allá socavando también el soporte de la cultura europea heredado de la filosofía griega y de la religión cristiana. Al promover la subconciencia como la realidad de las vidas humanas, el naturalismo de Freud, según Zambrano, nos estaría poniendo delante de un espejo en el que sólo vemos la simiesca imagen de un demonio; el demonio furioso del sexo27. Pero, con ello, el freudismo no sólo puede ser reconocido como un testimonio del hombre actual, sino que, habiendo surgido como medio de curación de las enfermedades de su alma, se nos revelaría ahora como su veneno.

Al margen de malentendidos y erróneas interpretaciones, no le faltaría razón a quien adujera que estas críticas de Zambrano a la noción de libido freudiana comportan la falsa pretensión de mostrar el carácter erróneo de una teoría aduciendo sus funestas consecuencias cuando lo único que se deduciría, en rigor, de ello es que sus consecuencias serían funestas, pero no que no sea verdadera. En todo caso, estas afirmaciones de Zambrano sobre el freudismo hunden sus raíces en presupuestos de carácter metafísico y ético. Bajo sus críticas yace una radicalmente diferente de la freudiana concepción antropológica: espiritualismo frente a naturalismo, transcendencia frente a inmanencia.

En la medida en que “el freudismo”, prosigue en su crítica Zambrano, supone una negación de la trascendencia del sujeto humano y su reducción a su estado de naturaleza conlleva un negativo regreso al estado trágico en que el hombre es el esclavo de la fuerza fatal de sus pasiones, del mecanismo de sus instintos28. El estado de naturaleza no es un estado feliz y armonioso como soñara Rousseau. Muy al contrario, según Zambrano, en él reina la mera fuerza de las pasiones, un estado que habría sido superado por el compartido mensaje de la filosofía griega y el cristianismo:

“En el principio era el Logos”, la palabra que trae consigo el orden y el equilibrio. Por ello, el regreso a la naturaleza que comportaría el freudismo sería testimonio y signo de la tragedia del hombre contemporáneo: La naturaleza, la naturaleza entregada a sí misma espanta. Y el hombre, al quedarse en estado de naturaleza no se encuentra con la ley, ni con la paz. Su “naturaleza”, cuando se desprende de los principios, se enmaraña, se vuelve ciegamente contra sí misma. El hombre «natural» no es esa criatura pacífica, amable y feliz sino el verdadero “monstruo de su laberinto”.29

No son éstos los únicos reproches que Zambrano dirige contra el freudismo. Abundando en su limitada y deficiente comprensión de las teorías freudianas, le atribuye haber identificado el amor con la libido, con un instinto sexual sin límites que todo lo devora: El demonio del sexo, en esta tragedia, no puede salvarse; nada hay que lo resista, todo lo abate en su furia pasiva: la cultura humana, la religión, los mismos vínculos de padre y madre en esos espantosos complejos. Su victoria es su condenación. La furia sexual sólo puede salvarse reduciéndose, domeñándose, transformándose en amor.30 Esta transcendencia del deseo sexual en amor es justamente lo que la filosofía griega y el cristianismo, lo que Platón en sus Diálogos y San Pablo en sus Epístolas, habrían proclamado y lo que el freudismo habría venido a negar. María Zambrano llega incluso a recurrir al personaje de Don Juan, símbolo de la mera energía sexual, que no respeta las leyes ni se detiene ante nada, para recordar que fue salvado por el amor que le profesa Doña Inés a la que identifica como una imagen de la Inmaculada Concepción, la mujer pura y creadora en la que “se unen y se concentran los dos caminos de la salvación amorosa: el de Platón y el de San Pablo”.31

Zambrano no acostumbra a introducir en sus reflexiones filosóficas referencias explícitas a dogmas religiosos como la que acabamos de mencionar. Pero ello no obsta para que, bajo sus críticas a aspectos determinados del “freudismo”, podamos reconocer una radical contraposición entre el científico agnosticismo de Freud y el permanente sustrato de religiosidad que subyace a la filosofía de Zambrano. Su metafísica concepción antropológica del ser humano es indisociable de su acendrada fe religiosa. En el fragmento de una carta conservada entre sus manuscritos, María Zambrano confesó: Pero en verdad yo no he escrito nunca nada fuera del ámbito religioso. La religión no es un aparte, un capítulo; impregna todo y, cuando no lo nombra, todavía mayormente. En ella vivimos, nos movemos y somos32.

Su ensayo sobre el freudismo se cierra con unas consideraciones estrechamente vinculadas a “creencias” y convicciones específicamente zambranianas. En los dos epígrafes finales de su escrito de 1940, Zambrano explicita la razón por la que a sujuicio, Freud es un testigo privilegiado del drama del hombre contemporáneo y, a la vez, el motivo por el que las teorías freudianas serían un veneno que agravaría la enfermedad que sufre, una enfermedad que sería justamente la causa real de la guerra que asolaba a Europa. En esta ocasión dirige su crítica contra la destrucción que, a su juicio, el freudismo comportaría de una fundamental relación humana: Es la paternidad, la transcendencia, la invulnerabilidad del padre para el hijo. El principio sagrado de la paternidad.33

No es necesario ni resulta procedente conceder un decisivo valor a las interpretaciones psicologistas (aunque su enfoque sea el psicoanalítico) de obras literarias, artísticas o filosóficas.

Pero todo conocedor de la vida de Zambrano no dejará de percibir, al leer los párrafos que dedica a la importancia de la figura paterna para los sujetos humanos, ecos y proyecciones de la propia relación personal, y de la acendrada íntima veneración que tuvo hacia su padre, D. Blas Zambrano al que no dejó de admirar como intelectual y como persona hasta el punto de referirse a él escribiendo “Padre” con mayúscula, y al que, desde su juventud, vinculó su propio destino como pensadora, a su condición de hija. Pruebas de esta veneración filial se encuentran no sólo en cartas y escritos personales sino también en textos tan importantes como el capítulo “Adsum” con el que se abre su confesional autobiografía Delirio y Destino, en forma de relatos de experiencias que le marcaron existencialmente, desde aquella infantil de ser subida desde el suelo por los brazos de su padre: Y él la alzaba, la levantaba en alto y se encontraba al lado de su cabeza. Que se atrevía a tocar y, a fuerza de ser levantada y puesta a la altura de su frente y de atreverse a tocarla, debió de ir aprendiendo qué era eso, Padre34, hasta las palabras que le dirigió cuando la cuidaba en su lecho de enferma: ¡Quiero ser tu hija, nacida de tu sueño!35.

El padre, afirma Zambrano es mucho más que una persona física que nos h engendrado. A él le debemos tener un nombre que nos individualiza y, a la vez, nos vincula a un origen, a un pasado del que somos herederos y responsables de su continuidad. Es la relación de paternidad la que nos obliga a reconocernos como criaturas, como seres engendrados por otro ante el que tenemos que responder. En palabras de Zambrano: Porque antes que seres de razón o de conciencia, de instinto o de pasión, somos hijos. Y ser hijo es tener que responder, tener que justificarse ante algo inapelable36. Y, en fin, la figura del padre sería la que nos proporciona la experiencia primera y decisiva de la vida, la de sentirnos protegidos y amparados, la que nos hace “sentir el peso de la necesidad más inexorable y el apoyo del amor más incondicional”37. Una imagen paterna que, en este texto de Zambrano, transciende la del padre biológico para identificarse con la divina del Padre que nos ha creado, del que hemos de reconocernos como sus hijos, como criaturas.

Blas Zambrano

Justamente la falta de esta confianza, la inseguridad y el miedo ante el otro derivado de la pérdida de esta figura paterna, es la que habría causado, en última instancia, la guerra mundial que asolaba a Europa mientras Zambrano escribía el texto que nos ocupa. Por ello, la paz, nos dice, no está asegurada en un estado de naturaleza, ni por intereses económicos, ni por normas del derecho internacional. Tampoco es suficiente la buena voluntad. “La guerra actual es el producto del mutuo terror, del miedo de unos que dio miedo a los otros. La angustia, el terror de todos. Es sin duda la lepra europea desde hace tiempo. El verdadero “mal del siglo”38.

La última condena a las consecuencias que las teorías psicoanalíticas estarían provocando en la sociedad contemporánea está ya presta a ser dictada. ¿Qué tiene que ver el freudismo con la guerra? – se pregunta Zambrano. El de haber socavado el suelo desde el que resulta posible la paz entre los hombres. Al haber deshecho aquella idea de padre, autoritaria y amorosa, “si en el padre ve solamente un hombre reducido al instinto”, el freudismo les estaría abocando al abandono y al miedo origen de las guerras. Freud, cree poder concluir Zambrano, fue un lúcido testigo del mal de su época, de la enfermedad que subyace a la angustia europea, y también un intencionado médico preocupado por su curación, pero el freudismo ha resultado tan grave, por lo menos, como la enfermedad que pretendía curar. Al arruinar la transcendencia de la idea de padre, el freudismo habría socavado la radical experiencia de los seres humanos de sentirse hijos, vinculados a unos principios y supeditado a su origen como criatura.

A modo de conclusión y asumiendo el grado de radicalidad que, sin duda, comporta, puede afirmarse que, con independencia de sus deficiencias en el conocimiento de las teorías freudianas y del singular modo especulativo como Zambrano las aborda, las interpretaciones y valoraciones que plasmó en su escrito de 1940, El freudismo, testimonio del hombre actual, son deudoras de la concepción espiritualista-religiosa que tuvo sobre la historia de la cultura occidental y, en particular, de la “agonía” de Europa y de la segunda guerra mundial. La pérdida de los principios sobre los que en el pasado habría sustentado su existencia habría sumido al sujeto humano en la destructiva vivencia de un radical abandono. Y, si nos preguntamos, a qué “principios invulnerables” se está refiriendo Zambrano en éste y en otros textos, ella misma los identifica al final de su libro sobre el freudismo: El Padre de la religión y la razón griega. Al fin y a la postre, los motivos que le han conducido a criticar las nociones freudianas del inconsciente, de la libido, de la religión y de la figura del padre no habrían sido otros que la incompatibilidad que creyó apreciar entre estas teorías y la trascendencia del hombre que habrían sustentado la filosofía griega y el cristianismo, los dos principios bajo los que se habría configurado la civilización occidental. Este enfoque no debe extrañar porque la misma pensadora que, con 36 años, escribía aquellas líneas lamentando que la pérdida de la figura del padre y de la conciencia de ser criatura, es la misma que, en 1989, cuando tenía 85 años, al ser entrevistada por su biógrafo Juan Carlos Marset confesó lo siguiente: Lo que yo he querido no es ser filósofo, ni ser poeta, ni siquiera santa: lo que he querido ser es una criatura de Dios39.

Marga Gil Roësset

Madrid, 10 de marzo de 2022

1 Assoun, P-L, (1998), Freud et Nietzsche, Paris, P.U.F.

2 Moreno, J. (2008), El logos oscuro: tragedia, mística y filosofía en María Zambrano, Madrid, Editorial Verbum.

3 Aunque explícitamente Zambrano indicara las diferencias entre sus objetivos al abordar el tema de los sueños respecto a los de Freud. “descifrar” y no “analizar”, y no atender al contenido de los sueños, a su realidad “metafísica” subyacente (la libido), sino a su forma y sus especies: elaborar una fenomenología del sueño. Cfr. Zambrano, M., “El sueño creador”, en Obras Completas, III: 990. (En adelante, las citas de libros de Zambrano se referirán a su edición en las Obras Completas (O.C.) publicadas en Barcelona por la editorial Galaxia Gutenberg, con indicación del volumen en números romanos y, a continuación, el número de página.

4 Moral, M. del., (2017) La luz de la oscuridad. Una aproximación al pensamiento de María Zambrano desde la psicología profunda, Madrid, Plaza y Valdés.

5 Davidoff, J. (2018) “Psychoanalytic reflections upon the work of María Zambrano”, en History of European Ideas, 44, 7:899-912.

6 Prezzo, R., (2015) “Verità clandestine. L´umheimliche secondo Freud e Zambrano”, en Aurora, n.16: 88-95.

7 Zambrano, M., El freudismo, testimonio del hombre actual, en Hacia un saber sobre el alma (O.C., II: 508-527.

8 En el manuscrito M-502, bajo el título de “El freudismo”, se encuentra un ejemplar desencuadernado de la edición de 1940 en el que Zambrano realizó numerosas correcciones a mano. Estas correcciones son posteriores a la inclusión de El freudismo, testimonio del hombre actual como capítulo del libro. Hacia un saber sobre el alma, porque no fueron incorporadas a su primera edición de 1950, ni han sido incorporadas en las posteriores. En vida de Zambrano, la única edición como texto independiente de El freudismo, testimonio del hombre actual fue una traducción al italiano (“II freudismo, testimone dell’uomo contemporáneo”) publicada en la revista Settanta en 1973, n. 34, pp.31-42.

9 O.C., I:144.

10 Cfr., O.C., II:371.

11 En las correcciones a mano que se conservan de este texto en el manuscrito 502, María Zambrano suaviza algo esta expresión escribiendo en su lugar: Pero hundiéndose en las raíces del mal, en el desamparo humano, lo establece, al igual que poco antes, había sustituido la afirmación de que el psicoanálisis ha resultado un remedio tan grave como la enfermedad que pretendía curar, por esta otra: ha resultado un “remedio” coadyuvante a la enfermedad que pretendía curar (M-502:39).

12 Este distanciamiento no hará sino acrecentarse a partir de sus investigaciones sobre los sueños, hasta culminar en el apartado “Buho” de De la Aurora, en el que Zambrano contrapone una noción de subconsciente a otra (no freudiana) de inconsciente para acabar afirmando que “el descubrimiento de Freud tuvo lugar en el territorio del inconsciente y de ahí sus modestas revelaciones”. A su juicio, el inconsciente comportar una ignorancia que pide ser conocida mediante razón, mientras que el subconsciente pide ser revelado (O.C. IV-1: 308-309).

13 Santonja, G. (1995). Un poeta español en Cuba: Manuel Altolaguirre: sueños y realidades del primer impresor del exilio, prólogo de Rafael Alberti. Barcelona, Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores.

14 Cfr. Ortega y Gasset, J., Obras Completas I, Madrid, Revista de Occidente, 2004, pp. 482-501.

15 Ortega y Gasset, J. Obras Completas, II, Madrid, Revista de Occidente, 2004, p. 567. También es plausible que, formando parte del círculo orteguiano de la Revista de Occidente, Zambrano leyera los artículos que aparecieron en ella de García Morente, “El chiste y su teoría” (1923). de J. M. Sacristán, “Freud ante sus contradictores” (1925), y de Rodríguez Lafora sobre la interpretación de los sueños (1924). Cfr. López Campillo, E., La Revista de Occidente y la formación de minorías (1923-1936), Madrid, Taurus, 1972; y Carpintero, H. y Mestre, M.V. Freud en España. Un capítulo de la historia de las ideas en España, Valencia, Promolibro, 1984, A aquellas probables lecturas, habría que añadir la influencia personal en Zambrano de su amiga, la novelista Rosa Chacel, también vinculada al círculo de la Revista de Occidente, que se había interesado por Freud, a quien había leído en su viaje a Roma en 1922, y que se había acercado al psicoanálisis durante su estancia en Berlín antes de la guerra civil.

16 Cfr. Ferrater Mora, J., “Nota sobre Freud”, Escuela activa. Revista de Pedagogía contemporánea, 2, (1939) pp. 5-14.

17 O.C., II:520.

18 Bundgard, A. (2000) Más allá de la filosofía. Sobre el pensamiento filosófico-místico de María Zambrano, Madrid, Trotta, pp. 30-31.

19 O.C. II:508.

20 Este “pesimismo” de Zambrano sobre la situación del hombre contemporáneo no se limitó a una época histórica marcada por la segunda guerra mundial, sino que permaneció y aún se agudizó en años posteriores. Buena prueba de ello son las dramáticas palabras que escribió en 1987 formando parte de su prólogo a la reedición de Persona y democracia: “La crisis de Occidente” ya no ha lugar apenas. No hay crisis. Lo que hay más que nunca es orfandad. Oscuros dioses han tomado el lugar de la luminosa claridad, aquella que se presentaba ofreciendo a la historia, al mundo, como su cumplimiento, el término de la historia sacrificial. (O.C., III:379).

21 O.C., II:509.

22 O.C., II:512.

23 Zambrano, M. (2003) Unamuno, ed. de Mercedes Gómez Blesa, Barcelona, Penguin Random House, p.59.

24 O.C., II: 516-517.

25 O.C., II:517.

26 Ibidem.

27 O.C., II:518.

28 O.C., II: 519.

29 O.C., II:520.

30 O.C., II:521.

31 O.C., II:522.

32 Zambrano, M., Manuscritos/ Varios/ J.01:4.

33 O.C., II:523,

34 Aunque en la edición de las Obras Completas el término “padre” en este párrafo aparece en minúsculas, se ha optado por respetar las mayúsculas con las que aparecía en las ediciones de 1989 y 1998, por ser coherente con la forma como Zambrano lo escribió en otros textos y manuscritos cuando se refiere a D. Blas Zambrano.

35 O.C., VI:856.

36 O.C., II:524.

37 Ibidem.

38 O.C., II:525.

39 Zambrano, M., “He estado siempre en el límite”, entrevista de Juan Carlos Marset, ABC, 23 de abril de 1989, p. 70.

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